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Con vistas al Naranco

Tortugas respetadas

A Valentín, que me condujo a un entrañable regreso al futuro.

A Joana, José Luis, María e Iñaki, que iluminaron un anillo del túnel que sigo transitando.

En la infancia estival, mis mentores imponían reposo no buscando lógica digestión sino para no perturbar a los mayores la ritual hora de comida. Un hecho neutralizó mi íntima indignación convirtiéndola en enigma: descubrir por qué siempre una tortuga traspasaba el jardín siempre en la misma dirección y ritmo, naturalmente lento. El reposo conllevaba la disciplina añadida de inmovilidad en hamacas que impedía el seguimiento a la metódica tortuguita. "Elogio de la lentitud" escribió aquí J.C. Laviana.

Jamás pude resolver su destino.

Para evitar llantinas, un entrañable pariente catalán, carlistón silente como tantos hoy independentistas de antiguo corazón fuerista, quiso convencernos a la gente menuda, terminología castiza de la época, que unos patos, cuidados por nosotros y huidos al mar, volverían pues conocían el camino: "¡avisarán con graznidos que no producen eco!". Años después, Gilbert, familiar francés, y su hija llegaron seguidos por dos patitos de un estanque cercano, que regentaba la familia de los futbolistas Castro y Quini. Nos pasmaron con la duda, pese la fábula de Andersen del patito feo, de si serían descendientes de los que prefirieron el agua marina. Aquellos otros patos recién nacidos imitaban la andadura de dos humanos. En el nóbel etólogo Lorenz Konrard, al que me introdujeron mi hermana Maricarmen y Pepe Armas, que tanto estimo, ese curioso seguimiento se llama "impronta", imprinting.

Acabo de contemplar un par de tortugas con espléndidos cubos espaldares, no sé si naturales o artesanales, que en el Guggenheim se mueven en vitrinas de un tal Huang Yong. La exótica concha/caparazón parecía maqueta a escala con calles alineadas y edificios igualados en altura y volumen. En Nueva York los manifestantes evitaron que los artistas orientales mostraran tres obras vivientes, dos de las cuales, una supongo las tortugas esclavizadas, pude ver en Bilbao. La otra, saltamontes y lagartos. Del catálogo faltaban solamente unos cerdos de piel repintada copulando.

J.Ballina me introduce a su vez en el escritor Philippe K.Dick que refiere una tortuga de 200 años, ya ciega, con trato protocolario especial en Tonga (Polinesia).

A la vera del Nervión hubo protestas, que encabezaron enrabietados antitaurinos y émulos liberadores de las focas de B.Bardot, contra el sufrimiento de seres cautivos pero no me hubiera importado que me regalasen una de las tortugas presas. Ya no tengo posibilidad de soltarla en los Tamarindos del Espartal/Salinas, apenas celdilla del recuerdo, pero quizá en el mundo tortuguil haya comunicación telepática y/o memoria de la estirpe, dados su añosa vida y singular sabio comportamiento. Me comprometería, llegado el caso, a que, en la Atalaya de Figueras, con la alta supervisión de mis nietos, hubiera más variado espacio para reptar que en el lujoso encierro vizcaíno. Mis infantes estarían encantados de semejante adopción sin jaula vítrea ni curiosos impertinentes de mi apestosa calaña visita museos.

Habitante en juventud que fui, equidistante en Deusto, de los Bilbao de Indalecio Prieto/Meabe/Rubial e Iñaki Azcuna, me conmueven las nuevas construcciones a cuyo equipamiento mobiliario contribuye ahora con sus acentos Patri Urquiola.

Todo supersónicos diseños y pasos; los de tortuga, apenas en el Guggenheim, de F.O.Ghery/César Caicoya, encima del gran Richard Serra....

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