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Con vistas al Naranco

Los 55 trubiecos, concertinas lacerantes

La secuelas de los despidos de la Fábrica de Armas

Esta primavera asombrosa da la razón a los que pensaron que los ríos fluyen hacia el mar con tanta rapidez como los hombres corren hacia el error. Raúl del Pozo

Los ministros tienen la oportunidad de devolver a la vida pública española cierta dignidad y cierto temple. Sergio del Molino, "Sánchez, 'hispanibundo' "

Hace días estuve en el teatro de Trubia. A través de uno de los ojos/ventanales del edificio aprecié a los pies la magnífica velocidad de la lámina del agua que me trajo también rápidos recuerdos superpuestos: Begoña Pérez, donde la sigo viendo por última vez, las concentraciones del 10 de cada mes a favor de los despedidos por supuestas razones tecnológicas, las visitas como alcalde, y, aún antes, una por inundaciones evitables aguas arriba, los yacimientos del Paleolítico, ¡oh, Javier Fortea y su extraordinario equipo arqueológico!, también los amateurs, a su manera, de Quintanal y Polifemo, el Prerrománico, Las mágicas termales de Casal y Claverol...

Pese a lo que han perorado Juan Carlos García Miranda y otros intelectuales, está por clarificar el papel del coronel Franco Mussió en el golpe de Estado del 18/19 de julio de 1936. Siendo un hecho histórico muy importante, incluso determinante, hay otro lacerante que, por próximo, hay condiciones de disminuir: la extrema gravedad moral del sufrimiento de 55 familias maltratadas.

Nadie sensato comprende a esta empresa pública y solvente, literaturizada en Clarín, con trabajadores engañados en el paso de La Vega a Trubia y en las consecuencias sustitutorias de contrataciones externalizadas.

Parte fueron resolviendo, mal más que bien, sus situaciones personales, todos con secuelas como metafóricas concertinas, pero no cabe olvidar el conjunto.

Acabo de pasar unas horas en Deusto, mi antigua Universidad. En mi habitación del colegio mayor se distribuía diariamente una octavilla de los trabajadores de Bandas en Frío (Basuari) que exigían solución ¡para todos! Fue mi acercamiento militante al mundo obrero, y en su abrupta coherencia sigo.

Michel Rocard, compañero de escaño y del ictus, era llamado "soñador" por los miterrandistas mayoritarios de su languideciente partido. Ahora y aquí, con socialistas clarividentes en el concejo y el Estado, confío que la sensibilidad haya granado. Rocard fue político fabuloso, sin duda, por encima de sus personales limitaciones culturales. Soñador... ¡realista!, le reconocen ahora.

En cualquier caso, el Trubia, el Nora y el Nalón siguen fluyendo, con fidelidad a cauces impactantes... A contracorriente, flota sin ahogarse el sueño realista de justicia para 55 familias preteridas.

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