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Lo pequeño es hermoso

La placidez intelectual y de espíritu que proporcionan situaciones del devenir diario

Es curioso que los que desde niños nos habituamos a acariciar los libros, gozar de su contenido literario, de sus ilustraciones, de su encuadernación y, por qué no, del descanso que proporciona a la vista una habitación con las paredes ocultas por hileras de libros -a veces en tan caótico desorden que solo comprende y sitúa en cada balda el que los maneja a diario-, no podríamos subsistir sin ellos.

Algunos, yo lo entiendo, con los años acumulamos tal cantidad de publicaciones que hemos de distribuirlos por todos los rincones de la casa; cualquier hueco es ideal para ubicarlos; hasta debajo de las camas, en el suelo y sobre la mesa de trabajo apilados en precario equilibrio. Hace unos días, entre los miles de libros y en segunda fila, buscando uno encontré otro durmiendo el sueño de los justos, publicado por Editorial Blume en 1973. De aquella me impactó su contenido y, en la actualidad continuo comulgando con sus principios. Se trata del ensayo realizado por el economista alemán Schumacher, quizás uno de los 100 libros más influyentes en su época, titulado "Lo pequeño es hermoso".

Medio ajado, con las páginas amarillentas, subrayado por todas partes, me queda de él su recuerdo revisionista contra la sociedad de consumo -principios del ecologismo actual-, tan mal visto en dicha década. El autor argumenta que la economía moderna es insostenible; que los combustibles fósiles, además de agotarse, son incompatibles con la conservación medioambiental y que el género humano debe luchar por conseguir un desarrollo sostenible. Lo que el ensayista resume en la siguiente frase: "Un máximo de bienestar con un mínimo de consumo".

Aunque, siendo importante, no es este el pensamiento al que pretendía conducirles pues, infinidad de aquellos lectores ampliamos su doctrina a mínimos coherentes con el espacio que habitamos y que, en agradables detalles, proporcionan confort a nuestra vida. En este mundo, hemos de comprenderlo, el bienestar no consiste en anhelar el Mercedes de lujo; el piso de 500 m2, la segunda vivienda en el campo con piscina olímpica y 20 cuartos de baño; los viajes de ensueño a los confines del mundo -todo ello muy respetable-, cuando sin agobios ni estrés podemos participar en otro festín de palabras, obras, imágenes, hechos y objetos, naturales y artificiales que, a cada segundo, nos ofrece el devenir diario. Sin ánimo de hacer proselitismo ni dirigir sus preferencias, aquí les propongo una serie de posibilidades para deleitarse y alegrar el día con "lo pequeño es hermoso". ¡Vale la pena!

No es necesario ir muy lejos, simplemente por los alrededores de la ciudad; elige la primera "caleya" que te apetezca y síguela, siempre ojo avizor porque las sorpresas agradables no avisan. Escoge entre la aurora y el crepúsculo para embriagarte de susurros frescos. Déjate llevar mientras saboreas tal sinfonía de luz, color y música. Admira aquel mirlo con librea negra y pico amarillo picoteando en la pradera cercana que, cuando nos aproximamos, emprende el vuelo con histérico piar. ¡Quieto! El cotilla mayor del reino, el barbilampiño pimentonado de fino pico, el raitán, viene a saludarnos, solo le falta columpiarse en nuestro hombro y charlar un ratín.

¡Tampoco hace falta correr tras especies exóticas! Antes de llegar a aquel rincón sombrío en el que reclama a coro un bando de tímidos pechirrojos y picogordos, conocidos como camachuelos, sopla con ganas un diente de león, aprecia los ombligos de Venus, acaricia sin pincharte un cardo borriquero, admira unas correhuelas o la flor de las ortigas mientras escuchas la agorera canción de la curuxa en lo profundo del bosque. Siempre, siempre saldrá a tu encuentro algo excepcional, al menos eso te parecerá. Suficiente para pasarlo bien.

Y sin salir de la población, por ejemplo, en Oviedo, propongo que, al menos una vez al mes y al atardecer, vayas a la iglesia de las Pelayas y, sentado en el último banco, escuches las Vísperas interpretadas por las monjas benedictinas, tanta emoción te erizará el vello. Ya de noche, en un día lluvioso, pasea por el Parque de la Rodriga para ver los últimos "Dragones de Oviedo", salamandras negriamarillas de larga cola, vivíparas que tan solo sobreviven en recintos aislados de la ciudad: inofensivas y preciosas, dignas de admiración. En la hora bruja sestea por los alrededores de la Catedral, conversa unos instantes con doña Ana y escucha las campanadas en el antiguo. Cuando llegues a casa relees unos versos de Jorge Guillén o León Felipe y no pidas más, a descansar.

De acuerdo, si bien no es necesario decirlo, sé que estas recomendaciones no proporcionan riqueza material pero sí abren el pórtico a la placidez intelectual y a la paz del espíritu. Practícalas de vez en cuando, te sentirás mejor.

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