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La ciudad y los días

Lanza rota por un buen alcalde

Luis Riera fue sólo un hombre consecuente

En un audaz reportaje de Elena Vélez sobre el colectivo teatral Margen, publicado ayer en estas páginas, se alude a Luis Riera, primer alcalde titular de la democracia en Oviedo de 1979 a 1983. Luis fue sin ninguna duda un buen alcalde, que no cobraba sueldo, al que cabe atribuir, entre otros logros, la solución de algunos problemas municipales propios del tiempo como la traída de aguas, la Ronda Sur de la ciudad y la consecución del Mundial de Futbol de 1982.

Luis había sido concejal con el alcalde Valentín Masip en tiempos de Franco. Fue también diputado provincial, directivo del Real Oviedo, presidente de la SOF y del Centro Asturiano, entonces de La Habana, al que puso en órbita. Es razonable, pues, que haya sido distinguido con el honroso título de Hijo Adoptivo de Oviedo con una calle a su nombre, la Paxarina de Oro y una escultura de Linares frente al templo de San Juan.

Deportista, conversador, polémico (este escribidor tuvo con él una amistosa controversia periodística sobre el Concilio), cristiano confeso pero en absoluto carca, Riera es aludido en el referido trabajo publicado ayer en LNE por haber prohibido la representación de la obra "De vita beata", del grupo Margen, en el Teatro Campoamor. Se dijo que por el programa de mano -los angelitos del escudo ovetense, con el culo al aire- más que por el espectáculo propiamente dicho.

Del texto periodístico se deduce que se trataba de "un retrato descarnado de la sociedad ovetense" (sic) e incluía una masturbación y una blasfemia por lo menos. No entra este comentarista a ponderar el interés cultural y las virtudes escénicas de la obra en aquel tiempo, ni tampoco entra a valorar que no se descarte una nueva versión actualizada de la obra como se afirma, Pero siempre digo que no es adecuado juzgar el ayer con criterios del día de hoy.

Luis Riera, como queda dicho, era cristiano confeso, miembro de aquella potente Acción Católica del tiempo, y en una larga entrevista que este periodista le hizo entonces, publicada aquí mismo el día18 de mayo hace ahora 26 años, confesaba que le costó trabajo sentirse olvidado tras una larga vida de presencia y gran actividad pública. Me enseñó entonces el texto de una oración que llevaba en la cartera y al parecer había empezado a recitar todos los días. Decía así:

"Señor, enséñame a envejecer. Convénceme de que la comunidad no es injusta conmigo si me va quitando responsabilidades, si ha llamado a otros para que ocupen mi puesto. Que yo vea en este gradual despego de las cosas solamente la ley del tiempo y considere este relevo como una de las más interesantes manifestaciones de la vida que se renueva. Haz, Señor, que yo sea útil todavía sin lamentarme del pasado. Que mi salida sea sencilla y natural como una puesta de sol (?). Señor, enséñame a envejecer".

Repito que Luis Riera no era ningún carca en el sentido que a tal palabra se le atribuye. Y que su actitud de hace casi cuatro décadas ante la mencionada obra de teatro no era más que un acto de consecuencia con los modos de la época. No juzguemos el ayer con criterios del día de hoy.

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