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El Otero

Preguntas en el adiós

Ante la marcha del párroco de San Pedro de los Arcos

Desconozco los motivos por los que mi madre declinó ir a la Residencia Sanitaria; nací en casa. En un cuarto piso sin ascensor en aquel Vallobín que quería ser urbano pero no se quitaba de encima su espíritu rural. En la misma habitación en la que crecí, soñé, jugué e imaginaba, despreocupado, un futuro que parecía inalcanzable. Supongo que, en algún momento, aquellos ojos recién abiertos, no exentos de curiosidad, mirarían a través de la ventana asomándose a aquel entorno novedoso. Sobre los tejados de hogar despuntaba a un lado el Naranco. Siempre presente. Y al frente, coronando un aún desconocido horizonte, la cúpula bermeja de San Pedro de los Arcos. Orgullosa en su Otero. Entre praderías ancestrales. Presidiendo una extensa y centenaria parroquia que parecía resistirse a ser engullida por una ciudad que crecía en rededor sin remedio. La imagen de la torre que veía cada día al levantar la persiana, en palabras de mi amigo Alberto Reigada, me fascinó. Al poco tiempo casi estrené el colegio que se había inaugurado a sus pies. Y, cada día, desde clase, durante años, recorría sus rosáceas y rugosas paredes. Fantaseaba con trepar a su torre y, sentado en su campanario, oteando la ciudad, me dejaba sorprender por cientos de preguntas. Los años pasaron y esa curiosidad me llevó a rebuscar por donde pudiera hallar algún dato que diera respuesta a tal o cual pregunta. Y en "San Pedro de los Arcos: una historia milenaria" vi saciada una buena parte de aquella curiosidad. Una historia más rica de lo que podría siquiera imaginar en aquellas tardes de colegio en los que me evadía de la clase y me quedaba, alelado, mirando cualquier detalle. También la vida me llevó, allá por 1979, a acercarme a una una Iglesia renovada y renacida. A una parroquia en la que entré a formar parte de una comunidad juvenil que intentaba implicarse, desde la fe, en la compleja realidad de un barrio que sufría muchos problemas y soportaba muchas carencias. Han pasado casi cuatro décadas y ahí seguimos. Intentando conseguir una sociedad un poco mejor. Y en ese camino me he encontrado con muchos nombres que, desde la responsabilidad de párrocos o coadjutores, trabajaron por encarnar esa Iglesia en la sociedad en la que vivían: Rafael, Alberto, Adolfo, José Antonio y, desde hace casi dos décadas, Jorge. Una extensa nómina desde el primer nombre que fui capaz de identificar: Diego de León y Solares en el año 1740.

Pero a inicios de julio una noticia nos sorprendió: Jorge se iba: noticia, sin duda, desconcertante; más aún, teniendo en cuenta que no se le asigna un nuevo destino. Todos sabemos que en materia de cambios la última palabra la tiene el obispo. Cierto. Pero, ¿la penúltima palabra no la deberían tener los propios curas afectados y la antepenúltima los laicos de cada comunidad? La sorpresa dio paso a la incomprensión. A la pena. Y, finalmente, a cierto sentimiento de rebeldía. Casi como un acto reflejo pensé de inmediato en releer el documento del Plan Pastoral Diocesano; de alguna manera, la brújula que ha de guiar a la diócesis. Sus conclusiones se derivan, en buena medida, del sínodo diocesano. Este plan pastoral consta de cuatro objetivos fundamentales; en todos figura como centro de la acción el pueblo de Dios; o sea, los miembros de la comunidad parroquial de San Pedro, por ejemplo. En el primer objetivo se lee: "Contando con todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera corresponsable y participativa (..) para que todas las instancias caminemos y construyamos la comunidad eclesial". En el segundo se incide: "En comunión de misión: sacerdotes, religiosos y laicos" Pues bien, me pregunto, ¿dónde está la opinión de los laicos en todos estos cambios? ¿Tienen las comunidades parroquiales algo que decir en los nombramientos de nuestros párrocos? Ante estos cambios, ¿se ha consultado la opinión de los consejos pastorales o de algún grupo de las comunidades? ¿Se ha preguntado o consensuado, de alguna manera, la opinión de los propios interesados? ¿Hacemos planes pastorales porque el papel lo aguanta todo? ¿Creemos en ellos? Quiero pensar que sí; no en vano es fruto de la opinión y votación de los laicos de toda Asturias. Lo contrario implicaría seguir anclados a una iglesia piramidal y jerarquizada donde a golpe de báculo se rigen destinos y futuros sin empatía alguna con los laicos ni preocupación por el dolor de alguien que se ve obligado a dejar su comunidad -que funciona de forma muy notable- sin saber muy bien por qué ni cuál será su futuro. Preguntas para las que no estoy seguro de tener las respuestas adecuadas.

En cualquier caso, la decisión está tomada. Y querido Jorge, te irás. Y como dice la canción: "algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Te has ganado a la gente muy a tu manera. No eres un gran "activista". Pero sabes hacer equipos. Posees la gran inteligencia de dejar hacer. Apoyas. No excluyes a nadie. A quienes, por distintos motivos, se acercan a la parroquia los acoges respetando singularidades. Sabes hablar con cercanía. Con humor. En tus homilías llegas a la gente por que crees lo que predicas. Y lo dices con un lenguaje que todos entienden. Tienes la humildad de saber reconocer errores propios y comprender los ajenos. Los niños y los jóvenes te quieren. Tu experiencia misionera te dio, sin duda, una sensibilidad especial hacia los inmigrantes; bien lo saben? Podría poner muchos más méritos (los defectos, que haberlos los hay, se minimizan) así que, claro que te vamos a echar de menos. Mucho. Pero creo que te puedes ir contento. Formas parte ya de esta larga historia que a lo largo de los siglos ha ido conformando la parroquia de San Pedro de los Arcos. Y puedes sentirte orgulloso. Por supuesto que tu sustituto puede estar seguro de que tendrá toda la colaboración y cariño desde el primer día. Pero en este momento de la despedida creo que lo único que te podemos decir es recordar esas palabras de Pablo a Timoteo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día".

Nos seguiremos viendo por las esquinas de la vida.

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