A los que tenemos serias dudas de que el rock todavía sigue siendo un lenguaje eficaz, conciertos como el del sábado de madrugada de "León Benavente" en la plaza de la Catedral nos obligan a revisar las tesis y nos reconcilian con las posibilidades del género. El cuarteto no es precisamente ni un "hype" ni una reunión de chavales. Y por eso sorprende más que cuatro rockeros con sus cuantos palos a la espalda sean capaces de resultar tan contumaces y contemporáneos.

El remate de una gira siempre es un momento dulce, y las bandas llegan en plenas condiciones. La despedida de un par de años tocando su segundo trabajo, "2", fue emocionante por lo que tenía de vuelta a casa para el paisano Luis Rodríguez, bajista de Moreda criado en la noche ovetense y que con "los leones" se muestra como un guitarrista eficacísimo y esencial, sin regalar ni una nota de un riff ni estirar una cuerda de más.

Toda la banda, en realidad, depura un trabajo de lenguaje rock muy documentado en toda la historia del género que acaba aterrizando en una propuesta hipnótica, con sus gotas psicodélicas y sus dosis justas y afinadas a la recuperación de texturas electrónicas pasadas, tan del gusto del momento.

"Abrahan, toca la que sabemos", gritaba uno a mi espalda. Y precisamente la banda va de todo lo contrario. Supongo que el tipo se refería a "Ser brigada", con la que cerraron. Pero no hacía falta corear para estremecerse con la intensidad de "Gloria" o la verdad de "Habitación 615".

"León Benavente" sacuden los tópicos y meten el dedo en todas las heridas. Esto no va de cantar el single. Su neoexistencialismo punk encaja con un momento (ahora) y un lugar (España) de una forma mucho más precisa que lo que ha pretendido hacer en los últimos años su jefe, Nacho Vegas, en la labor de la canción populista. Los músicos de Nacho, cuando trabajan de Leones, no hacen panfletos, en el buen sentido, pero sospecho que sacuden más conciencias. O resultan más despiadados.

Me queda la duda de qué podría hacer este grupo si sumara otra figura al frente del directo. No diré que Abraham Boba no fascina ni que su forma de abrazar el cielo y azotarse el muslo cuando canta, salta y rabia por encima de sus posibilidades como un sátiro altivo está en el corazón mismo de la propuesta. Pero sospeché que a todo ese talento le falta un no sé qué para dejar de ser espectacular y convertirse en algo histórico e irrepetible, sólo al alcance de los grandes. En todo caso, les queda carretera y años. Y lo veremos.