La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Valdés, el hombre que resucita los libros

Sobre un verdadero santuario del libro y un lujo para la ciudad

Quede claro que lo que les voy a contar está escrito sin el menor ánimo de correr la voz; lo hago porque siempre me han apasionado sus fondos: los que están a la vista, los bajos y los secretos (si es que a estas alturas de la vida existen para mí). Sin duda, para gozarlas en plenitud hay que ser adicto a ellas desde siempre. Hombre (dicho sin atisbo de machismo), también se puede uno iniciar en este mundo y apreciarlas, en todo lo que valen, a pequeños sorbos. Aunque lo mejor sería penetrar en su intimidad de la mano de un experto pues no es fácil distinguir entre tantas siluetas y a simple vista quedarnos con la que más nos interesa.

Cualidades a tener en cuenta: no ha de faltarles belleza exuberante, piel tersa a la que no le falten grecas, llamativa tela por vestido, probada vida interior, interesantes, en edad de merecer; derrochando filosofía, conocimientos, cultura; a veces actúan en clave de humor, son heroínas, confabuladoras, asesinas; alejadas de la pornografía pero devotas del erotismo sutil; si las olfateamos de una en una huelen de maravilla, en conjunto perfuman un gran salón; solo si estás bien avezado a manejarte entre ellas podrás defenderte de tantas propuestas tentadoras, principalmente si se apiñan contra las paredes, de canto y alineadas, enseñando solo lo imprescindible, el dorso.

No hace falta decir que estamos hablando de publicaciones literarias a las que exigiremos una buena encuadernación, a ser posible en piel con los cantos dorados; si esto no es posible, que sea en tela con una sobrecubierta en la que luzca una hermosa portada; con un contenido que aporte sabiduría al lector; no olvidemos el ingenio que amenice los argumentos de acción, terror, policiacos, ciencia ficción, voluptuosos; el rigor en los históricos, académicos? Si los abrimos por cualquier página ha de satisfacernos su contenido; si metemos la nariz entre sus hojas ha de impregnarnos con un olor característico que, multiplicado por mucho, se transforma en pura esencia. Compruébenlo en cualquier biblioteca.

Por supuesto, tampoco era esto último lo que pretendía resaltar. Yo quería referirme a las librerías de viejo y dentro de ellas a un verdadero santuario del libro: la Librería Anticuaria, un lujo de Oviedo. No es necesario que lleven curiosidad, ella se presenta sola mientras contemplamos el escaparate. No les digo nada cuando penetramos en su recinto; ¡La sorpresa es mayúscula! Lo primero que se preguntarán, tras saludar a Isabel y sortear un vetusto paragüero: y ahora ¿por dónde paso? Las torres de libros se alzan por doquier tratando de alcanzar el techo, cerrando el paso a todos los destinos posibles. Es cierto que se parece más al camarote del capitán de un barco pirata en busca de un tesoro que a la biblioteca de un nuevo rico: los mapas antiguos y los legajos así lo atestiguan.

Antes de nada, reposen la mirada y, sin darle tregua, echen un vistazo en rededor. Un interrogante saldrá a su encuentro, ¿los anaqueles nacieron anarquistas o se hicieron con los años? Es imposible albergar tantos libros con este ejemplar desbarajuste, todos tan apetitosos, apretujados y en todas las posturas posibles excepto retorcidos, porque sería contra natura. Pronto nos vemos atrapados en una jungla de hojarasca impresa en la que no cabe el agobio. Por otra parte, es llamativo, cada vez que movemos los pies por este sendero literario los ejemplares ?parecen pertenecer a Lewis Carroll? cobran vida para cedernos el paso, reclamando atención cada uno a su manera: por provecta edad, lujosa encuadernación, llamativo título?, el caso es que cuando elegimos uno y acariciamos su lomo, escuchamos al resto suspirar amargamente por haberlos desechado.

La prisa hemos de dejarla a la puerta pues está reñida con este divino mundo, sobremanera si decidimos acceder al sagrado despacho de José Manuel Valdés. Si bien desentona el ordenador, entrar en él y trasladarnos al siglo XVIII es todo uno. Pequeño confesionario en el que Valdés, que bajo sus ojillos traviesos luce burlona y bondadosa sonrisa, recibe y actúa de sumo sacerdote para introducirnos en los arcanos del libro antiguo. La obra impresa más que acumularse parece levitar. La mesa de trabajo hay que adivinarla y por suerte para Valdés tan solo una silla emerge del real batiburrillo. Si más hubiera menos le dejaríamos trabajar, correríamos a sentarnos a su lado para gozar con la amena conversación del hombre que resucita a los libros. ¡Qué ellos les acompañen!

Compartir el artículo

stats