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La columna del lector

Mi madre falleció en el HUCA

Poco hacía presagiar que la noche del 23 de junio, la más corta del calendario, este año se nos haría tristemente eterna.

El 23 de junio mi madre accede al servicio de urgencias del HUCA quedando ingresada en la sala de atención B, sillón número 12.

Dicho sillón, situado en la esquina del fondo de la estancia, estaba roto por la zona del asiento y sobre él ni siquiera una sabanilla desechable que pudiera disimular su deterioro y fundamentalmente prevenir infecciones cruzadas. En el suelo, gotas de sangre reseca.

En esta área de alto riesgo infeccioso ha de extremarse la higiene, debiendo ser solventada inmediatamente cualquier incidencia para evitar males mayores. Considero una temeridad "despachar" un paciente tras otro sobre el mismo sillón sin protección alguna. Es algo que debería estar incluido en el protocolo de actuación.

Mi madre pasó aproximadamente ocho horas allí, con un dolor e incomodidad indescriptibles. Aferrada al bolsillo de mi pantalón e implorando a su madre, ya fallecida, que cesara el dolor.

Una anciana de 84 años con neoplasia de recto, diarrea incontrolable, fuerte dolor abdominal, estómago inflamado y alta frecuencia cardiaca estuvo varias horas "aparcada" en la sala de sillones. Dicha sala, no preparada para largas estancias, no preservaba su intimidad en absoluto. Tal es así que, tras el segundo episodio de incontinencia fecal sufrido por ella, un miembro del personal comenta en voz alta: "Aquí huele a mierda". No hubo respuesta alguna. A la supervisora no llegué a verla ni oírla.

Un poco más de respeto y profesionalidad en un lugar donde se aúna tanto dolor físico como psíquico no estaría de más. El trato humano es tan importante como un tratamiento médico adecuado.

Por otro lado, no observé que le asignaran ninguna identificación, para evitar equivocaciones. No fue bien reubicada tras la realización de la primera prueba, y fue confundida con otro paciente a la hora de llevar a cabo una exploración superficial. Sería conveniente mejorar el seguimiento del paciente mediante dobles identificadores.

Tampoco estuvo clara la identificación de los médicos. De hecho, no tuvimos conocimiento de quién era realmente el responsable de la unidad, ni siquiera tras el informe entregado, pues firmaba el mismo doctor asumiendo todas las categorías allí relacionadas.

Reseñar que la participación de los MIR, bajo supervisión directa de los facultativos, es de carácter instrumental, por lo que no se puede pretender que suplan a los médicos de plantilla. Su capacidad de respuesta es limitada y la toma de decisiones más lenta. Debería ser el adjunto el que las adoptara sin esperar a que le fueran propuestas por sus subordinados.

Por otro lado, y en vista de lo vivido, considero que sería beneficioso que se ofrecieran más detalles sobre los tiempos de espera habituales, lo que contribuiría a reducir el estrés de la situación.

La atención urgente adecuada pasa por una respuesta rápida. No tratándose de un caso de saturación del servicio (había incluso sillones vacíos). ¿Cómo no se decidió su traslado a un box y posterior monitorización tras tantas horas? ¿Cómo fue posible que tardasen tanto tiempo en constatar el deterioro de su condición clínica? No me gustaría pensar que el hecho de que se tratase de una señora de más de 80 años hubiera tenido algo que ver en ello. Quizá podría haberlo solicitado, pero se supone que son ellos los que saben y valoran. En un momento en que simplemente estás sobrepasado, quedas a merced de lo que decidan los profesionales y no en situación de realizar peticiones, que por otra parte no suelen ser bien acogidas por los facultativos. No se suele cuestionar el castigo del maestro a nuestro hijo a principio del curso.

A mi madre le realizaron tan solo una analítica, una exploración superficial poco esclarecedora y un TAC (tras uno previo fallido). La pasividad ante el sufrimiento de mi madre fue lo peor, de tal forma que hasta en tres ocasiones tuve que solicitar analgesia. Entre hacer las cosas con calma para evitar errores y la pura indiferencia ante el dolor ajeno hay un término medio deseable.

Al no estar pendientes de su estado, cuando realmente se percataron de la gravedad de la situación, sus constantes estaban completamente alteradas y no hubo forma de estabilizarlas. Posteriormente fallecería a las pocas horas, ya en la UCI.

Está claro que el problema médico de mi madre hubiera requerido una mayor diligencia y un enfoque distinto que exigía una atención superior por la situación desde la que se partía.

Su muerte no derivó de la enfermedad primaria, tratable y operable, sino de una obstrucción de la arteria mesentérica que nadie fue capaz de diagnosticar hasta que fue demasiado tarde (afirmaban que se trataba de una simple colitis derivada de su patología de base). No se me escapa la dificultad que presenta identificar esta enfermedad, pero las pruebas realizadas no permitieron dar con el origen de aquel dolor lacerante y, ante la escasez de hallazgos físicos especialmente relevantes, debería habérseles ocurrido monitorizarla.

No pretendo solicitar una obligación de resultado, que en ámbito sanitario no tendría cabida, sino a una obligación de los medios razonablemente exigibles por parte de cualquier paciente.

Por todo ello, quiero poner de manifiesto mi insatisfacción en cuanto a la diligencia en la gestión del proceso asistencial de mi madre, así como la higiene, coordinación y fluidez de la información.

Quede claro que me estoy refiriendo a un supuesto muy concreto y no se debe generalizar.

Desearía con estas líneas poder ayudar a futuros pacientes de un servicio que nos incluye a todos. De seguro que mi madre, que tanto bien hizo en vida, se vería recompensada si incluso su fallecimiento sirviera para generar una toma de conciencia sobre lo aquí expuesto, y en esa confianza escribo estas líneas.

Queridísima madre: hubiera removido Roma con Santiago para que tus últimas horas hubieran sido cómodas y felices, pero lo que no sabía es que estábamos a final de curso.

Mamá, moriré queriéndote.

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