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No siempre hubo desidia en el Campo

En otras épocas el pulmón de la ciudad merecía mayor respeto

No lo será, pero dentro del periodismo un axioma que no debía de faltar es aquel que dice: cuando una noticia produce lectores y resultados hay que exprimirla al máximo. No es el caso, pues si en cuanto al primer enunciado reclama atención e incita a consumir la letra impresa, en el segundo no se observa respuesta -ni siquiera sé si se espera- por parte de los responsables de Parques y Jardines. Hasta el momento, la única preocupación que han dejado entrever es la ausencia de pavos reales y ardillas; ninguna de las dos especies son símbolos de Oviedo, ni reintroduciéndolas serán solución y respuesta al sobresaliente deterioro del Parque.

No piensen que la desidia siempre fue mayúscula. En otras épocas el lugar merecía mayor respeto que en la actual. En julio de 1526, la ciudad mandó pregonar que "ninguna persona sea osada de cortar ningún árbol ni rama en el campo de San Francisco, so pena de dos reales a cada uno que lo contrario hiciere y que, bajo la misma pena, no echen basura a la puerta del campo". En abril de 1543 ordenan que no pasen ni atraviesen carros por el mencionado campo. En octubre de 1575 se aprueba que "ninguna persona lleve lechones ni ánsares a los campos de San Francisco y Santo Domingo, so pena que los presoneros los puedan prendar". En abril de 1597, vuelta otra vez, la ciudad manda que nadie atraviese con carros ni tale árboles en dicho lugar.

En agosto de 1619 acuerdan que, como el campo de San Francisco está destruido por el ganado de cerda que entra en él, este se guarde desde primero de mayo hasta fin de octubre, y que "ninguno tenga este ganado en la ciudad y sus arrabales, pena de dos reales por cada uno que se topare".

Es notorio que el espacio que disfrutaba el Campo era mucho más amplio que el actual. Se ve bien en el mapa de Oviedo de Reiter, 1777. Sus dimensiones se prolongaban hasta la huerta del Hospicio; otro tanto ocurría con lo que hoy es Santa Susana, que se incrementaba hasta la zona de Llamaquique; por el lado opuesto seguía perteneciendo al mismo la parte correspondiente de Uría y Escandalera, hasta la Magdalena del Campo, lugar en el que se encontraba la capilla de mismo nombre. Sin embargo, antes de inaugurarse en 1910, la calle del Marqués de Santa Cruz, todo aquel espacio pertenecía al convento de San Francisco -demolido a comienzos del siglo XX-, y a su huerta que, a mediados del XIX, se convirtió en jardín botánico.

Entre los acuerdos de 1840 figura el de se castigará por arrancar los árboles de nueva plantación o desatar los abrojos que los preserva de ser dañados por el ganado. En 1881 se prohíbe la caza en todo su recinto y jugar o bañarse en el lago y, asimismo, para evitar los perjuicios que los perros causan a las plantas en los jardines del Campo, han de llevarse atados.

Como observamos, la preocupación por la buena salud del que con los años sería denominado pulmón de Oviedo, se manifestó a través de los siglos. El mismo rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas Argüelles, publicó el 16 de julio de 1926, en el periódico "El Sol", en la columna "Asturias", el artículo "El árbol y el niño", del que realizamos un pequeño resumen.

"Campo de San Francisco, gala de la ciudad, tiene verdadera personalidad. Es algo inconfundible y único. Su característica consiste en ser un parque discreto, en el que la naturaleza no abusa de su fuerza, ni el arte de la jardinería de su mal gusto. Los árboles y la hierba sus principales ornamentos. Como es lógico, se necesita un cierto mínimum de buen gusto para cuidar de este parque y mantener inalterable su carácter". Y el buen gusto -¡vaya por Dios!, esto lo exclamo yo- no figura en la Ley Municipal, como no figura en el Estatuto, entre los requisitos necesarios para desempeñar cargos concejiles.

"Hace poco tiempo, alguien tuvo la desdichada idea de convertir nuestro parque en un producto de confitería -esto me recuerda que en la actualidad también escucho voces reclamando más zonas ajardinadas, quizás para sustituir su estilo noble y recio por otro cursi y edulcorado-. El que nos dieron a conocer era como obra de repostero, algo digno de memoria. Al final, nuestro parque no fue víctima de una reforma total como la en mal hora proyectada, pero sí está siendo constantemente objeto de atentados parciales que amenazan acabar con él a fuerza de equivocadas mejoras".

¡Vuelta de nuevo al riego de las ocurrencias! Lo digo porque entre las ideas propuestas se observa la de canalizar el tráfico de personas, a través de él, desde Uría, La Escandalera y Fruela. Ya el hijo de Clarín dijo: Oviedo tiene un parque, no muy grande pero sí muy hermoso. Por tanto, algo que no debemos olvidar son sus mínimas dimensiones por las cuáles, bajo ningún concepto, admite más afluencia de paso. Los que quieran conocerlo no lo pueden tener más al alcance de la mano por cualquiera de las múltiples entradas que hay a lo largo de su perímetro, siempre sin forzar el tránsito por su interior. Todo hay que decirlo, contando con que el dinamismo comercial del centro no se deteriore, bienvenido sea disminuir el tráfico rodado a su alrededor.

Si como decía don Leopoldo, "los árboles y la hierba son sus principales ornamentos, pongamos todos los medios para que estos prosperen. Por desgracia, a pesar de que una de sus señas de identidad era su semejanza a un bosque silvestre, en estos últimos lustros el Campo se ha vuelto transparente; no se hace honor al símil a rey muerto, rey puesto pues jamás se repone ningún ejemplar. En este momento desde cualquiera de sus ángulos se divisa el paso de los coches y se percibe el ruido que producen. La repoblación forestal brilla por su ausencia, este es otro de los innumerables males que aquejan al Campo San Francisco y que no es necesario reseñar pues, a diario, se reflejan en estas mismas páginas clamores por su plena rehabilitación.

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