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Con vistas al Naranco

En la estela bien novelada

La relación de Oviedo con la literatura

"Los mosquetes están construidos en Oviedo, según los últimos adelantos? con ellos se puede dar en el blanco". Passuth, Laszlo, "El dios de la lluvia llora sobre México"

Perorando con la portada de "Una ciudad bajo la lluvia", de Victoria R. Gil, en el Salón de Té del Campoamor, recordé al grande Antonio Alonso, "Alonsín", del que el Museo de Bellas Artes y la Fundación Cajastur conservan valioso archivo.

Alonso disparó su cámara ante la maravillosa cúpula de Del Busto, esquina entre Suárez de la Riva y Principado, antes de que una readaptación, por llamarla de alguna manera, en los primeros ochenta, destrozase beldad (ver pág. 476 de "Libro de Oviedo" de Ediciones Naranco. 1974). Es la imagen difuminada, e ignoro si intencionada, que Septem Ediciones / Marta Magadán ofrece, ángulo frontal, en trama de lluvia eternizando quietud sin que se adivine si anterior o posterior al estropicio del multicolor irradiado. Y es que la divina lluvia para Passuth y terca para Cunqueiro, y aún más si orbayu, en G. Pavón, Borrow, Hutington, Ricardo Salmón y Fulgencio Argüelles, iguala todo en esta ciudad, el presente y pasado que cantaban Ana y Víctor Manuel, como la salpicadura de un charco que describiría la Nobel canadiense Alice Munro. Si el charco fuese francisco incitaría a apasionada rebusca, libresca y memorialista, en el poemario de Fernando Beltrán, creador además del dardo / topónimo literario Lloviedo, atracción evocativa por sí mismo.

Alonso / Alonsín fue gran artista, apenas reconocido en su Oviedo, que, además de retener viento y aguacero despiezado de Vetusta y los cuadros de las exposiciones, derrochó otros rasgos de su genialidad en trato cotidiano. Compartía estudio en la calle Fruela, 6, con otro genio plástico, también muy nuestro, Carlos Sierra, sierense, orgullo de nuestra ciudad y de mi generación. Alonsín y Sierra nos dan pruebas contenidas, mientras Victoria es eslabón de la diadema, palabra bélica prestada de Gerardo Diego, bien novelada, para otros, Cachero dixit, simplemente muy novelada, cuyas alhajas, o incrustaciones, han sido (Lesage, Clarín, Ayala, Palacio, Jove, Medio, Pavón, Perec, Julia Ibarra, Quiñones, Sara Suárez, José Avello?), son (Fernando Fonseca, Alfredo Bryce, Xuan Bello, Casaprima, Monteserín, Francisco G. Orejas, Adolfo Camilo, Victoria misma?) y serán?

Una vez, visitando a Sierra, "Stillnes and fury" (Calma y furia) en ciernes, me sorprendió una voz no bien sincronizada que provenía de la dependencia contigua que ocupaba Alonsín, ese instante vacía penumbra. La vieja radio, sintonizada en la misma longitud de frecuencia, hasta que las ondas cambiaron y el fotógrafo pasó a escuchar cuando estaba, incluso cuando no, otra emisión, sin girar dial durante la siguiente década y media.

El día que Alonsín murió, Carlos ya se había trasladado a su nuevo estudio de El Pasaje, varios amigos nos encontramos en el rellano de la escalera sobrecogidos porque la radio, ¡¿o era transistor?!, había desprogramado en un pitido exasperante de irrecuperable voz, sin colatura artística en un piso cuyo ambiente y vecindad eran Arte en estado puro, evaporado salvo espectros esfumados en fotos. Supe de la misma que Alonsín nunca se había apellidado Alonso, aunque lo asumiese con su aire sarcástico a George Brassens, pícaros mostachos incluidos. ¡Era José Antonio Sánchez García!; Alonso venía de su familia avilesina a la que reconocía aprendizaje oficioso del que devinieron geniales mixturas angulares y / o encuadres que pasarán la página del crono.

Victoria permanece entre esos restos quebradizos de aquella onda inextinguible que me llega muy dentro desde que irrumpió en el mundo de la escritura y de Oviedo por cuya obra le felicito efusivamente. Lo afirmo no sólo como su lector, sino también por nuestros comunes carbayonismos e incondicionalidad a sus ancestros, imanes evocativos imparables.

La simbiosis interdependiente, en espiral, de lluvia y ciudad es inmutable, mientras el cambio climático no acabe con nos. En la adaptación fílmica de "Aimez-vous Brahms?", un personaje central de la dispersa Françoise Sagan, encarnado por Ingrid Bergman, llega a creer que sus lágrimas se borrarían con el automatismo parpadeante del limpia parabrisas. Nada así cabría en el Oviedo / Lloviedo que resucita Victoria, anterior a los parabrisas, incluso a la popularización desgarradora de la errática radiofonía alonsina. Autora y editora optan por perpetuar goterones, sin remisión compasiva siglo y medio después aunque proclamo: ¡bendito el cielo y sus descargas frecuentes, por fortuna casi siempre benignas!

José Montero García presentaba a la simultánea aquella misma tarde del Salón de Té / Septem / R. Gil en otro templo, también sacralizado en librería, "De Victoria en Victoria".

Pues eso.

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