La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica / Música

Confidencias no compartidas

Un imprescindible programa de música española

La parte de música española y contemporánea, imprescindible en la programación de nuestras orquestas, vino de la mano del estreno de la composición de Israel López Estelche (Santander 1983) titulada -poco inocentemente, parece obvio-, Victoria's secret for orchestra, compuesta sobre -más bien con-, la música del que es probablemente el más grande polifonista de la historia de la música, Tomás Luis de Victoria (c.1548-1611), dividida en dos partes diferenciadas, la primera sobre el Magnificat primi toni, y la segunda sobre Regina caeli, laetare; todo con los efectivos orquestales separados en dos grupos, diferenciados en los vientos, y un tercero con la percusión y el arpa. El compositor ha optado por ceñirse a la música original, en vez de basarse en ella para llevarla hacia una suerte de "deconstrucción" -procedimiento explorado ya hace décadas-, ofreciendo una especie de palimpsesto, "la huella de una escritura anterior", sobre el que aporta la textura de su orquestación, "los textos del pasado son desdibujados con sutileza a través de sonoridades que surgen de superposiciones y combinaciones poco frecuentes", con una orquestación "que rememora la sonoridad organística y crea la ilusión de una resonancia eclesiástica" -la escucha en un contexto catedralicio, por ejemplo, amplificaría enormemente, a mí juicio, ese marco sonoro como parte del efecto-. "Los contrastes tímbricos -continúa escribiendo el profesor Julio R. Ogas en las notas al programa-, crean una textura de melodía acompañada de ciertos rasgos rítmicos no imaginados en la época de Victoria, lo que ahonda, aun más, en la idea de desdoblamiento temporal y sonoro de la propuesta". La obra, sin excesos en su orquestación ni en la línea conductora, tuvo una más que aceptablemente buena acogida por parte del público. Muy difícil tarea, y arriesgada, es la de intentar superar -no es que sea la intención, evidentemente-, la experiencia auditiva de una música que en su forma original es en sí misma insuperable. Esperamos con impaciencia el estreno ya próximo, también en Oviedo, del concierto para violonchelo del mismo compositor.

Como solista del concierto se presentó la Isabel Villanueva (Pamplona 1988), con el Concierto para viola y orquesta (1929) de William Walton (1902-1983), sin duda uno de los grandes y más hermosos del repertorio de dicho instrumento. Su escucha resultó inquietante. Por un lado se intuyó, se percibió y en ciertos momentos emergió con algo más de claridad, la calidad interpretativa de la violista navarra en afinación, con una clara, fácil, amable digitación, también con enorme facilidad y soltura con el arco. Sin embargo, en prácticamente todo el concierto el instrumento solista quedó relegado a un incomprensible segundo plano. Cuando emergía cierta la dosis de sonido violístico adecuado, éste era de gran calidad, la propia del instrumento aportó, también, sutiles matices, pero el resultado general fue el de un extraño protagonismo sonoro de la orquesta, con añadidas e intermitentes veladuras solísticas. A las cualidades que, indudablemente tiene Villanueva como instrumentista, le faltó lo esencial para un concierto de estas características, sonoridad, auténtico protagonismo, amplitud en un cantabile que se quedaba corto, presencia suficiente para transmitir la hondura y la profundidad expresiva del instrumento en este concierto. La obra no es fácil por los intrincados y continuos cambios de compás, por el vuelo y los recursos que explora el instrumento solistas, ni por la compensación con la propia orquesta, además de la expresividad que emana de toda la obra, pero sin el protagonismo del solista nada adquiere verdadero sentido. La dirección de Yaron Traub tuvo que lidiar con este handicap. Bonito, y hasta elegante incluso, el arrorró "Duérmete niño chico", la propina de Villanueva en solitario. Esperamos volver a escucharla de nuevo en un repertorio más camerístico que tal vez se adapte mejor a su personalidad solística. En la segunda parte se interpretó una muy correcta "Séptima" sinfonía de Beethoven, convenció sin llegar a ofrecer una propuesta diferenciada. Me quedaría con el Allegretto, un movimiento que casi podría ser una obra en sí mismo, y que tantas sutiles lecturas dinámicas ofrece a pesar de la sencillez de su escritura, en él se consiguieron pianísimos delicadísimos, es siempre un dulce para la cuerda, y también para el aficionado que lo disfruta. Lástima que algunos otros y más seductores secretos del programa se quedaran en confidencias no del todo compartidas.

Compartir el artículo

stats