La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Otero

Cuando duele la vida

La belleza del hecho de vivir

¿Quién no ha experimentado en carne propia el amargo regusto de una pena profunda? ¿Quién se ha librado del doloroso pellizco de la frustración? ¿Quién ha estado libre de sentir la hiriente y asfixiante punzada de la ansiedad? ¿Quién no se ha despertado, sudoroso e inquieto, por el monstruo del fracaso? ¿Quién no conoce a alguien que se ha sumido en ese hondo, lóbrego y horrendo pozo de la depresión? La vida es hermosa, qué duda cabe, pero hay muchos días en los que no es tan fácil afrontar un amanecer cuando creemos que, por más que esperemos, no veremos lucir el sol. Cuando sabemos que las horas, los días, se tornan en incesante tormento.

Hace unas semanas, el Teléfono de la Esperanza presentaba en Oviedo una campaña bajo el lema: "El dolor no habla, gime en el corazón hasta que lo rompe", iniciativa puesta en marcha con motivo del Día Mundial de Prevención del Suicidio. Voluntarios del Teléfono de la Esperanza reciben en Asturias al menos una llamada diaria de personas con intenciones suicidas. Personas que se asoman, desesperanzadas, al negror de un irresoluble abismo personal. Pero, aun al borde de ese funesto precipicio, ¿hay lugar para la esperanza? Sí. Sin duda. ¿Fácil? En absoluto. Ni mucho menos. Acabo de releer un magnífico libro: El hombre en busca de sentido, del psiquiatra austriaco Victor Frankl, superviviente a los campos de exterminio de Dachau y Auschwitz. Lugares en los que, sin duda, se encarnó el horror, el terror; lo más vil e infame de la condición humana. Frankl, después de vivir esa experiencia recompuso el, a buen seguro, hombre roto que fue y nos legó una memorable reflexión que merece la pena ser tenida en consideración: "A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino." Y lo dice alguien que ha sobrevivido al infierno.

Soy consciente de que es muy complejo consolar -ni tan siquiera razonar- con quien sólo vive en la oscuridad; ahora bien, qué quieren que les diga, hay que intentarlo. Y aplicarlo a uno mismo, cuando las adversidades e incertidumbres cotidianas amenazan con doblegarnos como frágiles juncos.

No obstante, con permiso de Roberto Benigni, la vida es bella. Es un viaje en el que quizá la gracia esté más en el camino que en el destino. En vivir el presente. El día a día. Sin permitir que el futuro -incógnita abierta- nos robe la serenidad. Vivir es una auténtica aventura en la que no tenemos ni idea de qué nos depara el mañana. Siempre nos puede sorprender. Y para bien, ¿por qué no?

Hace unos días TVE emitió el último capitulo de la temporada de "Cuéntame cómo pasó". En él, un curtido marinero le decía a Carlitos Alcántara, más perdido que nunca, una frase que, de alguna manera, incitó esta reflexión: uno busca la aventura hasta que se da cuenta que la aventura es vivir".

Disfrutemos del viaje. Persigamos ese "por qué" vivir con el que Nietzsche, aseguraba encontraríamos casi siempre el cómo.

Y, en último extremo, no nos tomemos la vida demasiado en serio; al fin y al cabo, ninguno saldremos vivo de ella.

Compartir el artículo

stats