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Crítica / Música

Con voz propia

La orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL) cumple veinte años felices con voz sinfónica propia en esta "Viena del norte", más allá del foso del Campoamor, centrada en los Conciertos del Auditorio, junto a las Jornadas de Piano. El tiempo transcurrido entre tantas óperas y zarzuelas, sin perder nunca de vista galas líricas como aquella con el recordado Haider y La Gruberova, ha conseguido que la formación ovetense se haya ganado a pulso, desde el duro y continuado trabajo, la fama de ser una orquesta ideal para el canto.

En esta línea discurrió el concierto de Julia Lezhenva, el sábado, corroborando la afición por la música vocal en nuestra tierra con un público entregado a obras cercanas y conocidas desde la "Primavera Barroca", que año tras año también llena la sala de cámara.

El joven director ruso Mikhail Antonenko (1989), junto a su compatriota coetánea, la soprano Julia Lezhneva, armaron una velada con el inigualable Mozart en calidad interpretativa global, el barroco como virtuosismo siempre admirable, y el Rossini casi obligado en la capital asturiana, para una OFIL con la versatilidad estilística intrínseca desde su nacimiento, que por momentos resultó excesiva en dinámicas pero no en empaste tímbrico, aunque faltase un clave que redondease el buen sabor de boca.

Fígaro el operístico se casaría al principio y volvería al tajo casi al final (más calmado que el parisino del último de enero) para jugar con un mismo personaje desde dos lenguajes, clásico mozartiano y belcantista romántico que no se diferenciaron mucho con Antonenko al frente, elegante y claro aunque algo aséptico. Me resultó chocante que la mejor visión orquestal fuese Rameau y el ballet bufón "Platée", más cercano a Mozart que a sus compañeros barrocos de travesía, auténticamente "salvaje" en aire y virtuosismo orquestal (con Marina Gurdzhiya de concertino), como pivotando entre dos mundos para saborear la calidad de OFIL.

Bien seleccionadas las partes vocales de Lezhneva, incluso las cuatro propinas que indirectamente alargaron la duración habitual de un concierto de estas características con un esfuerzo físico plausible manteniendo la unidad.

La voz de la joven rusa es carnosa, nunca hiriente, poderosa de emisión y color muy homogéneo para unos graves bien trabajados siempre audibles merced a una emisión nítida, de agilidades asombrosas que hacían preguntarse cuándo respiraba, y un repertorio que domina sin problemas con Antonenko buen concertador y la orquesta perfecta para estas partituras. Personalmente me quedo con la visión global de Mozart que vocalmente tuvieron más enjundia y musicalidad como el aria "Voi avete un cor fedele" o el empaquetado triple formado por la obertura de Don Giovanni bien leída en intensidades por los instrumentistas, junto a sendas arias de Bodas más Cossì: íntima y sentida "L'ho perduta" y completa "Temerari? Come scoglio" recitativo incluido, equilibrado, maleabilidad vocal e instrumental para el genio de Salzburgo en una voz portentosa que seguirá brillando en los próximo años, completado con "Voi che sapete" de la tercera propina.

Para el barroco siempre agradecido y comercial, la orquesta sonó algo excesiva no ya por número sino porque Antonenko debería haber mimado más las dinámicas e incluso exigir un continuo con clave (cello de Ureña y contrabajo de Baruffaldi uniendo fuerzas para rellenar el colorido deseado) en una formación filarmónica que sin necesitar historicismos sonó muy bien en todas sus secciones.

Destacar por bien cantados el superventas "Lascia" de Haendel, esta vez Spina no Pianga, un aclamado Vivaldi "Agitata da due venti" de La Griselda, instrumentalización total sin falta de etiquetar a Lezhneva, de voz vistosa además de virtuosa, primando colorido sobre sentimiento capaz de llegar a todos los registros, pulcritud técnica manteniendo color vocal, para recuperar emociones con Rossini "Tanti affetti" de La Donna del Lago, afectos que cerraron con belcanto el tortuoso camino barroco tras el obligado peaje mozartiano de este esperado concierto sabatino.

Primacía barroca en los regalos: Haendel con Alessandro, Mozart, R. Broschi y Artaserse, o Aleluya de Porpora ; las velas de cumpleaños entregadas a todos los asistentes sin necesitar encenderse fueron ideales para un concierto que supo dulce, ligero, optimista y cercano como toda fiesta donde la ópera suena celestial, más para melómanos "llambiones", carbayones aparte.

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