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Crítica / Música

Colosales pianismo y sinfonismo

Una exhibición del talento consolidado de Trifonov

El "Preludio a la siesta de un fauno" de Debussy fue en su momento el paradigma de la música moderna, por el tritono mágico en el bajo, la tonalidad que no obedece a consabidas resoluciones, la simbología, la forma disoluta, la inmaterialidad, el humor ufano de fauno cuyo sesgo ondulante bailara Nijinsky. Trifonov acaparó la atención después de esta imperativa sensualidad, con el Concierto para piano nº 1 en Fa sostenido menor op. 1 de Rachmaninov. Cuando nos visitó en 2013, escribí que, en el descanso ya habría que haberle hecho firmar el contrato para un recital en la próxima edición de las Jornadas. Su talento y altura pianísticos desde entonces no ha hecho más que consolidarse en todo el mundo. El concierto de Rachmaninov se creció en un virtuosismo de glorioso impulso rítmico, robusto, de gran peso sonoro, que en el primer movimiento Trifonov prácticamente escenificó en feroz lucha con el instrumento. La profusión no impidió en el segundo una hermosa simbiosis con la elegancia, límpidas sonoridades extraídas con un simple roce sobre el teclado espolvoreando sensibilidad, como si el piano se reafirmara en su derecho a ser tanto o más que obra. Gregiev fue un maestro en el entendimiento con el solista y en la concepción global de la obra. La propina de Rachmaninov en arreglo del propio Trifonov, no hizo más que impactar en un estratosférico dominio de los planos, en los que cada dedo atiende a un impulso diferenciado de una forma absolutamente asombrosa.

"Una vida de héroe" op.40 de R. Strauss como esta justifica la presencia de orquestas de primera categoría para interpretar un repertorio que no está al alcance de las de aquí. La obra es una culminación straussiana que muestra la dimensión de enormes proporciones que alcanzaría la orquesta tardo romántica -con sus ocho trompas, cinco trompetas, etcétera-, y que en las manos de Strauss adquiere categoría colosal. La descripción del estreno lo dice todo: "Veo a la gente estremecerse y casi levantarse en algunos pasajes. Al final enorme ovación, se le ofrecen coronas, suenan las trompetas y las mujeres agitan los pañuelos", evocó Romain Rolland.

El concertino invitado, Lorenz Nasturica-Herschcowici, de la Filarmónica de Munich, realizó un papel excepcional por la pureza del sonido y su proyección expandida, y perfecta simbiosis emocional con la línea melódica straussiana. Gergiev situó las ocho trompas próximas a los contrabajos, consiguió con ello una masa de graves muy compacta y, al mismo tiempo, una diferenciada personalidad de los violines, cómo no, de una modélica uniformidad y calidad. También resultó llamativo que Gergiev colocara a los músicos muy compactados, lo que redunda en un sonido libre de porosidades. La propina orquestal, el preludio del tercer acto de Lohengrin, fue, prácticamente, para el lucimiento del ejercito de metales, más que para la adecuada interpretación de un Wagner descontextualizado.

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