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"Salvete, flores martyrum": salve, flores del martirio

A los seminaristas mártires de Oviedo

Y sucedió, al fin, que el Delegado Papal, Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, delegado Pontificio, hecha la preceptiva invocación del Espíritu Santo, proclamó con las fórmulas más solemnes de la Iglesia, que nueve seminaristas, alumnos del Seminario Diocesano de Oviedo, en la mañana del día siete de Octubre de 1934, fueron martirizados en la ovetense Cuesta de Santo Domingo, en las inmediaciones del Seminario.

Amigos seminaristas, mártires de Cristo, testigos del Señor Resucitado, aguardabais con deseo intenso ser llamados, un día, por el Secretario de Cámara y Gobierno a responder a perentoria llamada para recibir el orden sacerdotal: "Accedant qui ordinandi sunt presbíteri", iban a resonar para vosotros las palabras rituales. "Acérquense los que va a ser ordenados presbíteros". Ese día fue anticipado para ti, Juan José Castañón Fernández; para ti, Ángel Cuartas Cristóbal; para ti, José María Fernández Martínez; para ti, Jesús Prieto López; para ti, Mariano Suárez Fernández; para ti, Gonzalo Zurro Fanjul; para ti, Manuel Olay Colunga; para ti, Luís Prado García y para ti, Sixto Alonso Hevia. Con voz, cegada con la emoción, habríais respondido con un "adsum", un "¡Presente!" vigoroso y recio, decidido y comprometido de hacer entrega de vuestras vidas al Señor para siempre.

El pan candeal de la Eucaristía, molido en el estruendo de la metralla, lo ibáis a anticipar, sin embargo, en ofrenda sacrificial, sobre el improvisado altar de vuestros cuerpos, yertos y sacrificados. El cáliz de la consumación de vuestro sacrificio martirial, apurado hasta las heces, era como vuestra ofrenda primicial, vuestra Misa primera, ofrecida en vuestra entrega de espera y de esperanza: el martirio, el testimonio de la sangre derramada por Cristo era anticipo de entrega y donación. Nueve regueros de sangre, en los lugares de vuestra muerte regaron a raudales los adoquines de la Cuesta de Santo Domingo. Conscientes de la semántica de vuestra entrega martirial, recibisteis las balas, que, como clavos encendidos se iban hincando en vuestro cuerpo, como un día se habían hincado hasta alcanzar el "tiro de gracia", que dejaba a vuestras almas en libertad para separarse de vuestros frágiles cuerpos y dar el paso definitivo y salvífico a la gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Mártires de Cristo, seminaristas de Oviedo, testigos del Resucitado, no os reservásteis ni una gota de vuestra sangre, como si fuera poco, para ser copartícipe con la de Cristo, de la Redención Universal. Érais testimonio vivo de lo que vuestra fe dictaba, en los hondones del alma, sobre cuál era vuestra determinación de llegar a la consumación, al martirio pleno y total, que manifestara que sois testigos del Crucificado, que en esa improvisada primera Misa, derramabais vuestra sangre, con la sangre que manó abundosa sobre el Calvario y salvó a la Humanidad. Vuestro morir fue para empezar a vivir, como habían proclamado, desde Ignacio de Antioquía, los Padres de la Iglesia del Señor Resucitado. Habéis empezado nueva vida en esa entrega de vuestra sangre, que la pólvora hacía fluir copiosa, para unirse a la del Señor Crucificado.

"Salvete, flores martyrum", "Salve, flores primiciales de los mártires seminaristas". "¡Salve, ínclitos discípulos del Rabí de Nazaret!". "¡Salve, gloriosos testigos del Señor Resucitado. En vuestras clases, en las lecciones de vuestros maestros, aprendisteis muchas cosas sobre esa gloria del cielo, que ansiabais, y que habréis comprobado, en el instante de vuestra entrada en la eternidad, que ni "el ojo vio ni el oído oyó" cuánta es esa gloria del Padre. Hasta ahora contemplabais el esplendor de Dios como en un espejo de adivinar, aquel día de las balas sobre vuestras cabezas, empezasteis a ver al Señor, cara a cara, tal cual es.

"Salvete, una vez más, flores martyrum". "¡Salve, testigos de Cristo!". "¡Salve, seminaristas mártires de Oviedo, que hoy seréis proclamados Beatos! ¡Salve, futuros ministros, frustrados, sí, pero predicadores anticipados del Evangelio y testigos con vuestra sangre derramada. A vuestro lado está la Iglesia de Dios, que se enriquece con vuestro triunfo, que colma ilusiones que no se sacian, que aguardan pronta vuestra canonización.

Os saluda, hermanos en Cristo, sacerdotes en esperanza, testigos fieles del mensaje, que anida en nuestros corazones, os saluda la Iglesia que preside la caridad en la región de los romanos. Os saluda la Iglesia de Dios que peregrina en España. Os saluda la Iglesia de Dios que se halla radicada en una tierra bendita y de bienandanza, que es la Asturias de los siglos, la Iglesia de Cristo el Señor, fundada en la fe de Pedro, comulgando el mismo Cuerpo y la misma Sangre del Crucificado, que sigue, peregrina, las huellas de Cristo Salvador, en la ciudad de Oviedo.

Os saluda y aclama, unánimes y mensajeros dichosos, los gloriosos coros de los Tronos, de los Querubines y Serafines; de las Potestades, las Dominaciones y las Virtudes; de los Principados, Ángeles y Arcángeles. Os saluda el número digno de toda alabanza de los Santos Profetas; os saludan, vestidos con albas vestiduras, teñidas en roja sangre, el inmortal coro de los Apóstoles; os saluda por todo el orbe de la tierra, la Iglesia una y santa. Os saludan las Vírgenes y los Confesores. Os saludan y aclaman y proclaman vuestras glorias, merecidas con vuestra sangre derramada; os saludan los Santos todos que, en la gloria del cielo disfrutan de la bienaventuranza eterna.

Os saludan las Iglesias en cuyas pilas bautismales fuisteis engendrados a la fe de los cristianos, os saludan, ya triunfantes vosotros, las Santas Iglesias que peregrinan en Moreda

De Aller, en San Martín de Laspra de Avilés, en Noreña, en Luanco, en Figaredo de Mieres, en el Entrego, en Muñón de Lena, en Lastres y en la Roda de Tapia. Os saludan ellas vuestras santas Iglesias, con júbilo contenido, con el gozo y la satisfacción, que hincan sus raíces en los hondones del alma.

Viváis por siempre, seminaristas mártires de Oviedo, que habéis derramado vuestra sangre, por ser discípulos de Cristo, Viváis, sí, por siglos de siglos. Amén. "Salvete, sí, flores martyrum, salvete, Christi discipuli": salve, mártires del Señor. Salve, discípulos de Cristo.

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