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Si me pasa algo, tenéis que perdonar

Relato cronológico de una mañana histórica en la Catedral

"Si me pasa algo, tenéis que perdonar"

El sol de marzo se paseaba por Oviedo sin prisa, con suavidad, en la mañana del pasado sábado, 9 de marzo. Las campanas de la catedral invitan a una alegría serena, porque intuyen algo diferente. Esta catedral lleva siglos observando a la gente, es una y diferente a través de los siglos, también es distinta en las diversas horas del día, y brilla especialmente, porque se ha ido preparando para acoger a estos jóvenes seminaristas que "se mantuvieron fieles" a Cristo.

Yo me uní a este acontecimiento con mi pequeña libreta de bolsillo, igual que la que llevaba Azorín, escritor y periodista, y fui anotando lo que me pareció interesante. Y en mi libreta quedaron anotadas cosas como éstas.

- 10.30 horas. La gente llena la catedral, puede haber cerca de dos mil personas, y unos 150 sacerdotes que están a ambos lados del crucero, esperando que comience la celebración. Y se respira esa paz y serenidad, que uno encuentra en las viejas catedrales católicas. La catedral está limpia, impecable como una patena, llena de luz y de ese murmullo que provoca el encuentro de gente que se quiere, pero que no se ve con frecuencia.

- Veo al cardenal Angelo Becciu. En la capilla de Santa Eulalia, que hace de sacristía, habla con el Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz; al presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Blázquez hablando con los obispos de la provincia eclesiástica, también con el obispo de Orense, y el obispo auxiliar de Madrid, y el de Santiago de Compostela. Y al entrañable don Atilano, obispo asturiano de Guadalajara, atendiendo y hablando con viejos amigos de Oviedo.

- 11.00 horas, comienza la celebración. En primer lugar procesiona la cruz, luego los acólitos, después los obispos, y finalmente, el cardenal Becciu, diplomático, más bien bajito, recogido, concentrado, con su casulla morada, y un báculo cómo bandera de paz, con la imagen del buen pastor. La procesión se dirige hacia la sede del obispo, coronada por un hermoso retablo hispano-flamenco, que se hizo entre 1512 al 1531, y reproduce en veintitrés escenas policromadas la vida de Jesucristo.

- Empieza la misa. El coro se lanza con el salmo 90 "me invocará y lo escucharé". Son voces masculinas y femeninas suaves, delicadas, con experiencia, que encienden el corazón de los asistentes. "Esta celebración es un acontecimiento, el coro de la catedral con su director Leoncio Dieguez lo hace muy bien", oigo a alguien detrás de mi.

- Tengo delante el altar blanco, cuadrado, sobrio, es como una expresión de sencillez en este tiempo de cuaresma. Adornado de laurel, para esta ocasión, pues es el signo de los vencedores. Y muy cerca del altar, en una columna roja, la caja dorada con las reliquias de los nueve seminaristas mártires.

- Se palpa el silencio que se corta y el clima oración. Y continúa la celebración con el rito de la beatificación y sentados escuchamos el testimonio martirial de los nuevos beatos, que hace el P. Fidel González, relator de la Positio de los mártires, y que se podría resumir en una frase del beato Sixto a sus padres. "Si me pasa algo, tenéis que perdonar".

- A continuación veo la procesión de los seminaristas de Oviedo. Van las reliquias de los beatos, mientras el coro canta ¿Quiénes son y de dónde han venido? Granos de trigo llegan al molino, racimos de uvas al lagar. Y en la catedral se respira un ambiente de serenidad y paz que lo invade todo.

- En la homilía, el cardenal Becciu. Con un buen castellano, porque fue nuncio en Cuba, aunque no puede evitar la cadencia de ser italiano, recuerda "la llamada de Mateo para seguir a Jesús. También a estos jóvenes seminaristas que cumplieron muy bien su vida de seminario. Y que fueron víctimas de la violencia, porque había que eliminar a la iglesia y al clero católico. Y hace una llamada a la necesidad de la santidad de los sacerdotes, para evitar los sufrimientos por los que está pasando la Iglesia".

- La eucaristía avanza con calma y piedad. Se nota en el aire el agradecimiento del pueblo de Dios, de los sacerdotes, porque estos jóvenes seminaristas están siendo reconocidos como mártires de la fe. Y se ve a la gente que ha venido de los cuatro puntos cardinales del Principado, serenamente emocionada.

- Comunión. El coro que dirige Leoncio Diéguez, con sus voces bien timbradas, nos envuelve con su música, y canta, "El que medita la ley del Señor da fruto abundante". Y es que "uno de los vicios de este mundo nuestro es que echamos la culpa a los demás, a la sociedad, a la estructura, y nos olvidamos de ser más santos", me dice un cura que tengo a mi lado.

- 12.45 horas. Después de dar las gracias, el Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, al cardenal Becciu, la misa ha terminado. Y se nota la alegría de los sacerdotes por esta celebración sencilla, llena de fe y bien preparada, porque se esperaba desde hace tiempo este acontecimiento. Y el domingo en Covadonga, a las doce, por el Arzobispo, Jesús Sanz, habrá una misa de acción de gracias para familiares y fieles, para que no olvidemos a estos seminaristas beatos que "fueron testigos del amor y el perdón".

- 14.00 horas. Aperitivo en el seminario metropolitano, con el cardenal Becciu, los obispos, sacerdotes, seminaristas y algunos familiares. Allí habría unas cuarenta personas. Seguidamente, la comida en el comedor del seminario, con unas patatas con pescado, solomillo de carne y vino tinto de categoría. Y de postre, un helado y tarta dulce. Sin olvidar el café y un chupito de hierbas. Y por supuesto, el encuentro cordial de viejos amigos, que hace algún tiempo que no se ven.

- 15.30 horas. Se va el cardenal Becciu, también los obispos que han venido a la beatificación. Y hay en el comedor un poco de revuelo, ese revuelo que, en los teatros, precede al levantamiento del telón para dar comienzo al acto cuarto, el desenlace. Reproducir el desenlace sería muy largo, porque la mañana ha estado llena de mucha emoción. Pero el mejor resumen sería responder a la pregunta: "¿Qué hicieron de bueno estos seminaristas mártires? Algo concreto y sencillo que expuso el P. Fidel González, al hablar de uno de ellos, cuando se despidió de sus padres: "Si me pasa algo, tenéis que perdonar".

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