Me dijeron que se veía Oviedo desde el Corbellosu y, con los de casi siempre, fui en coche a Soto de Agues; tomé la senda del Alba hasta Fuente Campurru, subí la Cuesta de Pando, pasé las cabañas de Trapa, bajé a la Foz, crucé el arroyo, gané el collado y de ahí, trepando, alcancé la cruz del Corbellosu. Desde la cumbre intuí la Catedral y pensé que el Salvador debería pedir perdón a México, en nombre de España, por haber enviado al abuelo de Obrador. Bajé de nuevo a la Foz, subí entre hayas y gamones al collado Peruques, por escalones calizos al pico del Arraz y de ahí al más que Cogollu, con buzón en la cima bífida; bajé por la Huella les Oveyes, el hayedo de Fonciella hasta la senda del Alba, Soto, bar El Fresnu y contentín al coche y a casa, para redactar este asunto del perdón por la viruela y la virulencia y las hostias en vinagre, aunque me temo que en todo esto es arte y parte Dios, que vive en la plaza Alfonso II.
La mar de Oviedo