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Con vistas al Naranco

Violencia de género

Camina siempre adelante.

Alberto Cortez

Empezaba mi ejercicio profesional. El sol filtraba potente el lucernario del Palacio de Camposagrado, donde descaradamente aparcaba su coche el Presidente de la Audiencia Territorial, precedente del TSJ. Esperaba por mi parte, "guardando sala", disciplinada negritud uniformada, a que el ujier voceara. De la otra Sala, con la premonición de que una larga vista a puerta cerrada llenaría la jornada, salió el Sr. Secretario, sumario en mano, colilla bucal, cagaprisas inmisericorde buscando en pasillos a una joven. La mujer de buen ver, expresión arraigada literariamente que me dicen es hogaño insostenible por corrección igualitaria, de la que intuí, además, era gitana y un tanto deficiente mental, ¡otra calificación evitable!, firmó el papel sin asesoramiento letrado. De inmediato pasaron a cuatro presuntos violadores que permanecían en el remedo de calabozo contiguo, les quitaron las esposas, entraron apenas en la Sala saliendo vitoreados por recua de amiguetes. ¡Obtenido perdón: quedaban libres!. El vocablo "machirulo" es de acuñación reciente; neologismo que en 1999 no estaba todavía en "El diccionario del español actual" de Seco/Andrés/Ramos.

El procedimiento era estricta legalidad. Gracias a la presión feminista la escena sería ahora irrepetible. Un político nórdico me trasladó hace años alarma por los asesinatos de mujeres españolas a manos de sus parejas ignorando que en su país ¡ni había estadísticas! A otro nivel, hubo quien me criticó la puesta en evidencia, desde esta misma, ya casi quinceañera, columna sabatina, ininterrumpida salvo traslado en las tres excepcionales fechas sin periódicos diarios, que hice de un afamado novelista entonces vivo, clérigo pederasta, sobre el que había espeso, o apestado, silencio.

Rosa Navarro Durán, reciente premio Jovellanos ha advertido que el Lazarillo denunciaba ya la pederastia de un consagrado.

"Me too" y otros movimientos, con activismo clarificador de S.S. Francisco, dan frutos pero también hay pasos atrás.

Para mí son mazazo las denuncias a Oscar Arias, premio Nobel de la Paz, al que conocí en el restaurante Del Arco, amigo que era de mi querido pariente Jaime Naranjo, consejero de embajada en San José. Lo volví a ver en su magnífico discurso bruselense que ahora, de probarse los delitos de los que le acusan, se nos atragantaría en cinismo.

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