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Crítica / Música

Espiritualidad

Es extraña la singularidad del siglo XX. El siglo de las grandes guerras ha dejado también una extensa nómina de música sacra casi inabarcable que implora el perdón y se ampara en la espiritualidad del ser humano.

La Fundación Princesa de Asturias y la Orquesta Sinfónica del Principado propusieron un programa nada canónico, y por ello si cabe más atractivo, para su tradicional colaboración en Semana Santa. Las dos obras elegidas para el programa, el oratorio "Los improperios" de Frederic Mompou y el "Stabat Mater" de Karol Szymanowski, aportan una visión alternativa de la que el público espera en un primer momento de ambos autores.

Las dos obras ahondan en la introspección del individuo desde perspectivas diferentes, Mompou plantea una mayor teatralidad en su oratorio, Szymanowski busca que su obra destaque por espectacular. De hecho uno de los momentos álgidos de la actuación del pasado viernes fue el número cinco del Stabat Mater de Szymanowski, que plasma en música el extremo sufrimiento que la herida en el costado le provoca a Cristo durante su crucifixión.

El barítono asturiano David Menéndez ha sido en gran medida el responsable de que este número fuera uno de los más impactantes. Intervino también como solista junto al coro y la orquesta en el oratorio de Mompou. Su voz, homogénea en todo el registro, con gran profundidad y color vocal oscuro fue un acierto. Junto a él la soprano Ewa Tracz, con una proyección sonora muy cuidada, cuidado fraseo y un vibrado extremadamente definido. La mezzo Mireia Pintó, tuvo alguna dificultad puntual con los segmentos más graves de la partitura de Szymanowski, pero consiguió salvarlo.

El coro de la Fundación Princesa de Asturias participó de forma extensa a lo largo del concierto, ya que las dos obras del programa presentaban una importante exigencia para la agrupación coral. Dicho esto, es necesario mencionar la buena labor de conjunto que llevan a cabo, cuyo resultado es un sonido empastado, con buen balance entre las diferentes voces y con los solistas. Sin embargo, hubo algunas imprecisiones en las repetidas entradas de las sopranos en el oratorio de Mompou, que transmitían un mensaje de que el momento de empezar a cantar no estaba lo suficientemente seguro.

La OSPA y Rossen Milanov, siempre muy pendiente de marcar todas las entradas a instrumentistas y vocalistas, fueron los encargados de soportar todo el peso de ambas obras. Su interpretación, hierática, destacó por un sonido denso que llenaba la sala.

La ausencia de público empañó quizá una velada que habría merecido más respaldo.

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