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Con vistas al Naranco

Mayorgamente azules en el Niemeyer

Ante el ingreso, mañana, de Juan Mayorga en la Real Academia

"L'art c'est l'azur",

Hugo, Victor

El Niemeyer es construcción bellísima en ría para mí edénica. Como Oscar Niemeyer no estuvo en Avilés, ¿de quién es la elección del maravilloso espacio para sus piezas? De niño llegaba yo hasta allí combinando tranvía, caminata y lancha; más luego, ganada cierta añeja autonomía, en bici con bocata, tubo de leche condensada, toalla, muda de traje de baño seco, caña en única pieza de bambú sin carrete, metro y pico de línea nylon enroscado, anzuelo pinchado al extremo inferior del palo y una peseta para cebo de merucos. El vanguardista diseño del brasileiro invade la nostalgia del lugar. Días azules de Machado y de Peyroux. Pesqué decenas de panchos y, desde barca a remo, saltaba para nadar, empujado por la corriente y las aletas, ¡azules!, a San Balandrán y al llamado impropio por Woody Allen Faro de Avilés hasta soñar hogaño traspasando las intensamente azules gafas de buceo de Juan Mayorga, caladas genialmente por César Sarachu.

El azul, proveniente de la afgana Hindu Kush, entró en Asturias / Noega para un romano cultivado del Chao San Martín. Era azul matisse, muy anterior al que hizo exclamar al fovista: ¡El Paraíso existe! Consustancial a Rubén Darío y a la gradual evolución de Picasso. A mi lado, Eloína recordaba a Vittorio Gassman, e Irene, "La mujer tuerta" en la porticada santanderina: "Perché Irene plora per un occhio solo?, perché?". De la misma se me apareció Darío Fo, incursión pirandelliana, común a grandes dramaturgos.

El titular azul era habitual, letras de molde deportivas, en el oviedismo forofo de los tres periódicos locales de la adolescencia. Mayorga / Sarachu vino a rescatarme el todo azul del existencialismo futbolero. Borges, mentado en la obra, contagiaba la contradicción significante del color azul, cuya derivada en azulino obsesionaba al argentino universal: "Si pongo azulino es palabra decorativa".

Emoción íntima el guiño al entreno baloncestístico de Raquel, hija del autor, con Julia, mi nieta, bajo la vigía de los Mayorga y Cristina y Marco, mis hijos.

Ya ni la lámina de agua es azul ni vaporosamente espumosa contra la ensoñación de las espantapájaros "carreras fuera borda" en fiestas agustinianas de los cincuenta y la extraña, por novedad absoluta, aparición de esquiadores acuáticos, siempre franceses, y sus delicias acrobáticas que seguíamos desde gradas "ad hoc" del muelle o casetas de apuestas que emulaban las competiciones hípicas de La Exposición. La carretera al borde riesgoso del agua. Pericoloso sporgersi en los ventanales cizalla de los expresos europeos. Era aún el tiempo paralelo del eslogan "La Atenas de Asturias", que me evocaba Manolo Alcántara, decano, le dicen ahora, de los columnistas, debutante entonces en juegos florales del coqueto teatro Palacio Valdés; por su cuenta María Zambrano, entre José Ángel Valente y una Corte gatuna, conservaba también, en el exilio ginebrino, la inextinguible remembranza de Avilés, su primera conferencia, invitada de José Francés y animada a viajar por Ortega y Gasset. Mayorga no conoció aquel ambiente mágico y decadente pre-Ensidesa, anterior y simultáneo a la acería que le derrotó. Las gafas edulcoran la ría que tantas veces, sin daltonismo homérico, era gris o negra y hasta roja tal un par de referencias del, en ocasiones, hilarante monólogo.

"Intensamente azules" es creativa escritura de Mayorga, que sustituirá mañana, domingo 19, en la Real de la Lengua a nuestro Carlos Bousoño, por cierto, además de gran poeta, gran nadador. Las de buceo no sirven para ver, que también, retratan a los que las ven.

En la blanca arquitectura Niemeyer cobra todo su sentido la carpintería del azul de Juan Mayorga, excelsa espiral del Arte. Poco antes, ahí mismo, el mejor Sorolla, al que faltaron en vida gafas para trasponer Asturias en luz y verde.

Mayorga/Niemeyer, o viceversa, ¡lo no va más!

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