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El Otero

El Carbayón en la memoria

En el aniversario del derribo de un árbol legendario

Dos de octubre de 1879. Oviedo llora. Su árbol esencial ha caído. Sus magníficos treinta metros de altura han sucumbido al hacha incivil. Más de cinco siglos de raíces hendidas en la vida ovetense son historia. Si fuéramos capaces de viajar ciento cuarenta años atrás podríamos leer en el diario "El Carbayón" que, precisamente, inició su andadura el 5 de octubre de 1879, este lamento de la ciudad: "Aquí estuvo el Carbayón, seiscientos años con vida y cayó sin compasión bajo el hacha fratricida de nuestra corporación. Este pasquín respetad, si sois buenos ovetenses, y en su memoria llorad todos los aquí presentes por el que honró a la ciudad".

De nada sirvió la voz crítica y angustiosa de Fermín Canella, como tampoco serviría su batalla años después contra la barbaridad del derribo de los Pilares; decía Canella: "El Carbayón no caerá tan fácilmente: es el árbol secular y sagrado de la ciudad, testigo de todos los acontecimientos de nuestra historia, que, a más vivir con la savia de esta madre tierra, parece que vive con la savia de recuerdos antiguos y de nuestro cariño. Allí está, al extremo del Campo, tocando el pueblo de quien es patrono". ¿Uniríamos nuestra voz a la de Canella y a la de tantos que se opusieron firmemente a su derribo o formaríamos parte de esa ciudad que parece sestear cuando peligra parte de nuestro patrimonio histórico, arquitectónico o natural?

Juan Antonio Cabezas afirmaba sobre nuestro árbol gentilicio: "Bien merece un emocionado recuerdo aquel tótem vegetal de Oviedo, que de simple roble o carbayo centenario se fue adentrando en la historia y en el espíritu de la ciudad hasta convertirse en una especie de árbol genealógico de todos los nacidos en Oviedo y de todos los que nazcan por los siglos de los siglos, que serán llamados "Carbayones".

Por muchas razones era respetable la vida del gran roble o Carbayón, árbol sagrado de los ovetenses, que cayó en 1879 víctima de un capricho municipal más que de una necesidad del progreso urbano. Por doce votos contra diez fue ejecutada la sentencia contra el patriarca vegetal del Campo de San Francisco, cuyas raíces estaban agarradas al suelo y a la tradición secular de Oviedo. Fue al arrancarlo de la tierra, cuando más claramente se vio que, más que un árbol, era un símbolo y por tanto inmortal".

Un sentido soneto le dedicó "El ciego de Sobrescobio": "Mi nombre al pueblo di; bajo mi copa / que pomposa las ramas extendía, / el pueblo su solaz aquí tenía / y abrigo el estudiante de la sopa. / Mi tronco fue un altar; / y a él se atropa / la noble indignación que se encendía / y retaba con ruda valentía / el invencible usurpador de Europa. / Hoy de mis hijos el menguado aliento, / con desdén invencible me maldice / ¡y sin piedad me arranca de mi asiento! / ¡Oh triunfo sin igual! / Con voz entera / de su silla curul ingrato dice: / ¡Dar muerte al Carbayón antes que muera!

Una vez más, Oviedo, miraba hacia otro lado. La nómina de víctimas de la desidia, la especulación o la ignorancia es amplia. ¿Somos los ovetenses poco agradecidos con nuestros símbolos más representativos. Tal vez.

Aunque nos habrán arrancado el Carbayón, derribado los Pilares, el chalet de Concha Heres, el de Olivares y tantos otros; El Fontán, El Vasco; el Naranco, siempre olvidado y amenazado? pero de todos ellos queda un grito silencioso y rebelde en el espíritu de muchos ovetenses; ese, nadie nos lo arrebatará.

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