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El Otero

Un lugar al que volver

La huella imborrable de los recuerdos infantiles

¿Se han preguntado alguna vez cuál es su verdadera patria? Y no me refiero sólo a un lugar al que nos unan vínculos jurídicos, sino afectivos. A una unión cálida y emotiva con un espacio concreto. Tal vez Rilke tuviera razón: la verdadera patria del hombre es la infancia, decía. Puede ser. Porque la infancia, desde la perspectiva de adultos, también puede haberse transformado en un estadio tangible. Y agradable. Pero seguro que todos tenemos un lugar en el que nos sentimos en casa. Ese espacio al que, por más que viajemos por el mundo, siempre deseamos volver. Repleto de imágenes vívidas por más años que hayan pasado. Un paréntesis vital. Inundado de olores que nos retrotraen a momentos concretos. Sensaciones de hogar. De placidez. De serenidad. Donde la vida arraigó por más que hayamos rodado por horas plenas o días huérfanos.

Yo tengo uno. El que vi por vez primera cuando me asomaron a la ventana de la habitación en la que nací. Sobre el horizonte que presidía mi vista y un montón de tejados de hogar de aquel Vallobín, Arcadia feliz, sobresalía una cúpula bermeja que presidía el cercano altozano. Allí me llevaban muchos días a merendar. Allí asistí al colegio. De marinero recibí un domingo de mayo la primera comunión. Años después, aquella fe infantil maduró tras el encuentro con una comunidad cristiana, encarnada y comprometida con su entorno social, que me ayudó a moldear, en buena medida, lo que soy. Allí viví. Y allí viviré. Aquella loma milenaria vio pasar a sus pies buena parte de la historia ovetense. Desde tiempo inmemorial fue testigo del crecimiento de una ciudad que rompía sus antiguas costuras. Protagonista, sin querer, de sucesos trágicos. De hechos gozosos. Y de muchas vidas. Como velando por Oviedo. Sí, el viejo otero de San Pedro es mi lugar. Por eso, cuando hace ya siete años, tuve la fortuna de poder abrir cada semana esta ventana, no dudé en darle ese título: El Otero. Porque ha sido testigo de mi vida, sí, pero también de la de miles de ovetenses. Y desde esa ventana, abierta a Oviedo, hemos compartido, semana a semana, vivencias, pensamientos, recuerdos, historia? Y no hay mayor satisfacción que poder brindarles todas esas líneas escritas con tinta ovetense. Y me siento muy agradecido por ello.

Ahora algunas de esas historias se agrupan para que no queden desperdigadas por el limbo de lo virtual.

Hoy parte de esas relatos contados quedarán cobijados en un libro para que se los puedan llevar a casa. Anotaciones del alma que quedan escritas como anotados quedaron en el tiempo, miles de sucesos ovetenses que, con gozos o llantos, corrieron a los pies del otero.

Y allí abajo, Oviedo, seguirá tejiendo vida para contar. Y para escribir. Y, si ustedes quieren, la seguiremos compartiendo.

Oviedo siempre.

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