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Tino Pertierra

A Ford pongo por testigo

La modernidad de los clásicos se impone con grandes obras maestras

Los verdaderos clásicos nunca mueren. De hecho, ni siquiera envejecen. Esa perpetua lozanía, que permite a espectadores de todas las edades descubrir su grandeza por primera vez o encontrar nuevos valores en visitas posteriores, permitirá al primer "Radar" del año detectar grandes obras maestras del cine, además de otros títulos de menor calibre pero igualmente valiosos.

Al frente de la manifestación, el cineasta a quienes sus propios colegas consideraban el más grande: John Ford. Él se definía con auténtica modestia no como un artista, sino como un profesional que solo hacía películas del Oeste. Hombre, míster Ford, no se pase que usted hizo "La diligencia", "Pasión de los fuertes", "Río Grande", "Centauros del desierto", "El hombre que mató a Liberty Valance"... Títulos imprescindibles de la Historia del Cine cargados de imágenes que forman parte de la memoria de cualquier amante del cine que se (a)precie. Atención a "Caravana de paz", una joya mucho menos conocida que las anteriores.

La paranoia siempre ha dado mucho juego al Séptimo Arte. Y en ese panorama de desvaríos, conspiraciones y psicosis al por mayor no podía faltar el genio de Alfred Hitchcock: "Con la muerte en los talones" sigue siendo una insuperable demostración de frenesí cinematográfico en estado puro. Un peldaño por debajo se encuentran maravillas que engendran un genuino desasosiego como "La invasión de los ladrones de cuerpos", "La conversación" o esas dos piezas brillantísimas de un creador a reivindicar como John Frankenheimer: "Siete días de mayo" y la profética "El mensajero del miedo". Y cita obligada con dos muestras del caudaloso talento -más contemporáneo- que atesora Pawel Pawlikowski: "Ida" y "Cold war".

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