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Crítica / Música

Arte y álgebra

La interpretación de referencia de una cumbre musical a cargo del húngaro András Schiff

Escuchar en directo -por ejemplo- uno de los cánones triplex de las Variaciones Goldberg, nos permite acercarnos y contemplar con atónita admiración, cómo se funde en música el contrapunto más sublime y una especie de álgebra musical de una manera prodigiosa, como algo que está más allá de lo humano en el sentido de que el hombre no inventa, descubre las reglas secretas del universo, audacia que hasta el arte islámico podría hacer suya como expresión artística de la perfección divina.

Pero solo una parte de ese arte abrazaría ciertos preceptos, no la sutil estilización de la danza, el sentido del humor y, sobre todo, el intercambio distendido entre lo divino y lo mundano, que también está en este Bach cuando incluye, concretamente en la última de las Variaciones Goldberg, melodías que contenían textos "picantes", en su tiempo y contexto conocidas por todos, como "Hacía tiempo que no estaba contigo", "La col y el nabo me han echado", o directamente un fragmento de un quodlibet que incluye la palabra donde la espalda pierde su poético nombre. Como el texto no está presente resulta una simple mención. El compendio "Clavier-Übung" dividido en cuatro partes, incluye seis partitas BWV 825-830, el Concierto italiano BWV 971, la Obertura francesa BWV 831, la Misa alemana para órgano BWV 669-689 y los Cuatro duetos para clave BWV 802-805.

Las Variaciones Goldberg completan la cuarta y última parte, con lo que en este recital Bach, András Schiff (Budapest, 1953) nos ha ofrecido gran parte de una cumbre musical en una interpretación de referencia, aun así sin llegar a llenar del todo el Auditorio de Oviedo.

El Concierto italiano -lo interpretó en su anterior visita ¡de propina!- , así pues lo hemos podido disfrutar en Oviedo por partida doble en la mirada despojada de este virtuoso del piano. La interpretación de la "Obertura en estilo francés en Si menor", BWV 831 fue, sencilla y llanamente, admirable de principio a fin. Elegancia, sobriedad, lacónica expresión personal para geniales composiciones que se explican por sí mismas. Schiff desgrana en la quintaesencia bachiana desde el venerable respeto a la partitura sin aportar artificio, sin voluptuosas expresiones pianísticas ni, por ejemplo, exageraciones carenciales en las que deleitarse. Sublime fluidez. El intérprete parece perder su voz propia y se expresa a través de la presión de sus manos solo bajo la atenta mirada de la infinitud imaginada en sus pupilas como único nexo con su intelecto. Inflexiones expresivas sutiles -la indicación original para dos teclados en el clave implica dos clases de sonoridad, no diferentes dinámicas, estarían entre estas relecturas pianísticas-, o un rubato ajustado al estilo más allá de lo puramente decorativo, también como parte de su credo interpretativo. Sí, el acercamiento de Schiff en profundamente intelectual moldeado con una gran inteligencia pianística. El uso del pedal absolutamente contenido, o directamente sin él, como en la mayoría de esta Obertura. Aquí la complacencia sonora del piano no precisa añadir más relieve sonoro -la copiosa cascada de notas que parecen no dar tregua se deben a que éstas en el clavicordio de apagan con prontitud, el sonido largo no es su fuerte-. Toda la Obertura fue un prodigio de contención personal, que no expresiva, porque el nivel de abstracción que puede alcanzar el contrapunto bachiano implica necesariamente, cierto distanciamiento -no es un pintor abstracto en plena ejecución de su obra, sino el intérprete de una genial abstracción-. La Variaciones Goldberg fueron en la segunda parte continuación de este ejercicio de elevada reflexión interpretativa.

La gran música nunca es demasiado larga, lo que es demasiado corta es la paciencia de ciertos oyentes, declaró en alguna ocasión Schiff, lástima que algunos de esos oyentes aplaudieran prácticamente sobre la última nota de la obra, para evidente disgusto del intérprete. Y el arte sublime de Bach en una interpretación memorable de András Schiff, se volatilizó como por arte magia, los patrones decagonales y las cuadrículas de octágonos con sus motivos florales y el minucioso entrelazado juego cóncavo y convexo de las bóvedas sobre nuestras cabezas, también.

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