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Crítica / Música clásica

Feng conquista el Auditorio

El programa "Reflejos II" de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), ponía en liza un programa arriesgado, formado por obras poco conocidas de compositores que casi consideraríamos "marginales" dentro del canon musical (a excepción de Elgar), con la evidente problemática que entraña, en este sentido, crear una línea coherente de programación. Seguramente debido al hecho de interpretar este repertorio poco común, se optó por la presencia de personalidades sobradamente reconocidas en el mundo musical como el director, de ascendencia asturiana, Carlos Miguel Prieto o el violinista Ning Feng.

La isla de Janitzio "apestaba" para Silvestre Revueltas. Sobre este tema, el compositor diseñó un poema sinfónico, no exento de referencias irónicas y con un sabor inconfundible al país azteca, que entronca en cuanto a su tratamiento con el nacionalismo mexicano postrevolucionario, y en el que vierte ritmos tradicionales para combinarlos con un color muy particular gracias a los vientos y la percusión. Una pieza que la OSPA supo ejecutar con acierto.

Ning Feng, verdadero protagonista de la velada musical, hizo su aparición en el "Concierto para violín nº 1" de Goldmark, donde desplegó su vasto catálogo técnico, extrayendo una sonoridad de gran belleza de su Stradivarius MacMillan. El lirismo del segundo movimiento (Air: Andante) en consonancia con una OSPA muy contenida y celosa de arropar a Feng en todo momento, dio como resultado una atmósfera intimista y preciosista de excelentes resultados artísticos. El moderato-allegretto final, evidenció el tratamiento de Goldmark: una orquesta con peso y dramatismo, continuista de la línea sinfónica germana, y un virtuosismo en el solista al servicio de la expresividad, distanciado del mero alarde técnico carente de sensibilidad, gracias a una melodía que parece no tener fin.

Un sonido dulce y etéreo, una técnica muy depurada y una orquesta bastante homogénea que sirvieron a Feng para volver tres veces al escenario como solista. En esta ocasión, interpretando un Bach de articulación aseada, el "Capricho 24" de Paganini y la adaptación de Ernest Grand de "Erlkönig". Tres espectaculares propinas con las que puso en pie parte del Auditorio.

La segunda parte estaba reservada a la "Sinfonía nº 1 en la bemol mayor" de E. Elgar, una página sinfónica de cierta densidad orquestal que evidencia el oficio compositivo del británico. En ella, Prieto se mostró más dominador de la masa sonora y de las texturas, con un tratamiento orgánico de la frase musical y una diversidad de intensidades del volumen, pero sin perder el rigor rítmico que había caracterizado al director durante la primera parte, manteniendo a la orquesta muy ajustada en todo momento. Los movimientos más destacados, el Andante inicial y el Lento-Allegro final, revelaron una formación poderosa pero a la vez equilibrada, con una cuerda brillante, unos poderosos graves y unos metales a buen nivel.

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