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Crítica / Música

Elegancia apocalíptica

El gran pianista británico Stephen Hough mostró en Oviedo técnica, distinción y nobleza

La Sonata nº 2 en Si bemol menor op.35 de Chopin vino precedida por una obra algo menos célebre, la Chacona BWV 1004 Bach/Busoni, primera del programa, y seguida esta de Berceuse élégiaque op. 35 del mismo Busoni, que tiene en su versión orquestal con el timbre del clarinete bajo, mayor, aun, elegíaca sonoridad, habiendo otra de cámara del mismísimo A. Schönberg de sublimes reminiscencias.

Fue la original pianística el más líquido, y aromático -por enlazar con las palabras del propio pianista respecto a que "la música es el arte más temporal, un perfume en el aire"-, momento musical del recital que, según el título de las notas al programa, tuvo -no estrictamente, "se trata más de la fragilidad y la brevedad de la vida", declaró el intérprete a LNE-, "la muerte como inspiración".

Salió Hough brevemente del escenario después del primer Busoni, pero enlazó sin solución de continuidad el segundo Busoni con la sonata de Chopin, manteniendo un clima recogimiento a pesar del carácter tan diferenciado de cada uno de los movimientos de esta, en este aspecto, poco común sonata. En ella predominó una personalidad pianística que no se deja arrastrar a la primera de cambio por el impulso sonoro, ni siquiera en el arranque dramático de la misma, donde el pianista británico quizás más destacado de la actualidad, lo tendría fácil, o también en el apocalíptico Scherzo. Hough es intérprete que mantiene, si no se mantiene no es, una elegancia pianística que no prescinde de la contención. Si esta brilla por su ausencia en la imitación de la elegancia se queda en mero esnobismo, que en el mundo de la interpretación pianística también se manifiesta. Sus maneras, que son las que traducen el sonido, lo corroboran, la técnica sencillamente apabullante. Milagrosamente, hasta prácticamente la Marcha fúnebre de la sonata, sin duda la página más popular del recital que, recuerdo, se compuso como pieza independiente antes de formar parte de esta sonata; milagrosamente, digo, no se escuchó tos ni carraspeo alguno. Pero justo en el centro de esta marcha fúnebre, que fue el momento de diferenciada mayor sutileza sonora del recital, con un color pianístico sorprendente y deliciosamente etéreo, llegaron un par toses de justificación previa a la consiguiente apertura del caramelo, para estropearlo. Todo estudiado. "Está prohibido introducir comida y/o bebida en la sala", pero "se ruega" únicamente -en unas advertencias que hay que ver con lupa-, no desenvolver caramelos. Prohíbase y óbrese en consecuencia. Absurdo: "Queda terminantemente prohibido el acceso a la sala con cámaras fotográficas", todos los móviles lo son. ¿Se confiscan acaso? Pero cuando alguno suenan, no es, al menos, con la manifiesta intencionada actitud del que viene con los caramelos en la cartuchera. Con algún conato más, se cerró brillantemente el Finale Presto, movimiento de una originalidad compositiva muy singular, en singular interpretación.

La segunda parte fue para Liszt. Funerailles, Vals Mefisto nº 4, en realidad "Bagatela sin tonalidad" -ojo porque tal como se escribe parece hacer referencia al Vals Mefisto nº 4, también en Re Mayor- y Vals Mefisto nº 1, precedido todo por la Piano sonata nº 4 (Vida breve) del propio intérprete que, curiosamente, fue la única no totalmente interiorizada al recurrir a la partitura. Obra construida sobre pequeñas células motívicas que transitan con continuidad de impulsos rítmicos generando una permanente sensación de avance. Liszt, como digo, centró totalmente el interés de esta parte; su interpretación por parte de Hough brilló pianísticamente, en su externo impulso y mayor profundidad. El colorido orquestal que le es propio, por ejemplo al primer Vals de los cuatro -más la Bagatela-, y último interpretado en el programa, antes de la versión pianística, se percibió en la riqueza de recursos tímbricos, que impregnó la fulgurante visión lisztiana del intérprete inglés, toda una asombrosa capacidad expresiva en la que mantiene siempre distinción y nobleza. Como propina, el celebérrimo Ave María Bach/Gounod y, finalmente, Jeux sur la plage, de las Escenas de niños de Mompou.

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