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Tino Pertierra

Pecados capitales

Tino Pertierra

¡Qué grandes eran los cines!

Viaje al fondo de la memoria para desempolvar nombres míticos para el cinéfilo: Brooklyn, Clarín, Real Cinema, Aramo, Principado...

(Basado en hechos reales).

Antes ibas al cine. Caminando y con cierta sensación de buscar un ocio exigente y selectivo. Ahora vas a los cines sobre ruedas y casi siempre con desconfianza hacia lo que te puede ofrecer la cartelera. Antes no había, claro, tanta oferta de ocio en casa, tanta avalancha de canales con tropecientas mil series y dos trillones de películas. Tampoco existía internet para que quienes desprecian el cine pero se sienten realizados viendo gratis total una horrenda copia con cabezas, sonido atroz e imagen borrosa de un estreno en las salas. Antes los cines eran grandes, los anuncios simples y en algunos podías quedarte sin ver un trozo de la pantalla si te tocaba delante alguien con altura desorbitada. Antes, las butacas solían ser poco amistosas y los sistemas de proyección dejaban mucho que desear, aunque los modernos de hoy, por aquello de abaratar costes, también "regalen" sesiones de tortura por mal calibrado, mal encuadre o mala sonorización . Antes, los cines no tenían la variada oferta gastronómica de hoy aunque seguían imponiendo la molestísima ley de endilgarte quince o veinte minutos de publicidad, tráilers y autobombo sin aplicar descuentos por ello.

Antes, y no es nostalgia roñosa sino evocación agradecida, había a menudo una suerte de liturgia en el proceso de sacar la entrada, atravesar la puerta con o sin escaleras, ser dirigido por el acomodador (de buenas o malas pulgas), aguardar a que las luces se fueran desvaneciendo para que la pantalla (más o menos grandes, alguna incluso con manchas de humedad en sus días finales) se fuera inundando de cine. Bueno, malo o regular. Buenísimo, espantoso o pasable. Cuando había suerte o la compañía valía la pena, la memoria se ocupaba de grapar los títulos a los nombres de los cines, incluso a los que tenían más de una sala como los Clarín (¡cuidado, Andy García, ese motero salvaje te va a decapitar!, oye, Daniel Day-Lewis, no te vayas, espera, dile a Michelle Pfeiffer que aún la amas), los Minicines (realmente liliputienses, y donde me permití una siesta con "Paseando a Miss Daisy") y los Brooklyn, que empezaron con dos salas "refrigeradas" y llegó a tener siete, enanitas o magníficas.

Muchos puentes cruzamos en aquellos escenarios diseñados por el añorado Chus Quirós, de luces escarlata y protuberancias de leve sensualidad. En su taquilla cobró fuerza el spoiler cuando se estrenó "El sexto sentido" y algunos desaprensivos que sabían que Bruce Willis estaba muerto lo soltaban a los que esperaban. En sus salas dieron su último salto mortal "Thelma y Louise", Woody Allen destripó su propia vida sentimental en "Maridos y mujeres" y el "Titanic" se fue a pique. Entrabas por la puerta principal, veías "El señor de los anillos" y salías por la parte trasera tras recorrer un pasillo donde ir dejando huellas de sensaciones cautivas.

El archivo de la memoria no es excluyente pero sí busca afinidades por fachadas. El Real Cinema, por ejemplo, era muy propicio para acoger sonrisas y lágrimas, tipo "Pretty woman" o "Los puentes de Madison". Y aceptaba de buen grado algún que otro estallido de violencia con fibras dramáticas: "Amor a quemarropa" o "Atrapado por su pasado". Cruces de besos prohibidos y balas perdidas. Si pasas por delante de lo que fue no olvides a Cameron Diaz apareciendo por primera vez en "La máscara". Desde que Michelle Pfeiffer salió en "Cuando llega la noche" no se recordaba nada igual.

Al Principado se le daban bien las sombras. Y por su gran pantalla se deslizaba la Catwoman más irresistible que hubo y habrá (no hace falta repetir su nombre, ¿verdad?) o se estremecía con los primeros desgarrones de un cineasta primerizo que hoy es un grande (David Fincher: "Seven"). Al Ayala, qué antesala más seductora, le daba igual enseñar a Sharon Stone cruzando sus bajos instintos que las investigaciones obstinadas de Kevin Costner en "JFK". ¿Cómo no vamos a estar agradecidos si aquella noche asistimos al baile ceñudo y químicamente impuro de Travolta y Thurman en "Pulp fiction"? ¿Cómo negarle un lugar de privilegio entre los recuerdos si allí Robert De Niro y Al Pacino, mucho antes de "El irlandés", se miraron a los ojos por última vez en el final acongojante de "Heat"?

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