Una de las cosas ridículas que hacemos los que gustamos de hablar de música es intentar plasmar en palabras los sentimientos y sensaciones. Llenamos párrafos con etiquetas que nosotros mismos hemos acordado como válidas para el uso que presumimos darle.

Suerte tenemos que el español es una lengua tan llena de sinónimos y matices que a veces nos hacemos la ilusión de que atinamos. Si además lo salpicamos con media docena de anglicismos y latinajos, la cosa nos queda muy aparente.

El asunto viene de antiguo. Este curso he repasado con uno de mis hijos los distintos tipos de obras de teatro: sainete, entremés, auto sacramental? donde se magnifican pequeñas diferencias entre unos y otros.

En mi casa se llamaba "género chico" a la zarzuela en general (género chico es sólo un tipo de zarzuela) como si ésta fuera una prima pobre de la ópera.

Este sábado pasado, tras salir de la función de "El barberillo de Lavapiés", me planteaba diferencias reales entre ambos géneros. De una manera contemporánea, quiero decir. No en los tiempos en que cualquiera de ellas haya sido compuesta, sino para mí, como espectador hoy.

Porque tienen en común la dramatización de una historia de manera musical, que para ello se sirven de una orquesta sinfónica, de un elenco de voces entre principales, secundarias y coro. Puesta en escena, iluminación, duración.

En Oviedo incluso comparten espacio en el Campoamor. Algunos cantantes como José Bros han triunfado en las dos temporadas indistintamente. Emilio Sagi ha diseñado escenografías para ambas.

La temporada de zarzuela es seguramente más irregular artísticamente que la otra, no tiene su tirón como recurso turístico ni el respaldo de una masa social, pero ofrece grandes momentos. El caso es que "El Barberillo" resultó una función estupenda.

Tuve la ocasión de disfrutar desde sitio muy principal de la dirección musical de Miguel Ortega, que manejó la Oviedo Filarmonía y a todos los cantantes sin usar atril ni partitura. Un ejercicio de memoria musical sorprendente, muy poco común. Además, se lo pasó mejor que nadie, canturreando todas las arias, dúos y coros. Me divierte observar a los directores, lo recomiendo si la butaca contratada ofrece esa posibilidad.

Bien interpretada, bien cantada, esta obra nos regaló, entre risas, un panorama político que bien podría ser nuestra portada de prensa de hoy. El público lo celebró alegremente.

En eso encontré finalmente una diferencia notable. El aplauso generoso, entusiasta, popular. Menos técnico que los que se escuchan en la temporada belcantista, aunque también comparten audiencia parcialmente. Lo cual no es mejor ni peor ni raro, en realidad da igual cómo llamemos a las cosas o cómo las celebremos si en el fondo lo hemos pasado tan bien.