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Tino Pertierra

Pecados capitales

Tino Pertierra

El Oviedo que amaba Dolores Medio

Un paseo rescatado del pasado con la fallecida escritora, autora de una de las mejores novelas sobre la ciudad

"La Regenta" (Clarín), "Nosotros, los Rivero" (Dolores Medio) y "Jugadores de billar" (José Avello) están consideradas por los expertos las mejores obras literarias que tienen a Oviedo como escenario principal. Como un personaje más. Medio ganó con la segunda de ellas, machacada por la censura franquista, el premio "Nadal" en 1952. Una proeza. Cuatro años antes de su muerte, ocurrida el 16 de diciembre de 1996, quien esto escribe tuvo el privilegio inolvidable de conocerla en su casa de la calle Jovellanos. A ella y a su mundo de libros, recuerdos e ilusiones. De palabras agolpadas. Su casa era una exposición permanente de lo que vio, vivió y leyó. No cabía ni un papel más. Cada estancia era una invitación a la lectura en cualquier tipo de formato. Había libros, claro. Y documentos. Y periódicos. Y folios sueltos que dejaban mucho espacio para la imaginación. La anfitriona tenía una forma de sonreír que invocaba a la confianza inmediata. "Aquí no se pierde nada, pero tampoco se encuentra nada", reconocía con cierto aire de niña traviesa que se niega a que el tiempo le estropee el juego. Qué importaba, pues, que hubiera estado buscando toda la mañana "no sé qué como una leona y no hubo manera".

Se ofrecía a ser guía por Oviedo. Por su Oviedo. Era un día destemplando y la escritora era muy precavida: abrigo, gorro y guantes para protegerse: "Este invierno creí que la palmaba. Me cuido mucho, son ya 80 añinos". Muy bien llevados. Su pasión era contagiosa por el "Oviedín del alma que tanto me presta recorrer". Eso sí: "Cuando el reuma me lo permite". Y paseaba por la parte antigua siempre porque "la parte nueva ni la conozco, en todas las ciudades es lo mismo. Mi Oviedo es éste". Y de qué Oviedo estábamos hablando: una ciudad a la que miraba con una prudente nostalgia y una moderada melancolía por aquello que fue y ya no es: "Al tirar edificios como la casa donde nací me quitan parte de mis señas de identidad. No podrán ponerme una placa cuando muera...". Sonreía. Y entraba en la calle Salsipuedes recordando "la de veces que salí yo por la calle que no se podía...". Un aviso.

Vivió mucho tiempo en Madrid pero nunca dejó de visitar su ciudad: "Cuando venía a recorrer estos lugares, me decían: Ya viene Dolores Medio a tomar el biberón". O sea, la infancia recuperada, el ayer que gotea emociones que se niegan a agotarse. En la Corrada del Obispo le vino a la memoria una renuncia: "Iba para santa, pero me perdí por el camino. Visitaba mucho el Cristo del pasadizo que había ahí. Le tenía devoción. Me daba una pena aquel Cristín, atado con cuerdas de verdad".

Ella, la niña Dolores que años después entraría en la historia de la literatura española, quería "subir a quitárselas. Me gustaba charlar con él. Un día fui y ya no estaba. ¿Cómo se puede quitar algo así? Alguna gente se ríe cuando digo estas cosas, pero me da igual. Yo siempre digo lo que pienso".

Así era Dolores Medio a sus 80 inviernos, mujer de pasos lentos y seguros sobre "piedras que yo creo que hasta me conocen". Una buena amiga: la torre de la Catedral. "Vengo mucho", contaba, "y hablo con todos los santos. Mira, le están lavando la cara. Me recuerda aquel chiste de Alfonso. ¿ Cómo era...? Sí: '¿Adónde querrán llevarse la Catedral que la están embalando?'".

Más viejas amistades: la estatua de Alfonso II: "Mira a Alfonsín, que solo está". Terreno de espadas y copas a los que no ponía mala cara: "A mí los bares no me molestan mientras no sean su único 'leit motiv'. Hay tan poca vida interior en los jóvenes... Les quitan la infancia y la adolescencia, porque se las anticipan, se enteran de todo tan de repente...". Pero "no pienses que soy una clásica enamorada del pasado". Y eso, Dolores, que entonces no existían los móviles ni Internet ni... Seguro que tampoco les daría la espalda. "No soy nada tradicionalista", advertía al llegar a su portal, de vuelta a las murallas de papel con sus laberintos de palabras. Su gran ocupación era la Fundación que creó en 1981 y que llevaba su nombre: "Me desprendo del dinero en seguida porque así soy feliz. Me da lo mismo si sube o si baja la vida. Mientras cobre mi pensión, estoy tranquila. ¿ No es esto sabiduría?".

Lo era, Dolores. Lo es.

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