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Tino Pertierra

Pecados capitales

Tino Pertierra

En el Campo de la memoria

Evocación de un emotivo paseo con el fallecido Sabino Fernández Campo por el escenario de su infancia

Hay espacios urbanos que abren las puertas de par en par a la memoria, y al atravesarlos adquieren inesperadas resonancias cuando lo haces acompañado de quienes tienen en ellos algunos de sus recuerdos más imborrables. Que suelen estar a menudo anclados en la infancia, ese país siempre cercano a pesar de la distancia y en el que las cosas suceden de forma distinta. Aquella mañana de noviembre de 1997, el Campo San Francisco cambió su semblante al recorrerlo junto al fallecido Sabino Fernández Campo: para la historia, conde de Latores, general y exjefe de la Casa del Rey; para nuestra historia, don Sabino, un hombre cordial, noble, sabio y de humor sin estridencias.

-Me acuerdo perfectamente...

Sí, se acordaba perfectamente de sus años de juegos y cortejos en el Campo San Francisco, del pío campo y el escondite, de la bici y las sesiones en el cine Fandiño: "Un local grandioso con un personaje muy pintoresco siempre a la entrada, Antón de la Madre, invitando a la gente a entrar. Nos sentábamos en sillas de madera y bancos corridos y pateábamos las cáscaras de cacahueses cuando llegaba el bueno de la película a caballo...".

Era el tiempo de dar al balón en Llamaquique, donde se disfrutaba de una generosa explanada en la que hacían instrucción los soldados. "Yo jugaba de defensa porque había menos que correr. Procuraba ser artista, pero era muy malo. Nos jugábamos la gaseosa de boliche y casi siempre me tocaba pagar". Se acordaba perfectamente de los momentos más lejanos "mucho mejor que de lo que ocurrió anteayer, y que quizás es mejor olvidar. La memoria está bien organizada. Tiene una gran facilidad de selección, olvida lo desagradable y recuerda lo mejor. Y cuanto más lejano es el recuerdo, más filtrado llega, más dulcificado...".

La timidez, vaya, le hizo perder muchas oportunidades en los asuntos galantes: "¡Qué le vamos a hacer! Pero mi gran amor infantil no correspondido fue Anita Page, una actriz muy famosa en aquellos días. Aún guardo una fotografía suya de la Paramount. Era rubia, un antecedente de Marilyn Monroe. Cuánto me gustaba a mi Marilyn...".

Se proyectaban entonces historias de enamoramientos, "o de lo que uno cree que son enamoramientos. Lo que se sufre y todo, qué horror...". Y se fraguaban los ídolos, "sobre todo, Lángara, un mocetón que marcaba goles deliciosos. Yo estudiaba en la academia Ojanguren y nos pidieron un artículo periodístico sobre el boxeador Paulino Uzcudun. Tuve un gran éxito. Me acuerdo perfectamente de cómo terminaba: 'Estamos orgullosos del triunfo del púgil español...'".

Las bicicletas eran sus juguetes preferidos: "Pasé por todas las etapas, de las más pequeñas a las mayores. Parecía que iba colgando allá arriba...". Gracias a una, puso una equis al tabaco de su vida: "Mi madre me lo prohibía y quizá por eso fumar era mi mayor placer, cogía incluso las colillas. Iba mucho con mi abuelo a un estanco donde me regalaban cajas vacías de pitillos americanos. Eran unas cajas de hojalata con papel de plata, ideales para guardar pizarrines, plumas, gomas... Un día, la estanquera, que se llamaba Carmina, me acuerdo perfectamente, se confundió y me dio una llena. Tuve problemas de conciencia. Que sí, que no... hasta que decidí quedármela. Llamé a un amigo del instituto, que se murió en la guerra el pobre, y nos fuimos al Naranco en la bici. Nos fumamos la caja entera, yo uno y él otro, yo uno y él otro, y luego casi no pudimos volver del mareo que teníamos. Qué habrá pensado de mí la pobre Carmina".

En los bancos del Campo "planeábamos nuestras primeras diabluras, hablábamos de chicas. Como el chiste de aquellos amigos: '¿Te acuerdas de cuando nos gustaban las chavalas?' 'Sí, pero no recuerdo para qué'... Cometí incluso la osadía de hacer versos. Había madrinas de guerra y yo me forraba a mandarles mensajes de amor y ellas me correspondían con calcetines de lana". Aprendió mucho de su padre en aquellos años, "un hombre sencillo y humilde de Latores. Por eso elegí el título de conde de Latores como homenaje". Y su mirada se perdía en el horizonte de la memoria reencontrándose con su pasado.

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