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Paraíso capital

De la Guardia frente al virus

Reconocimiento a un arquitecto municipal que dejó profunda huella en Oviedo

Sin duda usted sabe quién fue Leopoldo Alas, Clarín. Que fue un escritor asturiano, aunque le nacieron en Castilla. Lo sitúa sin problemas entre finales del XIX y principios del XX, y tiene claro que su obra más conocida, La Regenta, es el retrato preciso de una capital de provincias, que resulta ser nuestro Paraíso Capital.

Sin embargo, la leyenda de Juan Miguel de la Guardia no ha corrido tanta suerte. Su nombre se pierde en la memoria popular, aunque su legado es el más cotidiano recuerdo de los carbayones. Fue un santanderino afincado en Oviedo en 1882. Aquí se convirtió en arquitecto municipal y desarrolló su carrera profesional hasta su muerte.

La nuestra es una de esas urbes que tiene alma propia, una personalidad muy marcada, defectos y virtudes. Si Clarín describió en su novela el carácter de aquel Oviedo decimonónico del que aún perduran rasgos característicos, De la Guardia construyó la idea que será durante varios siglos más la imagen de la ciudad. No sólo para turistas, sino para nosotros como habitantes.

Si yo les invitase a cerrar los ojos y dar un paseo virtual por sus recuerdos, ustedes no se encontrarán con La Regenta ni con el Comendador, sino con el esqueleto vertebrado por este genio olvidado.

Dense una vuelta por la Plaza de Porlier, donde reconocerán el edificio del Banco Asturiano, actual sede del BBVA. Peguen un brinco hasta La Escandalera, presidida por la fachada de la Casa de los Conde, mal conocida como Santa Lucía. Si hacia el norte giran a su derecha pueden localizar el Palacete Rubín, calle de la Lila. Si al contrario optan por Toreno, los de cierta edad recordarán la casa de Concha Heres en los jardines que ocupa el Banco de España. Llegarán hasta Villa Magdalena, y subiendo, subiendo, hasta la Plaza de Toros, joya que se pudre manteniendo a duras penas su dignidad. Así podríamos continuar un rato.

Ese aire afrancesado y decadente que tan bien representa lo que somos, porque hemos nacido, crecido, sufrido y gozado en esos escenarios, es el legado de Juan Miguel.

La pincelada genial quedó guardada en el corazón del Campo San Francisco. Suyo fue el encantador diseño del quiosco de la música.

Es una coincidencia absurda, pero al mismo tiempo que se ha parado el mundo resulta que se ha desbloqueado el asunto de la rehabilitación de esta perla que hace años mantenemos encarcelada entre andamios. Una noticia extraordinaria que ha aparecido entre las páginas de LA NUEVA ESPAÑA esta semana extraña. La actualidad global se come este suceso provinciano que hoy sólo puede parecernos trivial e intrascendente.

Sin embargo, las noticias de hoy envolverán el pescado de mañana. Los hombres viven y mueren, las ciudades permanecen. Nuestros nietos construirán sus recuerdos en los mismos escenarios donde creamos los nuestros.

La obra de De la Guardia tendrá vida, y aquel ridículo virus del 2020 será sólo un renglón aburrido en algún libro de historia.

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