No es necesario que la Dama del Alba venga vestida de negro con su corona y un paquete de virus bajo el brazo. Puede llegar en el momento más inesperado con el vestido que más le guste, porque para eso es la muerte.

Nadie esperaba por esta peste, como tan sorprendidos nos quedamos con el fallecimiento de José Antonio García Arias, hijo de Manolo y de Visita, (sus hermanos: Ludi, Manolo, Alfredo, Merce y César) al que nosotros de niños le apodábamos Pepe "el rubio" por el color dorado de sus cabellos.

Me resultan dolorosas y fáciles escribir estas líneas porque desde la tierna infancia fuimos sol y sombra y nunca nuestra amistad se perdió ni un solo ápice de vista. Compañeros en la escuela de don Arturo, alumnos en el colegio de San Pedro, colegas y cómplices de juegos y escapadas nocturnas. Veía las hierbas nacer y era un verdadero manitas con el ping-pong -varias veces entre los mejores de Asturias- y un Pitágoras con el ajedrez.

Ingeniero de caminos, canales y puertos por la Universidad de Madrid, mientras que el amigo se iba a Francia en busca de otros horizontes. Me sentía orgulloso de su estampa de alférez de complemento, con el cisne en el pecho y el cordón en los botones de la guerrera.

Buen mozo, buena presencia y una sonrisa en los labios que ya la quisiera la Mona Lisa. El amor le lleva a enamorarse de Conchita Mulet, una bella de la huerta murciana que, como arquitecta, diseñó una buena parte de la urbanización del Praopalacio y otros muchos y acertados proyectos. Llegaron hijos (José, Luis, Alfredo) y una deliciosa criatura llamada Conchita. Luego, nietos, y todos ellos rodeados de una gran familia.

Además de sus trabajos como ingeniero y empresario, fue concejal del Ayuntamiento de Oviedo, a cuyos ciudadanos ofreció lo mejor y más selecto que tenía. Por méritos propios aparece en las páginas del libro "Teverga, historia y vida de un concejo", publicado el pasado mes de diciembre.

Me dejó un corazón noble, una buena y fraterna amistad, recuerdos imperecederos de la infancia y juventud y, sobre todo, sus palabras sensatas y prudentes de libre pensador y humanista.

No fue esta peste real que corona el mundo la que se lo llevó al séptimo cielo, fue esa otra maldad cotidiana cuyo signo se dibuja en el zodiaco. La pandemia que nos asola como un vuelo loco de langostas, me hace pensar en el aforismo popular: "No hay mal que por bien no venga". Si salimos de esta -Dios lo quiera- el ser humano tomará una nueva dimensión. Habrá sido un antes y un después que obligará a la Humanidad a plantearse muchas necesidades prioritarias cotidianas y a enfrentarse con la verdadera solidaridad.

Quiere la bestia que florece en esta primavera, como las margaritas, que no podamos estar con él de manera presente en estos momentos. Pero si hay un amplio y cariñoso recuerdo para los suyos y -en estas horas en las que todos estamos desorientados- extensible a los familiares que pasan por este doloroso trance.

Saldremos adelante todos unidos quedándonos en casa. Vale.