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El Otero

Referentes de esperanza

Las lecciones que se pueden obtener de los mayores

Sospecho que muchos de ustedes estarán de acuerdo conmigo: la omnipresencia de noticias sobre el coronavirus empieza a ser un pelín agobiante. Obviamente, hay que estar informados; eso sí, huyamos de noticias sesgadas o que intenten manipular la realidad para arrimar ascuas a sus sardinas. Por no hablar de aquellas que son directamente falsas. Por eso gusto de rebuscar entre tantos titulares aquellos de los que se pueda desprender un pequeño rayo de esperanza que pueda mitigar miedos y ansiedades que para nada sirven y para todo estorban. No es fácil. Vemos mejoras, sí. Y más que veremos. Pero los días de confinamiento se suman en el calendario y en nuestras horas. Todo pasará. No lo duden. Ojalá con las mínimas consecuencias posibles tanto en la salud -sin duda lo más importante- como en la economía. La historia de Oviedo nos cuenta momentos duros en los que los ovetenses salieron adelante. Sufrimos epidemias de tifus en 1503, entre 1572 y 1578 y en 1882. El médico Gaspar Casal hablaba de "la generalísima epidemia que en casi toda España hizo notable estrago desde 1709 hasta 1711." La mal llamada gripe española dejó en todo el mundo un número de víctimas difícil de cuantificar y de asumir: entre cincuenta y cien millones. En Luarca aún vive José Ameal, probablemente el último superviviente de aquella pandemia de 1918; perspectiva envidiable la suya.

Solo en Oviedo, según un estudio, con una población entonces de 67.000 habitantes, se cifran las víctimas mortales en 635. Otras fuentes hablan de dos mil. Según comprobé hace años a través de los archivos de la parroquia, en el cementerio de San Pedro de los Arcos, se inhumaron en el mes de octubre de 1918 treinta y cinco personas. La media del año estaba en seis por mes. Y fue necesaria una ampliación del cementerio.

Nuestros mayores, esos que hoy sufren más esta situación, bien por la soledad, bien por su mayor vulnerabilidad, saben mucho de padecimientos y de afrontar días realmente difíciles. Aún son muchos los que recuerdan la guerra civil. Oviedo vivió una situación especialmente dramática por el aislamiento al que se vio sometido. Desde julio de 1936 hasta febrero de 1937, los ovetenses sufrieron severas consecuencias. Y de qué manera. Y por si fuera poco, la destrucción de la ciudad, aún humeante por las devastadoras consecuencias de la revolución de octubre de 1934, también padeció, debido a la falta de agua para tareas de higiene, una epidemia de tifus que vino a complicar la ya dificilísima situación. Por eso me parece pertinente mirar hacia nuestros padres y abuelos que todavía recuerdan, no sin cierto estremecimiento, lo que es vivir situaciones extremas. Rebusquen en su memoria familiar. Recuerden conversaciones con padres y abuelos y, seguro, encontrarán algún testimonio ejemplificante. Si me lo permiten, yo tengo uno. El de alguien que sobrevivió a la pandemia de 1918 que, eso sí, se llevó a su padre dejando viuda a su madre con cinco hijos y esperando el sexto en un tiempo en que las ayudas públicas eran nulas. Sobrevivió a la Guerra Civil a pesar de caer dos veces herido, una de ellas de gravedad. Sobrevivió a la prisión. Sobrevivió a la posguerra. Sacó una familia adelante. Luchó por las libertades. Trabajó por sus vecinos hasta el final y, aunque nunca se lo pregunté, creo que fue feliz. Y casi nunca le oí quejarse. Era mi padre.

Así que, por duras que sean las noticias, por muchas que creamos que son las dificultades que, lamentablemente, nos toca vivir, recordemos a esa generación que sí supo lo que es sufrir. Pero no se amilanaron. Afrontaron la historia, cogieron a la vida por los cuernos y sacaron un país adelante. Son nuestros referentes.

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