Está la niebla enredada en la copa de los árboles,
la nieve ha dejado en lo alto huellas inconfundibles de [su paso
y el suave viento hace su errante viaje.
Hace días que se esconden las estrellas;
solo el ladrido de un joven perro
traspasa el hondo silencio de la mañana.
Las autopistas, vacías, y las calles, solitarias.
El asombro lo llena todo.
Un día más de confinamiento y de ausencia.
El mal invisible es el dueño de la ciudad,
y la ha enmudecido
convertido en una prisión sin muros ni rejas.
Todo nos recuerda algo esencial y olvidado:
la inmensa complejidad del mundo y de la vida,
la cruel y devastadora presencia a veces de lo inesperado.
La Capital está en silencio
Un solitario pájaro recita sus poemas al silencio de la tarde.
Las horas son lentas y mudas.
Se desvanece la luz ,
los libros no duermen:
arden lentamente las horas
y pienso en los caminos que quiero
volver a recorrer.
Escucho el canto del mar muy lejos
y la voz del viento en el acantilado.
Los viejos sueños no se han ido.
Ya ha pasado el 21 de marzo,
¿Dónde está la Primavera, siempre tan ansiada?
Necesito la Primavera, no esta Primavera
de amenazas, grietas,
abismos y sin vosotros, mis nietos,
cumbres del amor.
¿Dónde está la conquistada libertad?
¿Dónde el rumor de las conversaciones
y el griterío de los niños en el parque?
Ya no hay mimosas en los árboles,
no han nacido las rosas,
apenas hay flor en los frutales,
y dicen que es Primavera.
¿Dónde está la Primavera, siempre tan ansiada?
Solo se multiplican las pequeñas y humildes margaritas,
blancos ojos de la tierra, y el canto alerta de los pájaros [enamorados.
Y no es poco.
Aquí estoy, cuando abre el día,
avistando nieblas,
soñando mares, creyendo escuchar
el alegre nacer del agua,
pastoreando silencios,
y, a pesar de todo,
esperando con fe el mañana.
Necesito la Primavera, no esta Primavera
de amenazas, grietas, abismos.
Necesito la Primavera de verdad,
la de la luz brillante,
la de espigas verdes que miran al cielo,
siempre esperada por lirios y rosas,
pájaros y hombres,
como la que venía del frío
cuando yo era también un niño:
con golondrinas, esas flechas en el aire,
cerezas enrojeciendo en el árbol,
meriendas en los prados,
grillos cantando sin pausa al día y a la noche,
y el búho esperando a la luna
en el hueco del viejo castaño.
Necesito las Primaveras serenas,
de verdes juveniles.
Necesito la Primavera,
cuando las pequeñas cosas se hacen grandes,
como aquella en la que llegaban de Galicia,
anunciándose con la alegre llamada
de sus pequeñas flautas,
empujando sus artilugios
de una rueda grande,
unos hombres buenos y callados
que afilaban cuchillos, arreglaban paraguas
y nos regalaban silbatos de hojalata
que fabricaban ante nuestra perpleja mirada.
Hay, en el corazón de la ciudad,
entre tanto silencio,
la alta y ejemplar llama del heroísmo.
Vuelve la vida. Pide ir lejos.
El cielo está sereno y encendidas las estrellas.
Regresa la fortaleza inexpugnable de la esperanza.