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La importancia de cultivar el afecto

El sufrimiento de las mujeres que trabajan alrededor del virus y el nuevo escenario tras la pandemia

Qué tiempos tan difíciles nos está tocando vivir. Jamás, ni en nuestras peores pesadillas, habríamos imaginado que un virus desconocido sería capaz de cercenar nuestra libertad, de coartar nuestra forma de relacionarnos, de romper el ritmo de nuestra existencia, de nuestra vida, la tuya, la mía, la de todos.

Si algo nos está dejando claro el covid-19 es que vino para quedarse; nada ni nadie puede pararlo, no existen fronteras, países ni continentes que lo detengan. Se ha convertido en una pandemia global y nos demuestra lo frágiles que somos, sobremanera los más mayores.

El coronavirus tiene un alto coste para las mujeres que trabajan en el ámbito sanitario, de cuidados, de limpieza, trabajo doméstico. Las estadísticas nos demuestran que son el doble que los hombres. Las mujeres sostienen los trabajos clave para la supervivencia durante esta pandemia. El 85% de personal de enfermería son mujeres; casi el 100% personal de limpieza en los hospitales; el 70% trabajadoras de farmacias; el 90% de limpiadoras de empresas y hogares y el 85% de trabajadoras de supermercados. Todas están expuestas al contagio, casi siempre es el doble de mujeres contagiadas que hombres. Como dice David Graeber, cuanto más necesario es tu empleo para la sociedad, menos cobras. Es posible que, a partir de ahora, estas actividades se valoren mucho más.

No debemos olvidar a los enfermos, que pasan una enfermedad en soledad, sin una mano, una mirada de cariño o una palabra de ánimo. La rutina del trato humano se ha perdido, sin poder consolarse en los ojos de las doctoras, que es lo único que intuyen a través de los trajes que llevan. Todo esto les supone un gran coste emocional . Cuando el enfermo nota que mejora, que recupera la normalidad y se acerca el alta, empieza la siguiente fase. Vuelves con la mascarilla puesta , dejando sólo los ojos libres, ojos que reflejan miedo, dudas y esperanza. Si, tienes que seguir una cuarentena, un confinamiento en una habitación dentro del confinamiento de casa. La distancia se impone, los abrazos y caricias no entran en el tratamiento, pero si los gestos cómplices: los besos en el aire, la ternura en la mirada, el cuánto te eché de menos. Hay que organizar una nueva logística en el hogar y prepararse para un duro encierro. Nunca pensamos que la enfermedad estaba en nuestro espacio, donde el miedo que es muy fácil de contagiar puede atraparnos aunque nos adaptamos intentado normalizar la realidad y sacando todo lo positivo.

Cuando termine todo me gustaría que la sociedad a la que pertenecemos sea consciente de su vulnerabilidad y se olvide del individualismo, cultive las relaciones de vecindad, que hacen la vida más sana y feliz, no de cantidad pero sí de calidad porque somos ciudadanos interdependientes. Los afectos no sólo hay que recibirlos sino también saber darlos, debemos contagiarnos de solidaridad para que esa red que tejimos de apoyos vaya creciendo a nuestro alrededor y saber que otro mundo es posible incluso en estos tiempos llenos de incertidumbre.

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