La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cuando se desprecia la verdad

El peligro de la manipulación en tiempos de crisis

La gran filósofa Hannah Arendt decía que la verdad y la política nunca se llevaron bien; de hecho, denunciaba el totalitarismo encubierto que utilizaba sistemáticamente la mentira y el ocultamiento de la verdad como caldo de cultivo perfecto para la manipulación, la opresión y la des-democratización.

¡Qué coincidencia! Pocas cosas pueden hoy desalentar más a quien desea una participación dialógica y democrática que el constatar la posverdad que se respira en nuestra sociedad.

La manipulación de los medios, la propaganda sectaria, el descrédito sistemático del adversario, el ocultamiento de los propios errores,... y algo peor, la moda con los pretendidos "comités de expertos", la asimetría de conocimientos que instaura como innegable el principio jerárquico de dominación totalitaria... Estos y otros tantos medios de menospreciar la verdad hacen más difícil la senda de la convivencia.

Cuando la autoridad impide por todos los medios el esclarecimiento de la verdad, para ocultar errores o injusticias, su estrategia está destruyendo la posibilidad de caminar hacia una verdadera democracia incluyente de todos los ciudadanos.

La violencia de los poderosos y la injusticia, según dice Arendt, necesitan siempre de la mentira para asegurarse una cierta respetabilidad en la opinión de la sociedad, y de un instrumento incontestable, reducir la verdad, que elimina por completo la posibilidad de opinión y condena al que piensa diferente.

La democracia se construye sobre la pluralidad de opiniones, pero si estas se reducen a simples ruidos o monólogos pautados, si nadie está dispuesto a aprender del resto o renunciar a sus posicionamientos, a reflexionar y descubrir la capacidad de asumir la crítica, entonces llegamos al arbitrio del que impone una verdad de manera totalitaria.

Hoy observamos perplejos cómo nuestros políticos nos hacen creer que sus verdades ideológico-argumentales son científicas. Incluso hechos contrafactuales, muy típico de las conversaciones de calle, ¡los otros lo habrían hecho igual o peor!...

No hay democracia sin participación y deliberación, excluir una de ellas nos aboca por la pendiente de la tiranía o de la demagogia populista. (¡Coño!, ¡vaya coincidencia!).

Se desprecia la verdad cuando la autoridad no puede ser puesta en duda, ¡lo que ellos saben es determinante, sus adversarios y detractores son incívicos!; la incontestabilidad del Gobierno se identifica con la estabilidad de la democracia, con el bien común, y lo que es peor, con la salud sagrada de todos los ciudadanos.

En este contexto quiero hacer resonar la actualidad de las palabras de Jesús, la fuerza del Evangelio: "Yo le pediré al Padre que os dé el Espíritu de la verdad".

Necesitamos el Espíritu de la verdad que nos defienda. Qué necesario es que todos, y de manera especial los que tienen alguna responsabilidad, creamos en la eficacia humanizadora de la verdad.

La búsqueda de la verdad acerca a las personas y conduce al diálogo. El respeto total a la verdad aproxima a los grupos, fortalece la justicia y nos encamina al bien común. Piensa un poco, ¿qué puedes aportar?, ¿cómo podemos construir una democracia auténtica?

Compartir el artículo

stats