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El Campo San Francisco visto por viajeros

Cinco escritores de los siglos XIX y XX describen el gran parque de la ciudad

En estos tiempos de penuria del Campo de San Francisco, no está de más recurrir a las opiniones que sobre él tuvieron ilustres visitantes, e imaginar cómo lo calificarían si lo hubieran conocido en el lamentable estado en que hoy se encuentra.

En su colección de "Viajes Descriptivos. Caminos de hierro en León, Asturias y Galicia", en el volumen titulado "De Palencia a Oviedo y Gijón, Langreo, Trubia y Caldas", publicado en 1884, su autor Ricardo Becerro de Bengoa (1845-1902), entre otras muchas cosas cronista de Vitoria y miembro de la Real Academia de la Historia, se sube al tren y describe el viaje entre los puntos indicados. En Oviedo, tras un detallado estudio de sus monumentos, llega al Campo de San Francisco y dice: "Rodea al exconventol -se refiere al de San Francisco- por el poniente y norte, ocupando una amplia zona, el famoso Campo de San Francisco, regalo y delicia de Oviedo. Hay en su dilatada área: hermosos bosques de gigantescos robles y un fino 'yerbín', un paseo extenso llamado del Bombé, con fuente monumental, asientos y alamedas paralelas, donde lucen sus galas y bellezas las hijas de la capital, y donde concurre durante el buen tiempo lo más selecto de la sociedad; una serie de jardines en irregulares parterres y en variado declive, cuajados de toda clase de plantas y flores, con solitarias plazuelitas, hermoso lago con aves acuáticas, isla y pajarera. Un paseo propio de una capital de mucho más vecindario que Oviedo. En un rincón, sirviendo de garita del jardinero, se halla parte del tronco del famoso Carbayón, talado en 1879".

El escritor Alfonso Pérez Nieva (1859-1931), en "Un viaje a Asturias pasando por León", publicado en 1895, describe de esta manera: "Al final de la calle de Uría se distingue un amplio arbolado, bancos de respaldo imitando a junco, candelabros con farolas: es el Campo de San Francisco, el 'Retiro' ovetense de los domingos de invierno con música de tropa. Uno de los paseos urbanos más amplios que existen, de frondosas alamedas con muros de flores, bien cuidado, con su hermosa calle principal conocida como el Bombé. Algunos de sus troncos tienen una historia que pudo ser trágica. En 1808, fueron atados a ellos para ser fusilados por el pueblo, los afrancesados Conde del Pinar, el poeta Meléndez Valdés, el militar La Llave y otros, salvados gracias a la serenidad de un canónigo que se interpuso con el Santísimo Sacramento".

Francisco de Paula Mellado, ilustre viajero, que a mediados del siglo XIX visitó Asturias, de la que hizo un amplio retrato escrito. Naturalmente dedica un importante apartado a la capital y dice: "Es notable la variedad y multitud de árboles del Campo de San Francisco, en donde se encuentra el paseo del Bombé, con dos hileras de acacias, espineras, castaños de Indias, tilos y otros árboles. Separado por una verja se encuentra el jardín botánico plantado por la universidad literaria. Por el centro del campo pasa la carretera del Chamberí que se dirige a los baños termales de Priorio y a la fábrica de Trubia".

Otro famoso viajero fue A. Germond de la Vigne (1812-1896), que realizó un viaje entre León y Oviedo. Relato con mucho detalle en el que presta atención a la situación geográfica de Asturias y describe su capital. Del Campo San Francisco explica: "La ciudad tiene tres fuentes que no tienen nada de particular y hermosos paseos donde se goza de una vista amplia y pintoresca. Destacan el Paseo del Bombé y el Jardín Botánico, también lo atraviesa de, abajo a arriba, la carretera de Chamberí, que se dirige a Priorio".

Azorín (1873-1967), en viaje por Asturias, define Oviedo como "una ciudad espiritual". Viaja desde Madrid en compañía de Ramón Pérez de Ayala. Pernoctan en la pensión de doña Luisa, una señora enlutada de vieja cepa castellana. Desde el comedor, a través de los cristales anchos de la galería, se divisa una fila de techumbres rojizas, y luego, allá a lo lejos, las laderas verdes, suaves, de una montaña con sus prados, con sus maizales, con sus robles. Mano a mano, acaso pasan una hora, dos o tres en charla amena, entrecortada con lecturas y comentarios de bellos libros.

-Azorín, ¿nos vamos a los Álamos? Los Álamos es un viejo paseo; dos largas filas de estos finos, esbeltos, sutiles árboles lo bordean. A un lado se extienden unos sombríos jardines. Seis, ocho, diez paseantes marchan en silencio: uno de ellos avanza hacia nosotros. ?

-Querido Melquiades, ¿qué pasa en la ciudad? ?

-Nada -dice sonriendo el gran orador, que viene todos los días a esta alameda.

Pasar, pasar nunca pasaba nada en Vetusta. Eso sí, aquellos hermosos chopos, al igual que el venerable Carbayón, cayeron bajo el hacha sin piedad de aquella Corporación.

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