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PARAÍSO CAPITAL

El palacio desierto

Hay una leyenda sobre Ildefonso Sánchez del Río que necesito confirmar. La contaba mi padre que, al contrario que yo, era hombre con los pies en el suelo. Es una aventura tan audaz y tan valiente que no comprendo por qué no he sido capaz de confirmarla en internet ni en la memoria de la ciudad. Sánchez del Río, medio asturiano, se formó en la Escuela de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos de Madrid. Su trabajo está íntimamente relacionado desde el principio con el hormigón, material que se hizo popular en esos años revolucionando la construcción a todos los niveles.

El joven ingeniero encontró aquí el instrumento que daría libertad a su imaginación, de la que brotaban ideas y formas que hubiesen sido imposibles unos pocos años antes.

Diseñó varios de nuestros depósitos de agua, proyectó la autopista entre Gijón y la capital, el mercado de la Pola, el paraguas que preside la plaza de tal nombre. Pero por encima de todo, su gran obra es el Palacio de los Deportes de Oviedo. Esta cúpula asombrosa es la maravilla local peor valorada por los ovetenses. Sus méritos han caído en el olvido y la mayoría opina sencillamente que es fea. No puedo aceptarlo. Me permito citar el sitio Wikipedia.org para destacar su "techo en forma de caparazón de tortuga, proeza arquitectónica en su tiempo al convertirse en la primera cúpula cerámica sin pilares del mundo". Una hazaña que señaló su genialidad abriendo un camino a seguir desde ese momento.

Mi padre admiraba a Sánchez del Río. Me contó que, finalizando las obras del pabellón deportivo, solo quedaba retirar el andamiaje que sujetaba la estructura. En ese momento crítico todo el peso de la misma reposaría al fin sobre sus arcos. Estamos hablando de varias toneladas de hormigón.

El genial ingeniero estaba tan seguro de sus cálculos que incluso anunció cuantos centímetros bajaría la cúpula al asentarse sobre sí misma. Para demostrar que aquel monstruo no cedería ante su propio peso, anunció que se subiría encima mientras retiraban el sustento. Una osadía que rayaba la locura. De hecho, reía mi padre, los políticos presentes declinaron amablemente la invitación a acompañarle en las alturas ¿Cómo hemos perdido semejante audacia de la memoria de la ciudad? En aquella infancia mía, cuando bajaba los domingos hasta la Tenderina para ver los partidos de hockey, los alrededores del Palacio de los Deportes eran un hervidero. Los bares llenos, colas en las taquillas y los vomitorios absorbiendo a la multitud. Los colores rojo y azul del Club Patín Cibeles eran los protagonistas. Pero esa es otra historia. Aquella estructura verde me parecía galáctica, sideral, una nave espacial. Me imaginaba a ese Sánchez del Río como un ser asombroso. Firme, victorioso, con los brazos en jarra sobre su creación. Hoy sin embargo lo miro desde lejos al pasar por su autopista. Apagado, sucio.

Y recuerdo unos versos sobre el miedo al abismo y a lo infinito que escribió Pablo Neruda: " Tiene mi corazón un llanto de princesa olvidada en el fondo de un palacio desierto".

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