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NECROLÓGICA

Tomás Cerra y el baloncesto

La aportación al deporte de la canasta de un pionero en diferentes disciplinas

Mi primera relación con los Cerra fue con don Sixto, el padre de Tomás, en el taller de la calle de Gil de Jaz, donde íbamos en los cuarenta a hinchar el balón de fútbol y a arreglar los pinchazos de la bicicleta (no lo llamo tienda porque recuerdo que apenas tenía mercancía en las estanterías).

Tras el fallecimiento de Tomás, se está destacando su importante aportación al tiro con arco y su afición al motociclismo, pero se está pasando de puntillas sobre su aportación al baloncesto ovetense. Con Tomás como capitán y alma del equipo, un club ovetense, la Sociedad Deportiva Astur, ganó por primera vez para la ciudad, allá por los años mil novecientos cincuenta y bastantes, el campeonato de Asturias de baloncesto, arrebatando así a Gijón la hegemonía que año tras año demostraban el Grupo Covadonga y el Antorcha.

Tomás y Julio el Negro, los bases, eran la sólida defensa y Yuyi , el pivot, era quien metía las canastas; Chos Costales, Julio Casielles, José Angel Botas, Pepín Rivas, algún otro y el que suscribe ayudábamos en lo que podíamos. Fue mi primer año en la Deportiva Astur, a la que llegué desde el equipo del SEU después de que Luis Riera me fichara en la sacristía de la Catedral (Luis Riera, otro de los grandes ovetenses de la época, era entonces el presidente del Club, y fue más tarde popular alcalde de Oviedo).

Jugábamos entre las ruinas del cuartel de la Polícia de Asalto, antes Convento de Santa Clara y ahora sede de la Agencia Tributaria, compartiendo la cancha con las veladas de lucha libre (eran los tiempos del famoso Peltop), y nuestro vestuario tenía una tabla en la pared con unas perchas y un caldero con agua para asearnos.

El bueno de Tomás (guardo el mejor recuerdo de él) se muere en el único día del año en que no leo el periódico (me cogió en el pueblo atendiendo a las labores atrasadas por el covid), por lo que no estuve presente en su funeral, lo que lamento mucho, donde estoy seguro habría encontrado a los pocos integrantes de aquella Deportiva Astur que aún sobrevivan. Mi más sincero pésame a Pili, su esposa, a quien no tuve, por ello, ocasión de trasmitírselo personalmente. Pili (me dijo su nombre recientemente en el Paseo del Bombé con ocasión del recreo de la tarde que teníamos las personas de riesgo) me dio calabazas en la romería de Santiago del Monte cuando intenté sacarla a bailar, en los mismos años, más o menos, en los que yo jugaba al baloncesto con Tomás, episodio que seguramente Pili no recordará, porque las calabazas dejan menos huella en quien las da que en quien las recibe.

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