La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Homofobia y racismo

La lucha desde la educación contra dos lacras de la sociedad

En prensa, radio y televisión, noticias y artículos han de estar a la última. En el momento que transcurren unas horas quedan fuera de circulación y su espacio lo ocupan otras preñadas hace unos instantes. Más, en esta época de globalización en que los antiguamente denominados teletipos explotarían, ya que desde todos los lugares del mundo bombardean continuamente con información. Tanta, que en lugar de ocupar lugar parece que "okupan" el medio. En ocasiones impactan y se graban en el cerebro. Para digerir su contenido hay que masticarlas con parsimonia y no dejarse llevar por los sentimientos de mala leche. El suceso causante de la que les voy a hablar, por desgracia, ocurrió en Oviedo. Fue hace poco más de dos semanas cuando leí en LA NUEVA ESPAÑA la agresión sufrida por un joven en El Antiguo, lugar en que tres indeseables le dieron una paliza que le envió directamente al HUCA, todo bajo el insulto de (con perdón) "maricón de mierda", expresión homófoba donde las haya. El hecho seguro que lo conocen y no hace falta recrearse en su descripción. Tampoco quiero relatar, todos sabemos algo del caso, la muerte del afroamericano George Floyd; sucedió en Minnesota. Este asesinato ocasionó numerosas manifestaciones de protesta en todo el mundo: unas pacíficas, otras dicen que demasiado violentas; antes de decidir pensemos si el hecho en sí las merecía. Una parte de la humanidad se indignó con el comportamiento brutal que parte de la policía estadounidense tuvo y mantiene con las personas de raza negra, al igual que lo aplican a los hispanohablantes procedentes de países sudamericanos, asimismo a chinos y japoneses. Es cierto que un tanto por ciento de la población apoya, aunque jamás haya estado ausente, este peligroso rebote del racismo. Demencial si es alentado directamente por su presidente, el impresentable Donald Trump.

Porque racismo agrupa más cera de la que arde y nos quieren hacer creer. Existe en todos los lugares y lo sufrimos a la puerta de casa. Racismo es ser intolerante con la presencia de otras razas. Racismo es hacer distinciones por el color de la piel o por el lugar de su nacimiento. Racismo es despreciar a todos aquellos que muestren un comportamiento sexual diferente al de la mayoría. Racismo es insultar y descalificar al que tiene ideas discrepantes. Racismo es menospreciar al que practica una religión diferente a la nuestra. Racismo es internar en barracones antes de devolverlos a sus países de origen a los que se juegan la vida a bordo de una patera, huyendo de guerras, enfermedades y miseria. Racismo es proteger las fronteras con vallas provistas de cuchillas. Racismo es que los principales países del mal llamado primer mundo hayan acaparado, creyendo que solucionarían la maldita pandemia, medicinas imprescindibles para curar la malaria y esta cause estragos. Racismo es haber expropiado a Oviedo el título de ciudad respetuosa abierta a todas las tendencias, cuando se retiraron de La Escandalera los bancos arco iris en apoyo del movimiento LGTB, abriendo puertas a pensamientos y conductas intransigentes y violentas.

No queda más remedio que posicionarse contra el racismo ¿Cómo? Inculcando desde la más tierna infancia que todos, sin excepción, somos ciudadanos del mundo. Grabando a fuego, en el cerebro de los niños, el contenido de los Derechos Humanos para que sus ideales se mantengan toda una vida. Únicamente así lograremos que las nuevas generaciones pongan en práctica estos principios que, como queda claro, no se trata de una devoción porque si pretendemos alcanzar una relación digna con nuestros semejantes, debemos de considerarlo una obligación. Solo de esta manera, con respeto y educación, finalizaremos con esta lacra.

Compartir el artículo

stats