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Jaime Álvarez-Buylla, gran amigo y compañero

Despedida al médico y melómano fallecido el pasado julio

A Jaime le califico como mi mejor amigo y compañero porque hemos vivido vidas paralelas en la amistad personal y en el campo profesional. Escribo esta carta tiempo después de su fallecimientos, pues sabía lo que iba pasar; que todos los estamentos profesionales y familiares de Oviedo, de Asturias y de España iban a volcarse en elogios a Jaime. Y yo, a quien quería mucho y era su íntimo amigo profesional y familiar, decidí dejar que todo el mundo le elogiara, quedando yo para el final, como resumen del afecto y el cariño que Jaime irradiaba por donde pasaba.

Estudiamos la carrera de Medicina juntos en Valladolid; vivimos en la misma pensión -la pensión de doña Eugenia y de don Gregorio Cazarro Garrote, que eran los dueños-; estudiamos juntos, jugamos al futbolín juntos en el restaurante que precisamente los dueños tenían en el bajo de la casa, en la calle Jesús, pegada al Ayuntamiento.

Después de terminar la carrera, Jaime se fue una temporada a Madrid a la Clínica del Trabajo y yo me fui directamente al Sanatorio Adaro en Sama de Langreo, donde se trataban todos los accidentes de la entonces numerosa minería del carbón. Don Vicente Vallina esperaba la terminación de mi carrera.

Jaime y yo hicimos el doctorado juntos, también en Valladolid. Fueron conmigo él y José Antonio González Granda a pasar visita al hospital Adaro, donde conoció de primera mano la traumatología que allí se hacía. Era un admirador de mi maestro Vicente Vallina, el mejor traumatólogo de España en su época. Me invitó varias veces a dar conferencias de traumatología en el salón de actos de la Residencia Nuestra Señora de Covadonga, como se llamaba entonces. Envió mi tesis doctoral al ministro de Trabajo de Perú, que estaba en el centro de rehabilitación que Jaime dirigía tan bien. Se trataba de un tema sobre enfermedades profesionales. Tenía una gran admiración al sanatorio Adaro y a su director, don Vicente Vallina.

Nuestras vidas estuvieron tan unidas que me hizo participar de su amor a la música; le gustaba oírme cantar las asturianadas de El Presi. Un día, estando juntos en su casa, Lauro Volpi (tenor italiano de renombre internacional que era amigo de Jaime y estaba entonces en Valencia donde pasaba temporadas), fue localizado por Jaime por teléfono y me dijo: "... cántale el 'Xilguerín parleru'". Efectivamente, le canté esa canción por teléfono al maestro italiano. Yo tenía una voz de barítono que a Jaime le gustaba y las canciones de El Presi me venían bien. Al terminar la canción cogió Jaime el teléfono y Volpi le dijo: "... Ese amigo suyo imposta bien la voz". Detalles de cariñosísima amistad como este tenemos muchos.

Ambos nos queríamos sin límites, conocíamos nuestras vidas mutuamente. Él sabía que yo pertenecía a la familia sobrenatural del Opus Dei, pero jamás discrepamos por esta vocación que yo había escogido ya estudiando Medicina. Nosotros, Margarita, Jaime, María Luisa y yo, nos encontrábamos con frecuencia a la hora de la misa de 12 en los Carmelitas los sábados, y con este motivo charlábamos alegremente un buen rato. Era un católico ferviente, sin exhibicionismo, pero con una rectitud de conciencia fuera de lo común. Yo le traté con una intimidad poco habitual desde que conoció a Margarita, cuando estudiábamos en la pensión en Valladolid.

Estoy seguro que nuestro Dios, infinitamente misericordioso, tiene a Jaime por su vida ejemplar en un lugar de privilegio. Nuestra edad era casi la misma... ¡Pronto nos veremos, Jaime! Para finalizar estas palabras no quiero olvidar los artículos que con frecuencia escribía en nuestro periódico, LA NUEVA ESPAÑA. Todos llenos de sentido constructivo, no ocultando jamás su condición de creyente, de católico, y con un contenido lleno siempre positivo, como era, o es, él.

Margarita, Jaime, Manuel, habéis perdido sólo para este mundo de la tierra a vuestro ser más querido. Yo he perdido a mi mejor amigo, por quien rezo diariamente, aunque no lo necesite, pero las oraciones a Dios son siempre necesarias. Por ley natural y seguro que por voluntad de Dios pronto nos abrazaremos, Jaime, y gozaremos de la Madre de Dios, que tal día como el 15 de agosto subió con su cuerpo y Santísima alma a Dios, infinito y misericordioso.

Querida Margarita, seguro que en la vida sobrenatural Jaime se ha encontrado ya con mi santísima madre, Adelina, y le dio las gracias por aquellas casadiellas que a él tanto le gustaban y que mi madre Adelina, modelo de madre y esposa, preparaba para su hijo y sus amigos, que iban en el tren de las 11 de la noche hacia Valladolid.

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