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EL OTERO

Un día singular

Noticia de la última procesión del Santo Sudario en el último milenio, el 5 de septiembre de 1934

Que la Catedral fue faro que atrajo a miles de peregrinos a lo largo de la historia es sabido. Que el motivo de atracción fuera -y es- venerar las valiosas reliquias que atesora, también. Y que la reliquia más valiosa sea el Santo Sudario tampoco lo vamos a discutir; sudario que se exhibe sólo en contadas ocasiones: el Viernes Santo, el 14 de septiembre -festividad de la Exaltación de la Santa Cruz- y el 21 de septiembre, San Mateo. En más de un milenio el sudario sólo salió del recinto catedralicio en tres ocasiones. La primera, en procesión hasta el pórtico, el 16 de diciembre de 1598 con el fin de pedir la gracia ante las calamidades que asolaban la ciudad a causa de la peste. La segunda el 30 de junio de 1808, como consecuencia de una rogativa solicitada por la Junta General del Principado, siendo la primera vez que salió a las calles; queda para otra ocasión. Y la tercera y última el 5 de septiembre de 1942. Ese día salió el Santo Sudario a encontrarse con los ovetenses con motivo de la bendición de la Cámara Santa, restaurada después de la voladura de 1934. Así lo refleja una de la Actas Capitulares, memoria viva de la Catedral, que nos narra la efeméride con detalle: "Por la tarde del mismo sábado, día 5, tuvo lugar la procesión magna con las Santas Reliquias, algo nunca visto, apoteósico. Salió por la puerta de la Limosna a la Corrada del Obispo, un altavoz iba indicando el orden y la marcha de la procesión, presidida por el Sr. Obispo, asistida de un capitular de Toledo y de otra de Santiago, detrás obispos y abades, presididos por el Nuncio, y cerrando las autoridades, con su séquito militar brillante, música del Milán, banda de cornetas y tambores, con las fuerzas de la plaza. Ocupaba lugar preferente el Santo Sudario, llevado por tres Dignidades, Arcediano, Chantre y Maestrescuela, seguía después el Arca Santa sobre lujosa carroza, urna de Santa Eulalia, Patrona de la Diócesis, cruces de los Ángeles y de la Victoria, cada cual en su carroza, recostadas sobre preciosos damascos, urnas de San Eulogio y Lucrecia, San Vicente mártir, San Julián, Cristo de Nicodemus, corona de espinas y otras reliquias. Banderas, cruces, pendones, varias bandas de música; filas interminables de hombres, caballeros de órdenes militares con sus blancos y cruzados trajes, comisiones de Ayuntamientos, Toulouse, Francia, Zamora, Palencia, con su pendón de Castilla, Santiago y otros con sus insignias y distintivos, carrozas engalanadas, cubiertas de damascos y flores, to-do admirablemente calculado y en perfecto orden daba una nota de color deslumbrante y la sensación de algo grandioso e imponderable. Así cruzó la procesión las calles de la ciudad, Corrada del Obispo, SanVicente, Jovellanos, Argüelles, Santa Clara, Dueñas, Melquíades Álvarez, Uría, Fruela, Jesús, Plaza Mayor, Ci-madevilla, Rúa y Plaza del Rey Casto, dos horas de recorrido". Testimonio de un día singular y, qué duda cabe, con repercusión en la ciudad. Un hecho que con-viene enmarcar en una sociedad y un contexto muy diferente al actual pero que ha escrito, para siempre, una página de esa extensa y rica historia común que formamos los ovetenses.

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