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LA CIUDAD Y LOS DÍAS

Ambientes escolares de posguerra

Algunos prejuicios sobre la educación en la ciudad hace más de medio siglo

Los hechos demuestran que a las personas de no mucha edad no les resulta fácil juzgar hechos de un pasado relativamente lejano, pongamos medio siglo, incluso un poco más; y que tienden a hacerlo con criterios del día de hoy y con frecuencia influidos por interesadas corrientes de opinión. Me refiero sobre todo a los enfoques sobre el régimen de vida y aún más los que se emiten desde ideologías o arraigados prejuicios políticos.

Si se trata de considerar con imparcialidad hechos no vividos, los conceptos que priman en buena parte de la sociedad actual están con frecuencia distorsionados desde una ideología o interés determinado. A veces influidos por tendencias políticas radicales o con deficiente información que parten de una visión particular e interesada. No digamos de las malignas atribuciones de intención por intereses de partido.

Preámbulo tras el que este comentarista trata de considerar aquí algunos retazos de memoria venidos a bote pronto sobre la generación de los que fuimos niños de la guerra y la posguerra, cuya experiencia en este punto no se nos negará como indudable.

Quisiera recordar, al hilo de la actualidad escolar hoy problemática, algo de cómo fue la enseñanza primaria de aquel tiempo, acaso hoy mal juzgada con exceso. Como no podían ser de otra manera, los métodos pedagógicos eran los propios del tiempo, aún repetitivos (se cantaba la tabla de multiplicar), pero intensos, disciplinados y también enciclopédicos. Y, desde luego, había respeto y silencio en clase, pero también grandes jolgorios en los recreos.

Hubo escuelas públicas en todos los sectores y barrios de la ciudad y una larga serie de centros privados y colegios religiosos de cierto nivel: Santo Domingo, Santo Ángel, Ursulinas, Teresianas, Dominicas, la Milagrosa, el Fontán, el San Agustín, el Loyola, el Postigo, San Lázaro y todas las escuelas públicas, privadas y confesionales en los distintos sectores y barrios de la ciudad.

En todos han prosperado visiones falsas sobre aquella época. Por ejemplo, que la enseñanza no podía ser mixta. Yo sólo sé que la escuela de mi tía Nieves en el Cristo era mixta; la del Carmen en la plaza Primo de Rivera, de las hermanas Urdangaray, era mixta; la del Perpetuo Socorro, de doña Concha y doña Magdalena, en Fray Ceferino ¡era mixta! Podríamos seguir.

Cito de memoria y sin propósito exhaustivo, sólo para subrayar el interés de la época por la educación de la juventud. También por el nuevo régimen vencedor en la guerra civil, como no podía ser de otro modo. ¿Qué hubieran hecho los contrarios? Pero, no sé si por suerte, y aunque en la guerra hubo indudables vencedores, a los escolares de mi panda no nos tocaron grandes intromisiones en la escuela de aquel tiempo.

Me atrevo a decir que, por encima de visiones interesadas de cualquier signo, y con sus luces y sombras, la chavalería ovetense de la época, tras el cruento y demoledor asedio de la ciudad, dispuso de centros de enseñanza propios del tiempo, suficientes y de calidad según las convenciones y los medios de la época.

Justo es reconocerlo entre tantos retoques a las historias del pasado.

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