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PARAÍSO CAPITAL

La comedia vence a la tragedia

La ópera como receta para olvidar las incomodidades de llevar mascarilla

Hace una pila de años, todas las óperas de la temporada de Oviedo se celebraban durante San Mateo. Alrededor del Campoamor se formaba un corrillo de curiosos que cotilleaban sobre los vestidos de las señoras, sobre sus joyas. Eran uno de los emblemas de las fiestas, tanto como América en Asturias o los chiringuitos.

Cuando el martes salí de casa para asistir a la función, estaba muy ilusionado por varias razones. Se volvía a abrir el teatro. Empezaba la Temporada. El programa era doble. Se estrenaban, no una, sino dos óperas que nunca se habían representadas en nuestra ciudad. Las críticas eran excelentes. Desde Ópera de Oviedo nos había facilitado unos protocolos de acceso bien detallados. Todo parecía bajo control.

Sin embargo, al llegar a la Escandalera, aunque nuestro coso aparecía magníficamente iluminado, la plaza se veía desierta. No había chiringuitos, ni follón, ni mateínos, ni fritanga. El hall estaba despejado, el patio de butacas literalmente medio vacío, igual que el foso de la orquesta. Una voz masculina recordaba por megafonía la obligatoriedad del uso de las mascarillas durante la función, recomendaba aplicarse el gel desinfectante de manos. No pude evitar la sensación de protagonizar una película postapocalíptica. Todo mi optimismo se vino abajo.

En medio de esa batalla de sensaciones, el maestro Maximiano Valdés salió con su batuta, saludó con cortesía y dio sentido a lo que íbamos a hacer en ese lugar. Recordé una frase de no sé quién: cuando el teatro es necesario, no hay nada tan necesario. Nos estaba haciendo falta, ya era una emergencia. Comenzó la música y se alzó el telón.

La velada guardaba bazas que jugaban a nuestro favor. Primero, claro, la música. "L'heure espagnole" de Maurice Ravel y "Les mamelles de Tirésias" de Poulenc tienen en común que ambas son comedias cortas y que fueron compuestas en el siglo XX. Ambas tienen ese sonido sofisticado y contemporáneo tan cinematográfico. Por otra parte, son dos partituras y libretos muy distintos entre sí. La primera, arriesgada en lo musical, con un quinteto maravillosamente compensado, es la típica comedia de situación. La segunda, más melódica y fluida, es una delirante extravagancia exagerada hasta el absurdo.

La otra baza era Emilio Sagi. Este profeta de la escena lleva cuarenta años triunfando en su tierra. En Oviedo siempre esperamos lo mejor de él, y eso fue exactamente lo que nos ofreció. Dos escenarios radicalmente distintos, perfectamente adaptados a las necesidades de cada libreto. Muy imaginativos, muy plásticos, llenos de color. Medicina buena contra las malas vibraciones. Felicidades y gracias, Emilio. Como fueron dos, lo repito: Gracias.

Unos días antes de todo, estuve de charla con el talentoso Manu García, jovencísimo artista multidisciplinar. En el placer de la conversación me comentó que una de las cosas que más le gustan de la ópera es la importancia que se le da siempre a las mujeres. La grandeza de las divas, la fuerza de los roles, el peso que tienen en las funciones. Precisamente estos títulos nos regalan la historia de dos señoras fuertes, libres, dueñas de su propio criterio, manejando las riendas de sus vidas. Fabulosas cada cual a su manera.

Al volver a la calle, recordé que había llevado puesta la mascarilla las últimas tres horas. Debajo de esta, escondida, una sonrisa de sencilla felicidad. La comedia había triunfado.

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