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EL OTERO

Columnas de la memoria

La historia de la ciudad, en la plaza del Fontán

Que una descripción llegue a formar parte de la memoria colectiva de la ciudad no es fácil. Muy pocos lo han logrado. Lean ésta: "Un ruedo de casas corcovadas, caducas, seniles. Vencidas ya de la edad, buscan una apoyatura sobre las columnas de los porches. La plaza es como una tertulia de viejas tullidas, que se apuntalan en sus muletas y hacen el corrillo de la maledicencia. En este corrillo de viejas chismosas se vierten todas las murmuraciones y cuentos de la ciudad. La Plaza del Mercado es el archivo histórico de Pilares". Es magnífica. Pérez de Ayala retrata, con exquisita sensibilidad, el alma del Fontán. Otra de esas piezas imprescindibles que configuran el Oviedo esencial. Cierren los ojos. Pocos ovetenses no se verán, en unos de esos emotivos viajes de la memoria, paseando por el mercado asidos a la seguridad de la mano de los padres. Mirando con ojos curiosos o deseando volver al barrio para retomar los juegos en libertad. Sin ser conscientes de que estábamos formando parte de una imagen del Oviedo sustancial. Siguiendo las palabras de Dolores Medio, vivíamos un instante en el corazón de Oviedo. "Un corazón que latía humildemente, fiel a la tradición de un tiempo ya pasado, que el nuevo tiempo no consigue desplazar". Dolores Medio estaba segura de que en el Fontán se podría encontrar "una vieja y deliciosa estampa de lo que Oviedo fue en otro tiempo. Como si el reloj del tiempo hubiese detenido sus manecillas en el pasado siglo o en los primeros del presente".

A su historia ya nos hemos asomado alguna vez desde esta ventana con tantas y variadas miradas, así que hoy no, no hablaremos de su devenir; ¿para qué?, como se preguntaba Juan Antonio Cabezas. Para él, "en el Fontán no cuenta la historia. Lo importante allí es la poesía y el ambiente. Históricamente el Fontán es poca cosa. Como recipiente urbano de esencias y peculiaridades ambientales, es inmenso". Me parece oportuno este preámbulo para resaltar el valor primario de este espacio para Oviedo. Para los ovetenses. Por eso nunca entendí el atentado que se cometió contra él en 1997. El Fontán estaba herido, sí. Presentaba achaques propios de la edad. Pero ante esos achaques la decisión fue la peor: el derribo. Uno más en la extensa nómina de atentados contra el patrimonio ovetense. Se podía haber restaurado. Como así hizo el propietario de Casa Ramón en 1993. Demostrando que es posible dar vida de nuevo al inmueble sin necesidad de arrasar nada.

Una carretilla derribó hace unos días una de las columnas originales del Fontán. Noticia que reactivó amargos recuerdos. De esas columnas primigenias aún se conservan once: cuatro en el interior de la plaza porticada y siete en los soportales. Ahí siguen formando parte de la historia de Oviedo desde finales del XVIII. Y, dicho sea de paso, en mejor estado que las del pastiche que se construyó después. Restaurar no es arrasar. Restaurar un edificio es reparar su deterioro, recuperarlo, volverlo a su estado original con la mayor fidelidad. Y eso no se hizo en el Fontán para sonrojo de los responsables municipales. Doña Piqueta campaba a sus anchas. Una vez más, fue más fácil derribar. Y, de nuevo, me vienen a la mente las palabras de Fermín Canella cuando, indignado ante el derribo de otro emblema de Oviedo, los Pilares, clamó: "Por un acuerdo notorio, fue rasgo de ediles famosos del consistorio, / Y, sordos los clamores del arte como de historia local, / nuestros regidores creyeron, solo por eso, / con una piqueta ajena, rendir tributo al progreso. / ¡Qué fácil es destruir! ¡Qué difícil levantar! ¡más no sabiendo sentir. / ¡Bravo! Con recurso tal tendrá una fuente argentina / el arca municipal; y por ganancia liviana / cualquier día pueden vender nuestra fronda franciscana; / o con interés más vivo dar en remate y subasta / los diplomas del archivo? / ¡Ay! Entonces despojados de populares preseas, / por tales medios medrados, del arte y de la historia en cueros, / dirán con lástima muchos: hijos de Oviedo ¡incluseros!".

Después de Canella, sólo resta el silencio.

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