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La mirada de Lúculo | crónicas gastronómicas

Un paseo por el Médoc

La orilla izquierda del Garona es la patria de los vinos bordeleses más aristocráticos, identificados con el château y el cuidado ensamblaje de las uvas, incomparables por su elegancia y sensualidad

Un paseo por el Médoc

Hace un calor de mil diablos. Algo antes del mediodía, estoy en Margaux paseando alrededor de las viñas rodeado por japoneses que van de un lugar otro dando saltitos protegidos con sombreros que parecen sombrillas. A un lado, el château, reconstruido en 1818 por encargo de Bertrand Douat, de estilo palladiano, fue conocido como el Versalles del Médoc, y por poco que la imaginación discurra cualquiera podría situarlo en la órbita del estilo adoptado por las grandes mansiones sureñas de Estados Unidos. Los japoneses miran obnubilados a través de las rejas y no paran de disparar a lo que el viento se llevó.

La aristocracia en Burdeos empieza por el château. Se puede ser dueño de un castillo en la Gironda sin poseer un viñedo, pero no se puede tener viñas sin estar domiciliado en uno de ellos. En la botella de Burdeos, se compra arquitectura. De ahí, los precios en algunos casos. Es imposible que los grandes vinos del Médoc renuncien a su nobleza, como los del Château Margaux, de suave finura en contraste con el árido y pedregoso suelo de sus viñas, y dueños de un rico anecdotario por su aquilatada historia que se remonta a la Edad Media, un tiempo en que los reyes ingleses empezaron a demostrar en el continente que eran unos inagotables bebedores. El cuñado de Madame Dubarry, su propietario, se presentó una vez ante Luis XV con un traje cubierto de pedrería y el rey le preguntó debido a la ostentación si era el hombre más rico de Francia. Dubarry, conde de d'Argicourt, respondió que las piedras eran simplemente diamantes de sus tierras. Efectivamente, lo que llevaba engastado en la vestimenta eran piedras de las viñas de Margaux que pulidas tenían una vistosidad comparable a los preciados guijarros del Rin.

El grand cru Château Margaux figura junto con Lafite Rothschild, Latour, Mouton Rohtschild y Haut Brion en la distinguida clasificación de 1855. Los cuatro primeros son Médoc, tres de ellos del municipio de Pauillac, el último de Pessac-Graves. Han pasado muchos años desde entonces y los críticos han puesto más de una vez en entredicho la vigencia de esta selección. Pero ahí figuran para la leyenda. El consumo, por regla general, se dirige por razones obvias propias del bolsillo a las siguientes categorías, los second, troisième, quatrième y cinquième crus. O la gama inacabable de cru bourgeois o clarets de pago que proliferan con esmero y cuidado a la sombra de los grandes. La famosa clasificación de 1855 excluía, y por eso ha sembrado de dudas las conciencias, a los vinos girondinos de la orilla derecha del Dordoña, entre ellos los de Saint-Emilion y Pomerol. La aristocracia sólo alcanzaba a las regiones de Médoc, Sauternes y Graves, en la margen izquierda del Garona.

El trasiego de cajas de vino en La Cave D'Ulysse , la bien provisionada cava de Margaux, empieza a detenerse cuando se aproxima la hora del midi. Dos buenas compras si alguien se acerca por allí en breve son: Gallen de Château Meyre 2010, del enólogo de Château Margaux, a 28 euros la botella, y L'Aieuil de Leontin 2010, a 16 euros, algo cerrado para beber ahora pero con diez años saludables por delante.

Como se ha dicho en muchas ocasiones, el vino es el mensaje de la tierra que el viticultor logra encerrar en una botella. Pero, además de ello, el vino de Burdeos es un símbolo de civilización y cultura. Se identifica con la imagen distintiva y lujosa del château. En ningún otro lugar del mundo se comprende de igual manera el trabajo y la pasión refinada por el viñedo. Mauricio Wiesenthal recordaba a Proust para ensalzar esas apuesta decidida por la elegancia y calidad de los bordeleses, "una obra en la que se ve el andamiaje del esfuerzo como un regalo en el que se deja la marca del precio".

Al contrario de lo que sucede con los vinos de Borgoña o de Alsacia, monovarietales, los de Burdeos proceden del ensamblaje y de la vinificación separada de las cepas. El bodeguero obtiene así una relevancia que no posee en otros regiones. De él depende el resultado de las mezclas y la personalidad del producto. La recolecta en diferentes períodos de la viña, por la maduración distinta de las uvas, y en el mismo pago, obliga a una atención especial. Por lógica, primero se recoge la merlot, luego la cabernet franc, después la cabernet sauvignon y finalmente la petit verdot. La carmenere se usa en pequeñas cantidades y la malbec, ha dejado practicamente de utilizarse.

El viñedo bordelés se asienta sobre tres ejes fluviales: Garona, Dordoña y el estuario del Gironde. Estos flujos de agua son los que han ejercido una influencia climática y ambiental sobre el vino, además de facilitar históricamente las comunicaciones y la comercialización del producto. La atmósfera húmeda impide que las bayas se desequen excesivamente con los calores del verano. Los bosque vecinos de Las Landas actúan como una barrera de los vientos y tempestades del Atlántico. El clima ofrece, no obstante, grandes contrastes. Por eso, en Burdeos es imprescindible seguir la pauta cronológica de las añadas, más que en otros lugares. Las dos más recientes de 2009 y 2010 son de una calidad incontestada. El próximo será un buen año, dicen. La mayor parte de los crus tintos del Médoc están plantados en suelos de aluvión, gravas arenosas, silíceos pero también hay viñedos de fama que descansan sobre terrenos calcáreos, asperón y hasta en arcillas pesadas, que se adaptan de manera especial a la merlot.

Margaux es la fragancia y la sensualidad. Saint-Julien supone la transición entre la espectacularidad del viñedo de Pauillac y el refinamiento del primero. Más redondo y suave cuando ha madurado que el de los otros dos municipios. En el inicio igual de áspero y tánico que el resto, con la salvedad de los vinos de Saint-Estèphe, que en este aspecto se llevan la palma. El mayor orgullo de Saint-Julien, el municipio de Burdeos con la producción más elevada de crus classés y un viñedo superlativo, es la gran propiedad de Léoville, dividida en tres: Les Cases, Barton y Poyferré. Los Barton, irlandeses, emigraron como comerciantes a principios del siglo XVIII y se instalaron en el Château Langoa. Una buena compra actualmente en Saint-Julien es Château Moulin Riche 2010, de la familia Cuvelier, el segundo vino de Leoville Poyferré, para beber de aquí a diez años, y a un precio de 30 euros la botella, bastante razonable para la calidad y el lugar.

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