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Siete vidas beneméritas

Los veteranos de la Guardia Civil, que mañana celebra el Pilar, reivindican el código de entrega - y honor de los "más sufridos" y peor pagados funcionarios del Estado

Siete vidas beneméritas

Tiene otra vez 23 años y conduce su moto entre Salas y Canero. Viaja a lomos de la memoria. Serán las diez de la noche, año 1968. La BMW R27 sube muy bien, aunque llanea peor. Pero es una buena máquina alemana. El aire de estos primeros días de junio se desliza gentil por el grueso chaquetón cruzado de cuero marrón, con cinturón. Avelino Soto Rodil debería tener motivos de sobra para estar feliz. Es joven, va en moto y tiene toda la vida por delante. El faro de la BMW enfoca los años del porvenir mientras se abre camino por esa carretera interminable que baja en curva desde La Espina hasta la costa. Pero no está alegre en absoluto. Conduce entre sombras. Avelino es agente de la Guardia Civil de Tráfico y esa noche escolta un féretro que va camino de La Coruña: es el cuerpo de José Pardines Arcay, la primera víctima de ETA, de 25 años, hijo y nieto de guardias. Conocía a Pardines, era de su misma edad. Soto no sabe que va a ser el primero de una matanza que habrá de durar cuatro décadas. Ocurrió el 7 de junio de 1968 en el País Vasco, en un control de tráfico en la nacional I, Madrid-Irún, en Villabona (Guipúzcoa). Allí comenzó la que con el tiempo sería la gran pesadilla de la democracia española, que hoy -829 víctimas después, de ellas 230 guardias, el colectivo más castigado- parece haber terminado.

Avelino Soto, oficial de la Guardia Civil retirado, rescata ese instante de todos sus años en un Cuerpo que mañana, lunes, 12 de octubre, celebra el día del Pilar, su patrona. Los agentes retirados de Asturias, agrupados en la asociación cultural y recreativa de veteranos de la Guardia Civil "La Pilarica", presidida por Julián Ruiz-Cantabrana Díez, con 420 integrantes entre agentes y viudas, se suman a la celebración como si estuvieran en activo. El Cuerpo nunca saldrá de su cuerpo. Aunque en la asociación prescinden de la graduación que cada uno alcanzó en su vida activa y eluden la fuerte jerarquización de un Cuerpo militarizado, aún llevan a la Guardia Civil en sus recuerdos, en su código de conducta: servicio, sacrificio, abnegación sin horario. Y sueldos bajos. Los más bajos de los funcionarios públicos españoles. "Todo por la patria" y poco por la nómina. "Hacer y callar, así son las cosas en la Guardia Civil", comenta Cantabrana, que luchó por permanecer en la Benemérita haciendo trabajos burocráticos: hijo de guardia, no quería ser retirado por incapacidad tras haber sufrido un grave accidente de tráfico que lo tuvo más de dos años en el hospital. Fue en 1977. Estaba de servicio. Iba en moto, en Barcia, se le cruzó un carro y empotró el fémur en el buje.

El terrorismo es, sin duda, la cicatriz en la memoria del guardia veterano. Soto volvió a encarar el terror etarra, y esta vez mucho más de cerca. El 22 de noviembre de 1988. Un artefacto de entre 60 y 80 kilos de amonal estalló en la Dirección General de la Guardia Civil. Estaba en Madrid para hacer el curso de oficial. A las 23.57 horas estalló una bomba. Pareció un terremoto. Murió un niño de 3 años y un técnico de TVE. Hubo centenares de heridos. Soto fue uno de ellos. Leve. Veintidós días de baja. Las ventanas de aluminio saltaron dentro de la habitación como proyectiles. Si uno de los seis guardias que allí dormían se llega a levantar en ese momento, habría acabado decapitado. Soto tenía dentro de un armario una cazadora de cuero con bolsos a la altura del pecho. Varios meses después del atentado descubrió cristalitos en el fondo de uno de ellos. Restos de una explosión brutal que invadió todo y resuena en su memoria.

Lo mismo que en el recuerdo de Jorge Gutiérrez, guardia retirado tras 45 años de servicio, también se conserva fresco el atentado de Pardines, con quien mantenía gran amistad. Ambos residían en el cuartel del Antiguo, en San Sebastián. Este ovetense de La Manjoya, retirado en 2007 tras pasar por innumerables destinos -como casi todos los guardias, nómadas por España con la familia a cuestas-, estaba destinado en San Sebastián y participó en el cerco para detener a uno de los dos autores del crimen: Iñaki Sarrasqueta, responsable de organización en Guipúzcoa. Tenía 19 años. Entonces, en el País Vasco, la vida no era precisamente fácil para los agentes de verde. "Era como si estuvieras con el enemigo encima. Los guardias que vivían en los pueblos, fuera de los cuarteles, no podían ni tender la ropa de uniforme por miedo a que los identificasen".

-¿Y qué balance hace usted de estos años con tantos muertos?

-Pues que al final estamos como al principio: ETA no entrega las armas.

-¿Y de su tiempo en la Guardia Civil?

-Los guardias siempre demostraron una gran profesionalidad. Todos han hecho siempre un esfuerzo titánico. Mal pagados, pero con mucha fuerza moral y un fuerte sentido del honor. Y con mucho sacrificio para las familias. Yo creo que, en general, la sociedad española nos ha reconocido el esfuerzo. Es verdad que en un tiempo hubo cierta reticencia, por el pasado con Franco, pero todos se han dado cuenta de que es un Cuerpo que ha demostrado su obediencia a lo que dicen las leyes; su vocación de servicio público, a fin de cuentas. Moralmente, ningún agente dice "no" a dedicar el tiempo que sea necesario y cuando sea necesario.

"Es lo que me decía mi abuela Visitación, casada con un guardia: Angelines, tú sabes cuándo él se va, pero nunca cuándo vuelve. Por eso el guardia tiene que llevar siempre encima un sueño y una comida de más". La abuela Visitación guardaba dos cosas de su marido: el sable y el baúl; éste último, símbolo de una vida itinerante, de destino en destino. "Vamos de un sitio a otro como los caracoles, con la casa encima", apunta María Ángeles López. Es una de las viudas del terrorismo. En diciembre de 1989, un comando de los GRAPO asesinó a su marido, José María Sánchez Melero, natural de Panes. Durante años presidió la delegación en Asturias de la AVT, la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Durante años luchó, hasta que al fin lo consiguió, para que hubiera un monolito en recuerdo de Melero en el lugar donde dejó la vida en acto de servicio. María Ángeles es madre de guardia, su abuelo fue guardia, sus tíos y su suegro también. Ella quiso entrar, pero había nacido una generación antes. Aún no se admitían mujeres en la Benemérita. La broma de la abuela era que como no pudo hacerse guardia, se casó con uno. Para ella, la Guardia Civil "es el Cuerpo más sufrido de todo el Estado". María Ángeles luchó por la memoria de su marido en los años más duros, al frente de 56 mujeres asturianas, todas viudas del terrorismo. En cada atentado revivían su drama personal. Exactamente el mismo y doloroso proceso una y otra vez. Un tiempo duro que no se olvida, y menos ahora, en esta rendición de ETA sin rendición expresa: "¿Nadie dice nada de los doscientos y pico atentados que hay sin esclarecer, el del asturiano Beiro entre ellos? ¿Qué va pasar? ¿Van a prescribir esos delitos? ¿No habrá condenas? Es una suerte que no haya atentados, pero por lo demás?".

El año pasado se celebraron los 25 años de la entrada de la mujer en la Guardia Civil como agente. Pero la mujer del guardia siempre fue parte capital de la institución. Gloria López Álvarez, de 68 años, es la viuda del zamorano Emilio Peña, agente del servicio de mantenimiento en la Comandancia de Oviedo. Ella lleva interiorizado el código de sacrificio del Cuerpo. Lo que hay que hacer se hace y punto. Y cuando tocaba ir al País Vasco, cuando había atentados un día sí y otro también, se iba. Obedecer y callar. A su marido lo enviaron unos meses. Era 1977. "Me pareció que iba a la guerra". Lo llevó en coche a la estación y volvió a casa llorando todo el camino. Se quedaba sola con un niño de 4 años. No se bajó a despedirlo porque no quería que la vieran echar ni una lágrima.

Gloria fue la última en abandonar el viejo cuartel de Pumarín, en Oviedo, donde vivía con su marido y su hijo, hoy policía nacional. Confiesa que el día en que recibió las llaves del pabellón (la vivienda en el cuartel) fue el más feliz de su vida. A veces sueña que vuelve a aquel piso, muy modesto, pero dentro de un universo de guardias "donde todos éramos como una familia". "Nunca fui más feliz que en aquel cuartel". Natural de Jomezana (Lena), hija de minero, recuerda el "respeto" que de joven le infundía el Cuerpo. Pasaba "derecha como una vela" por delante del cuartel. "Y luego me casé con un guardia civil, mira tú".

-¿Cuánto ha cambiado la consideración social del Cuerpo?

-Es verdad que antes te podía dar una cierta vergüenza decir que estabas casada con un guardia, parecía que daba como repelús. Pero hoy ya no, hoy lo decimos con orgullo, con mucho orgullo.

"Para mí, mi mujer, Consuelo, siempre fue una solución". Lo dice Vicente Fernández Polentinos, 88 años. Es uno de los más veteranos de "La Pilarica". En 1954 era un recién casado que había encontrado esposa en Avilés y que la llevaba a su nuevo destino en Almería. Era un cuartel que había sido de los Carabineros y donde no había ni agua corriente ni luz eléctrica. Vigilaban la costa de un mundo desértico. Luna de miel no era precisamente. Lo más cercano era el pueblo de Villaricos, a tres kilómetros. Sólo podían hablar entre los doce de aquel puesto. En Avilés habían llevado "una vida normal". Aquella Guardia Civil de Vicente era de una austeridad extrema, y más en algunos destinos, como aquél. Era un oficio de "turnos esclavos", que no obstante le ofrecía un futuro mejor del que le esperaba en su pueblo natal, Melgar de Abajo (Valladolid). Vicente, que empezó en el Ejército, se reenganchó a la Guardia Civil. Seguía al pie de la letra el consejo que le dio su padre: "Vete y no vuelvas, porque si vuelves ya sabes lo que vas a tener aquí". Nunca volvió. Como muchos españoles de la época, abrazó la austera disciplina de la Guardia Civil para librarse de la miseria campesina. Así encarriló 48 años de vida militar, entre el Ejército y la Benemérita. No se arrepiente en absoluto. Todo lo contrario. Tuvo un principio rector que extiende a todos los guardias: "Vista larga, paso corto; pocas y buenas palabras y justicia sana".

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