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FERNANDO INCLÁN SUÁREZ | Exjuez y exganadero de Pravia

"La Administración se quedará con todas las tierras de la región porque nadie quiere heredarlas"

"Como juez nunca tuve que llevar un asunto de incendio forestal porque entonces el monte estaba aprovechado y limpio, y sus productos, como lo que había entre los árboles, se utilizaban para la cama de los animales"

"La Administración se quedará con todas las tierras de la región porque nadie quiere heredarlas"

La vida de Fernando Inclán Suárez (Villamondriz, Pravia, 1934) ha discurrido entre el campo y la ley, entre la casería de su familia y la labor de juez de distrito y después de primera instancia. Llegó a esa tarea como juez sustituto nombrado por la Audiencia Provincial de Oviedo, y la desempeñó durante 35 años, hasta su jubilación en 2003. Con numerosas publicaciones sobre derecho agrario y la evolución del sector primario regional, Inclán sigue enjuiciando "la mala situación del campo", entre otros motivos porque "a este paso, el Principado se quedará con todas las tierras de Asturias porque la gente no quiere herencias de fincas por las que tiene que pagar una burrada por el impuesto de transmisiones". Otra de sus reflexiones se refiere a la plaga del fuego: "Como juez nunca tuve que llevar un asunto de incendio forestal porque entonces había población en el campo y el monte estaba aprovechado y limpio, y sus productos, como lo que había entre los árboles, se utilizaban para la cama de los animales". Fernando Inclán dicta sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera entrega y en otra más mañana, lunes.

El tío obispo. "Mi tatarabuelo Fernando Inclán, que era de la Casuca, un barrio de Villamondriz (Pravia), se marchó allá por 1845 a Madrid, a trabajar de aguador. Estuvo allí una temporada y volvió con la espalda deforme y después de que le abonaran doce escudos de oro por el traspaso de su puesto en la fuente pública y por los utensilios que usaba. Fue un campesino pobre. Otro antepasado mío, Benito Martínez Arango, se casó con una hidalga del palacio de los Fernández Folgueras, en el coto de Villavaler (Pravia). Otro ancestro fue Luis Folgueras y Sión, y como en tiempo de Fernando VII se había creado la diócesis de Tenerife, se fue de obispo para allá. Y sus sobrinos, uno detrás de otro, se marcharon allá para estudiar la carrera de cura. El primero, Manuel Martínez Folgueras, terminó de canónigo en Tarragona. El segundo que aparece por allí con el mismo fin es José, que se fue en barco desde Avilés, pero al llegar a La Laguna su tío obispo estaba fuera, haciendo una visita pastoral, y el mayordomo le trató muy mal. Así que en el mismo barco se marchó a Cuba, donde hizo un dineral. Este hombre tenía de socio a un Inclán de mi familia que lo hundió. José tenía una fábrica de tabacos que quebró y después de eso también se hizo cura. Fue párroco de Matanzas y terminó haciendo otra fortuna".

Tres hermanos curas. "Entonces se vino para España, compró una casa en el centro de Madrid, en el barrio de la Latina (que, por cierto, se la dejó a una vasca que tenía él de ama de llaves), y puso dinero para arreglar la iglesia de Cordovero (Pravia), donde se había bautizado. Con ese dinero lo que decidieron fue tirar aquella iglesia vieja y construir una nueva con 20.000 pesetas de aquellos tiempos. José Martínez Folgueras también creó en Villamondriz la Fundación que llevaba su nombre, y fue la escuela del pueblo, donde yo estudié la Primaria. De aquella, los maestros de la Fundación ganaban un duro diario, que era un sueldo que no lo ganaba ningún maestro. Y el tercer hermano era Gregorio, que fue el que se quedó al cargo de la casa familiar. Se casó y tuvo un hijo, pero murió su esposa y murió el hijo, y entonces también se hizo cura".

Muerte en el parto. "Después, al morir este Gregorio, lo heredó todo mi abuelo, Benito Inclán Martínez, que era maestro elemental y se dedicó a las tierras de la familia. Mi padre, Fernando Inclán Llana, estudió el Bachillerato en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo, donde fue compañero y amigo de Luis Fernández-Vega, y después estudió maestro superior. Después llevó la escuela de la Fundación y recuerdo cómo, siendo yo chiquillo, me llevaba a hombros a la clase. Nací en Villamondriz, en 1934, el último día de julio, fiesta de San Ignacio de Loyola. En la Fundación tuve de profesora a doña Gloria Rojo, que después de la guerra había sido depurada. Era de la zona de Mallecina (Salas), y por eso se vino para acá. No conocí a mi madre, María Teresa Suárez Pendás. Durante la guerra, el doctor don Pedro Miñor estaba en Corias y allí murió ella, del parto de mi hermana. No tengo ningún recuerdo de mi madre ni de la guerra".

Entrar en los conceptos. "Después de la Primaria estudié el Bachillerato en el colegio Loyola de Oviedo, que de aquella no era de los Escolapios, sino de unos profesores laicos. Me examiné de la reválida en la Universidad e hice la carrera de Derecho entre 1952 y 1957. Tuve de profesor a don Torcuato Fernández-Miranda, de Derecho Político, con quien se fue ingrato años más tarde, empezando por el Rey, después de que él hubiera preparado la Transición. Tuve también al europeísta Luis Sela Sampil, en Derecho Internacional. En 1956 pedí una beca para ir a la Universidad de Verano de Santander, pero las dos becas fueron para otros. Entonces, don Luis Sela, que era el decano, creó una beca especial para mí y en correspondencia le mandaba todas las reseñas de las conferencias a las que asistía. Y Valentín Silva Melero, de Derecho Penal, tenía alma de poeta. Con él hice un trabajo sobre las ideas correccionalistas en las obras de Cervantes. Tuve también de profesor a don Benjamín Ortiz, magistral de la catedral de Oviedo, una gran persona y muy buen profesor en Derecho Canónico. Otro profesor excepcional fue don Ramón Prieto Bances, que, como vivía en Candamo, le acompañé muchas veces en tren del Vasco. Él siempre viajaba en tercera y tenía una tertulia en el tren. Pero el mejor profesor que tuve fue don Manuel Albaladejo García, de Derecho Civil, que me faltó el último curso porque se marchó a Barcelona de catedrático y fue rector de esa Universidad. Era un gran profesor que te metía en los conceptos de una manera sencilla. Llevaba una edición del Código Civil, la de Saturnino Calleja, muy pequeñita, en el bolso delantero de la chaqueta, y la sacaba para las citas del articulado".

Emilio Barbón. "Durante la carrera, iba mucho por la Biblioteca de la Universidad, y un día Carmen Guerra San Martín, la bibliotecaria, me dejó 'La Regenta' para que la leyese, cuando era poco conocida. La sacó del 'infierno de los libros prohibidos', una estantería que, creo recordar, estaba subiendo una escalinata, en la segunda planta, la de la balaustrada. Quizás a ella le llamo la atención aquel chaval que iba por la biblioteca y que estaba con Moreno Báez, catedrático de Literatura, y con Juan Uría, catedrático de Historia. Mantuve amistad con ella después de la carrera y siempre la saludaba con cariño. Fui compañero de Emilio Barbón, abogado, socialista, diputado nacional y de la Junta del Principado. Salíamos a dar una vuelta por el paseo de los Álamos y a veces resbalaba y caía. Inmediatamente le ayudábamos con las muletas. Fue admirable en la superación de su discapacidad, y una persona muy apreciada. Éramos como hermanos".

Espantosa mecanización. "Al acabar la carrera decido hacer oposiciones a judicatura, y con atracción por el Derecho Civil. Me presento una primera vez, más bien como prueba, y en la segunda tuve la mala suerte de que habían anulado ciento y pico Juzgados en España, entre ellos los de Pravia y Belmonte, que eran de primera instancia. Así que en esa segunda ocasión no salió ninguna plaza de juez, pero sí 15 de fiscal. No me interesaba y lo dejé. Me dediqué a llevar la casería de la familia y a escribir e investigar sobre derecho agrario y sobre el campo asturiano. En la casería me valía de mecanización para los trabajos más fuertes. Por cierto, ahí existe un tema importante, y es que la mecanización en Asturias se hizo de una manera espantosa. Uno compraba un tractor e iba otro detrás que quería superar el caballaje del primero. Aquello no tuvo ni pies ni cabeza. No era necesaria tanta maquinaria y lo correcto hubiera sido hacerlo en cooperación".

Independencia y solidaridad. "Colaboré en la Gran Enciclopedia Asturiana, en todos los tomos, y escribía en LA NUEVA ESPAÑA. Me dieron dos premios por los trabajos 'La casería, una ruina' (1978) y 'La casería asturiana ante Europa' (1982), el primero de la Central Lechera Asturiana y el segundo de la Feria de San Antonio de Gijón. Con esos dos escritos hice un libro que titulé 'La casería asturiana, historia y perspectivas", que me publicó la Caja Rural. A los 'Miércoles económicos' de la Fundación José Barreiro me invitó su director, que entonces era Germán Ojeda. Me dijo: 'Te voy a encargar la cuestión del campo'. 'Pero yo no soy socialista'. 'Por eso mismo', me respondió. Resultó muy bien. Daba conferencias y recuerdo una en especial, en Pola de Lena, titulada 'Casería y parroquia, pilares básicos de la organización tradicional del campo asturiano'. En ella tomaba una idea de Azorín, cuando decía que la vida en el campo es independencia y solidaridad al mismo tiempo. La casería como independencia y la parroquia (espacio geográfico) como la solidaridad. Esto era lo que existía en el campo asturiano y se fue abandonando. Recibí una ovación tremenda. Yo sospechaba lo que pasaba, pero no lo sabía concretamente. La ovación era de los que estaban perjudicados porque resulta que el mejor pasto comunal de Pola de Lena, en el que todos se querían meter, estaba con una gran sobrecarga ganadera, pero los otros pastos estaban abandonados. Y de alguna manera el alcalde lo mangoneaba todo".

Expediente y multa. "También escribí muchos años en la revista 'Campo Astur', editada por la Cámara Agraria, y por esos artículos me concedieron el título de Oficial de la Orden del Mérito Agrícola. También hice varias publicaciones para el RIDEA (Real Instituto de Estudios Asturianos), y me nombraron miembro. Pero antes me nombraron miembro numerario de la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia, en la que ingresé con la ponencia 'El campo asturiano y el derecho'. Al llegar la autonomía, lo que más estudió fue el derecho consuetudinario asturiano, que ya no funcionaba porque el Código Civil solucionaba los problemas sin meterse en particularidades especiales. Escribí para 'Mundo Social', una revista de los Jesuitas dedicada a cuestiones sociales. En un número de 1974 la revista publicó la carta pastoral de monseñor Antonio Añoveros, obispo de Bilbao. Aquella carta, que hablaba de la identidad del pueblo vasco, tuvo muy mala prensa por enfrentarse al Gobierno de Franco. Coincidió que en aquel mismo número publiqué yo un estudio sobre la agricultura israelí y al final decía que 'en la cooperación está la solución de los dos males del campo español, tanto el latifundismo como el minifundismo'. Aquello lo consideraron un ataque y me expedientaron según la ley de Prensa de Fraga, que era de un cinismo aplastante. El caso es que por lo de Añoveros no hicieron nada a la revista, pero a mí me multaron. La multa la pagó Carlos Giner, que era el director de la revista. También publiqué en la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) un libro sobre la revolución agraria cubana, pero nadie me dijo nada, y eso que podía estar señalado como sospechoso".

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