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Una vuelta al Paraíso Natural en tres meses de verano

Alta montaña, bosques, ríos y costas componen un escenario lleno de atractivos de temporada, entre ellos osos, cetáceos y aves marinas en migración

Una vuelta al Paraíso Natural en tres meses de verano

Las clásicas vacaciones estivales de sol y playa tienen alternativa en Asturias, aunque los amantes de la toalla y la crema bronceadora cada vez hallan más hueco, ante la reducción de las lluvias y el aumento paralelo de las temperaturas. El tan publicitado "Paraíso natural" permite disfrutar de unas vacaciones diferentes, de inmersión en la naturaleza, dejándose llevar por la curiosidad y la capacidad de contemplación, y siguiendo el ritmo de la estación, la de la maduración, el fruto, la plenitud... desde la prolongación del verdor y la ebullición de vida primaverales hasta el preludio del fugaz esplendor y la decadencia otoñales.

LA NUEVA ESPAÑA sugiere doce propuestas para disfrutar del verano más natural, una por cada fin de semana de la estación, algunas intercambiables en las fechas y otras sujetas a momentos concretos. Bosques, montañas, cuevas, playas, ríos, osos, aves marinas, cetáceos... componen un jugoso menú estival.

Infografía: Juan Ferreira

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Primer fin de semana del verano, tras unos últimos días de la primavera de calor asfixiante. Qué mejor que pasear al fresco, al cobijo del tupido manto forestal de un hayedo. Por ejemplo, el de los Montes del Infierno, entre Piloña y Caso. Una pista amplia lo recorre y permite conocerlo por dentro y por fuera (varios miradores a lo largo de la ruta se asoman por encima de las copas). Los bosques están silenciosos y estáticos en verano, nada que ver con el bullicio primaveral, pero poniendo atención se advierten sonidos, movimientos, figuras... Los grupos familiares, con jóvenes torpes y confiados, favorecen la observación de diversos mamíferos y aves, como el magnífico picamaderos negro, el mayor de los pájaros carpinteros de Europa.

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Los puertos de montaña se prestan especialmente a una visita estival, su "temporada alta", con el ganado pastando y una gran diversidad de fauna, desde mariposas a reptiles y pequeños mamíferos, pasando por grandes rapaces (buitre leonado, águila real, alimoche común, culebrera europea) y otras aves, haciendo vida en ellos. El de Tarna (Caso) es una buena opción.

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Ya metidos en harina montañera, por qué no encaramarse a la región de cumbres, al "techo" de la cordillera Cantábrica. Las grandes cimas se agrupan en los Picos de Europa, pero hay una muy significada en el núcleo dentral de la cordillera: Ubiña, en Lena (2.417 m). La prudencia debe guiar siempre los pasos en estos territorios, y hay que ir pertrechado para cambios de tiempo radicales y rápidos. Desde el puerto de La Cubilla, la aproximación a la base de Ubiña (collada Terreros) apenas tiene pendientes. En ese camino, hollado de vez en vez por el oso pardo, es posible observar aves tan características de este ambiente como el gorrión alpino, el treparriscos y el acentor alpino, entre otros.

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Montaña abajo o, más propiamente, bajo la montaña, existe un mundo paralelo y muy desconocido: cuevas, simas y otras formaciones geológicas. El mundo subterráneo posee un poderoso atractivo, por su naturaleza oculta y por la dosis de aventura que exige su exploración, aunque hay acercamientos para todos los públicos, como los que ofrece el Principado en el monumento natural de Cueva Huerta, en Teverga. Además de las maravillas geológicas que encierra, alberga importantes colonias de murciélagos, por lógica de conservación de acceso vedado al público.

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Los cursos fluviales y, en particular, los bosques de ribera que los flanquean, ofrece otro ambiente fresco y apetecible. El agua les otorga gran vitalidad, que se manifiesta tanto en el propio cauce como en su área de influencia. Las saucedas de Buelles y El Mazo, en Peñamellera Baja, ofrecen un buen ejemplo de estas formaciones forestales, en las que es típica la presencia de la oropéndola europea o filomena, en las copas, y del desmán ibérico o "topo de río", y la nutria, en el agua y en las orillas. Los taludes del Deva albergan en este tramo colonias de avión zapador.

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El binomio verano y playa no tiene por qué ser únicamente una invitación a tomar el sol y bañarse en el mar. También se puede ir a la playa a disfrutar del paisaje e, incluso, de su interpretación: el examen de la morfología, de la geología, cuenta historias apasionantes. Y da lugar a espacios tan singulares como la playa interior de Gulpiyuri, en Llanes, conectada con el mar solo por un conducto subterráneo.

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Puestos a buscar contrastes, originalidades, pocas más llamativas que el alcornocal de Boxo, en Allande, vestigio de otra época climática que ha encontrado refugio en el valle del Navia, de influencia mediterránea. El bosquete está dividido en dos por la pista que da acceso al pueblo.

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Entrado agosto, los promontorios costeros, como la Punta la Vaca, en Gozón, ofrecen la oportunidad de avistar cetáceos en las aguas costeras. Los más regulares son los calderones de aleta larga, de color gris oscuro y hasta siete metros o más en los machos, aunque también se suelen ver delfines comunes, listados y mulares, y, saliendo unas millas, incluso rorcuales.

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No obstante, la actividad de observación de fauna más popular es la protagonizada por el oso pardo, que cada vez atrae más público a los parques naturales de Somiedo y Fuentes del Narcea. La segunda mitad de agosto es el momento idóneo porque es cuando los plantígrados se dedican a hartarse de los energéticos frutos maduros de escuernacabras y de arándanos (comen hasta varios miles al día), que van recolectando sistemáticamente.

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A finales de agosto, soplan vientos de cambio, figurada y literalmente. Estos últimos ayudan a desplazarse a las aves migratorias, que siguen una ruta marcadamente costera (con ramificaciones interiores), de manera que las rasas litorales, como la de Villadún (Castropol), son los espacios más productivos para apreciar ese tránsito. Seguir los caminos y pistas, a pie o en coche, es la mejor forma de buscar los migrantes estacionados, de especies muy diversas y, en circunstancias determinadas, en grandes concentraciones.

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La migración gana fuerza en septiembre, cuando también se van las aves estivales que han criado en Asturias. En este momento se producen, asimismo, grandes concentraciones premigratorias de golondrinas y aviones comunes, frecuentes en los embalses, donde también se escenifican espectáculos peculiares, como la caza de libélulas que practican al atardecer, a veces en gran número, los alcotanes europeos. Para unas y otros, es un buen lugar el embalse de La Granda (Gozón), con acceso desde Trasona (por Arcelor).

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Mediado septiembre, toca mirar de nuevo al mar. El éxodo de las aves marinas del Atlántico Norte discurre por las aguas de la plataforma costera asturiana y se contempla con facilidad desde cabos y puntas, como La Romanela, en Navia, el mirador más occidental. Decenas de miles de alcatraces, pardelas, charranes, gaviotas, págalos, patos, limícolas... despiden el verano, y saludan al otoño, a lo grande.

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