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La cueva de hielo se derrite en los Picos de Europa

El cambio climático acaba con uno de los tesoros más desconocidos de la cordillera Cantábrica: la gruta de Peña Castil, a 2.150 metros de altitud y a la que se llega tras dos horas y media de caminata

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Cueva de hielo en Peña Castil

La llaman la cueva de hielo, pero puede que por poco tiempo. El cambio climático está derritiendo a pasos de gigante uno de los lugares más desconocidos y sorprendentes de Picos de Europa. Una cavidad escondida en un rincón de Peña Castil, en el Macizo Central de la cordillera Cantábrica, donde el hielo y la nieve conviven los 365 días del año. Pero este glaciar subterráneo, de algo más de 600 metros cuadrados, nunca estuvo tan pobre de estalactitas como hasta ahora. El último invierno, seco y cálido, ha apagado una parte importante de su paraíso helado, al que se llega tras sudar bien la camiseta: dos horas y media de subida infinita con el sol de julio apretando en lo más alto.

"Vais a llevar una gran decepción". Juanjo Álvarez, guía de montaña del hotel rural Casa Cipriano de Sotres, lanza un aviso para navegantes: "Este año no nevó nada y creo que hay menos hielo que nunca". Son las nueve de la mañana de un día cien por cien veraniego, que comienza con botas y bastones de montaña en las vegas de Sotres. Allí, en lo alto, a más de 2.000 metros de altitud, está Peña Castil. Un pico más de los muchos que dominan el paisaje, situado a tres pasos del famoso Urriellu, con Torre del Carnizoso y La Morra en el medio. La vista es traicionera y empequeñece la distancia hasta la cúspide. Una se da cuenta del engaño óptico cuando lleva más de una hora de caminata por una montaña con un desnivel de 1.200 metros y sigue sin llegar a "meta". Y cuando parece ya estar cerca, la realidad vuelve a golpear. "Todavía queda", advierte Juanjo Álvarez, que va a la cabeza, seguido de Ricardo Soto, "Calo", geólogo, responsable de la Escuela Asturiana de Piragüismo y miembro de la Asociación de Turismo Activo (Ataya).

El ascenso por el canal del Fresnedal es duro por naturaleza, aunque el calor acentúa aún más el sufrimiento. Las vistas no tienen precio y actúan de antídoto frente al dolor. Las vegas de Sotres se ven diminutas, pintadas en un cuadro agreste, en el que dominan los tonos verdosos y grises. La subida continúa en medio de un silencio sepulcral, tan sólo interrumpido por los cencerros de las vacas casinas, que bajan unas detrás de otras en busca del mejor pasto. "La cueva está escondida. Hasta que no estás delante de ella, no la ves", asegura Juanjo Álvarez, que avanza como un rayo a sus 50 años hacia Peña Castil. Hace tres meses que pasó por el quirófano para colocarle una prótesis en la cadera y está como una moto. Visitó la caverna "entre cinco y seis veces", la primera de ellas hace muchos años, cuando "no la conocía ni el Tato". Ahora, a raíz de la promoción turística que se hace en internet, es mucho más popular. Sobre todo, por Wikiloc, una página web en la que los usuarios cuelgan sus rutas, incluida ésta. "No debería existir este tipo de plataformas, porque lo mágico de las sendas de montaña es buscar y buscar hasta que encuentras lo que quieres", opina Calo Soto, primer piragüista cangués en ganar el Descenso Internacional del Sella en el año 1982.

Tras superar el collado de Camburero, la cumbre de Peña Castil casi se acaricia con las manos (2.444 metros de altitud). Es en ese momento cuando hay que abandonar el camino para tomar un desvío hacia la izquierda, por el que también habrá que trepar. A 2.150 metros justos se encuentra la boca de la cueva, a la que se accede por una pronunciada rampa de gravilla de roca caliza, que complica por momentos la bajada. Con una pisada sobre una piedra no segura, la caída está asegurada. A medio camino, donde la nieve empieza a tomar protagonismo, es necesario el uso de crampones. La galería principal está a un paso. Ya se siente el frío.

"¿A que parece otro mundo?". Juanjo Álvarez está en lo cierto. La primera reacción que genera la cueva de hielo es de fascinación a la vez que de extrañeza. Un estudio de la Universidad de Valladolid, liderado por el geógrafo cántabro Manuel Gómez Lende, puso de relieve en 2015 el patrimonio helado de Picos de Europa: un conjunto de "himalayas subterráneos", únicos en el mundo, entre los que figuran Peña Castil.

La gruta es una belleza que se esculpe a menos de un grado centígrado de temperatura en pleno verano. El frío llega en cuestión de minutos a los huesos y ralentiza las articulaciones hasta dejar las extremidades superior e inferior casi sin circulación. En el suelo, el hielo toma tonos blancos, azules y verdosos. Todo un espectáculo de color, tan trasparente por algunas zonas que hasta se aprecian hojas y ramas bajo el manto.

Según las últimas investigaciones realizadas, la existencia de estos hielos se remonta a inicios de la Pequeña Edad de Hielo o incluso antes.

Pero Peña Castil no es ajena a la tendencia a escala planetaria de reducción de las masas de hielo cavernario. ¿El causante? El calentamiento global. "Esta foto es del 31 de octubre de 2013. La nieve llegaba hasta arriba", comenta Juanjo Álvarez mientras muestra una imagen de la entrada a la gruta y señala su estado actual, con más piedras que copos. "Por ese furaco se cuela la nieve y antes formaba una chimenea enorme", ahonda Álvarez. Ahora tan sólo queda una estrecha columna de hielo, que amenaza con romperse. Explorando la cavidad, se localizan pequeñas piscinas y gigantescos agujeros, que se pierden en la oscuridad. La profundidad de la cueva se antoja infinita y misteriosa. Las gotas de agua que impactan sobre la superficie, el canto de los grajos y el ruido que generan los crampones al entrar en contacto con el hielo le dan un toque de magia. "Dice un dicho que cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo", pronuncia Juanjo Álvarez entre risas. Tal cual.

Después de más de media hora en el congelador natural de los Picos, el cuerpo pide a gritos sol. La salida de la cueva es un horno. La sensación es placentera, aunque por pocos minutos. Vuelve la caminata, esta vez cuesta abajo y por otra ruta hasta Pandébano. Quedan por delante más de tres horas de ejercicio, durante las cuales las articulaciones sufren más de la cuenta y la planta de los pies acaba dolorida de pisar sobre tanta piedra. Durante el recorrido es imposible no hacer un alto en la Horcada de Camburero, desde el que se contempla al "señor" Urriellu a un lado y al Sueve al otro. Un mirador impresionante en el corazón de los Picos.

Con las pilas cargadas, tras contemplar un paisaje de cuento, comienza la bajada hasta un collado, el de Los Tortorios, salpicado de millones de flores de azafrán salvaje. La siguiente parada es la majada de Las Moñas, completamente abandonada. Las cabañas de piedra, en las que en tiempos pasados pastoreaban los vecinos de Sotres, están destrozadas. Ninguna roca está en su sitio. "Si ya no te dedicas a la ganadería, te las cepillan. No te dan permiso ni para rehabilitarlas. Es una pena", lamenta Juanjo Álvarez, muy crítico con la gestión del parque nacional.

El guía de montaña de Casa Cipriano aprecia un repunte de turistas este verano. Sobre todo trabaja con extranjeros, básicamente ingleses: "Estoy encantado, son respetuosos con el entorno y les interesa todo lo que les cuentas. A la mínima quedan con la boca abierta". Aunque julio está viniendo más fuerte que el año pasado, la avalancha de visitantes se espera para agosto y septiembre. "Desde la segunda quincena de agosto hasta principios de octubre ya no paro".

El descenso continúa, mientras Pandébano se acerca más y más. El cansancio aprieta y los últimos pasos se hacen eternos. El final está en la majada de La Terenosa, concretamente en su refugio, donde turistas de todos los puntos de España y del planeta buscan lo mismo: descanso.

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